- El presidente francés, Emmanuel Macron, pone fin hoy a sus vacaciones estivales, marcadas por una intensa actividad internacional, que tendrá que relegar a un segundo plano para afrontar el avance de la pandemia de coronavirus en su país. A lo largo de agosto, Macron se ha visto obligado a dejar a un lado su asueto en la residencia veraniega de Brégaçon, al sur de Francia, para afrontar diversas crisis internacionales que han surgido de forma repentina.
La explosión de Beirut, el asesinato de seis humanitarios franceses en Níger, las tensiones entre Grecia y Turquía, el golpe de Estado en Mali o la crisis en Bielorrusia han obligado al presidente galo a tomar de primera mano el timón del país. Pero su actividad internacional quedará ahora relegada a un segundo plano, porque cuatro meses después del desconfinamiento de la población, Francia asiste a un recrudecimiento de los positivos por covid-19 que han hecho saltar las alarmas. El propio Macron es consciente de la situación. Por ello, a última hora pospuso la presentación del plan de salvamento económico previsto para mañana. Según el Elíseo, el presidente quiere que todos los esfuerzos se centren ahora en la contención de la pandemia.
En lugar de hablar del rescate de la economía, al que el Gobierno destinará 100.000 millones de euros, el presidente francés ha convocado un Consejo de Seguridad sanitaria del que puede salir un endurecimiento de las medidas para evitar nuevos rebrotes de la covid-19. En los últimos días, se supera la barrera de los 3.000 positivos cotidianos y aunque la mortalidad está lejos de las cifras de marzo y abril pasados, el Gobierno no se fía. Sobre todo, porque las próximas semanas se anuncian decisivas. Los franceses ponen fin a sus vacaciones, lo que coincidirá con la vuelta al cole, dos focos de preocupación máxima en el Ejecutivo.
Macron llegó a su residencia de verano el pasado 29 de julio y, desde entonces, apenas ha estado ausente de la primera línea política. “Esto es como el Elíseo pero con sol”, aseguró a sus colaboradores, que han constituido en el vetusto fuerte de Bregançon una auténtica plataforma de trabajo presidencial. Mientras el primer ministro, Jean Castex, recorría el país, Macron se dedicaba esencialmente a afrontar las crisis internacionales.
Su descanso se truncó el 4 de agosto cuando una explosión arrasó buena parte de Beirut, una ciudad con la que Francia tiene importantes vínculos por tratarse Líbano de una excolonia gala, lo que motivó que el propio Macron se trasladara dos días más tarde a sus calles. Tres días después, a contrarreloj, reunió una cumbre de donantes para Líbano, lo que le obligó a multiplicar los contactos con líderes internacionales.
El presidente también elevó el tono contra Turquía e, incluso, envió barcos de guerra franceses a patrullar junto a los griegos en el Mediterráneo oriental, donde Ankara y Atenas se disputan unas aguas internacionales. El 18 de agosto sorprendió al mundo el golpe de Estado en Mali, un país que Francia considera prioritario en su lucha contra el terrorismo yihadista y donde los intereses económicos galos son inmensos. El presidente se vio obligado de nuevo a dar la cara para condenar la ruptura del orden internacional que, alertó, podía poner en riesgo su estrategia antiterrorista, marcada por una importante presencia militar en el Sahel.
La pasada semana también estuvo marcada por la situación en Bielorrusia, donde se suceden las manifestaciones contra el presidente Alexadr Lukhasenko, acusado de fraude electoral. Para coordinar su postura en todos esos conflictos, el presidente recibió el pasado jueves en Bregançon a la canciller alemana, Angela Merkel.