Como en España, en Grecia el 2019 se presenta como un año trufado de elecciones, siendo las parlamentarias vitales para el Gobierno que preside Alexis Tsipras. Y en Grecia, como en tantos países de democracia tambaleante, el Gobierno encara las elecciones peliagudas repartiendo dinero a diestro y siniestro. Tsipras, un levo-populista de principios radicales y practica gubernamental posibilista, ha regalado a finales del 2018 a 1.400.000 de familias griegas 1.350 euros a cada una en concepto de dividendo social; a 115.000 pensionistas de la Administración pública y las Fuerzas Armadas, un total de 233.000.000 euros como compensación de los recortes hechas en los años de austeridad; a 250.000 autónomos les rebaja este año la cuota de la seguridad social un 30%; a los residentes de la islas periféricas, le restituye un subsidio de 570 millones de euros (a repartir en 3 años) para transportes con la tierra firme; y la catarata de dádivas culmina con una partida única de 42 millones prevista para pastores y pequeños ganaderos en concepto de ayuda empresarial.
Tanta generosidad se debe ante todo (para no decir tan solo por) a las pésimas perspectivas electorales que las encuestas demoscópicas le atribuyen a Tsipras y Syriza (Alianza de las izquierdas), su aliado gubernamental. El otro aliado -Anel (Grecia independiente)- está ya en proceso de separación.
Típico de la política griega desde la época de los aqueos, el desencanto popular con Tsipras no se debe a las penurias económicas, sino al orgullo nacional. La decisión de los Gobiernos griego y macedonio de poner fin a la guerra de los nombres, aceptando que ese último país se denomine en el futuro Macedonia del Norte.
El acuerdo ha sido celebrado por toda Europa y rechazado con rabia por la mayoría de las poblaciones de los dos países afectados. El 70% de los griegos consultados consideran el acuerdo un error y los griegos septentrionales, incluso una traición nacional. En Macedonia los sentimientos son parejos. Tan fuerte es esta ola de nacionalismo irracional, que Anel ha declarado públicamente que abandonará la coalición en el momento en que se firme el acuerdo greco-macedonio. El maximalismo patriótico de Anel lo explican las encuestas : desde hace un año largo, el partido está muy por debajo del 3% de expectativa de votos, mínimo exigido por la Constitución para entrar en el Parlamento.
Y en cuanto a lo que explica con qué recursos financiará Tsipras esa lluvia de millones, esos provienen de los sacrificios hechos por los griegos durante los años de austeridad con que el país evitó la bancarrota a principios del decenio. Fue justamente la irritación por esos sacrificios lo que llevó a Tsipras al poder en el 2015.
El superávit en estos años y el aplazamiento de la reducción de prestaciones sociales -impuesto a Atenas por los acreedores internacionales (un total de cerca de 2.500 millones de euros)- es la caja fuerte de la que sacará el Gobierno griego los regalos electorales. Unos regalos que no garantizan en absoluto la reelección.