‘Brexit’ en el laberinto de Alicia
El acuerdo técnico alcanzado esta semana entre la Unión Europea y el Reino Unido para la puesta en marcha del Brexit se produce en el último minuto, contrarreloj y al límite de las posibilidades de los técnicos negociadores de uno y otro bando. Podríamos decir que desde un punto de vista realista es el único acuerdo posible. Pero además, es un acuerdo entre la UE y Theresa May, que se ha lanzado a su propia piscina sin saber si hay agua. Se enfrenta ahora a su propio Gobierno, a su partido Conservador y la presión mediática pro Brexit para poder aprobarlo. La verdad es que ni el propio Lewis Carroll habría sido capaz de mejorar su narrativa de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, en comparación de la novela del género sinsentido, que están escribiendo las autoridades británicas en su peripecia en el laberinto del Brexit.
Para saber dónde estamos es imprescindible referirnos a los objetivos de salida que motivaron el apoyo al referéndum en el Reino Unido. Los británicos propagandistas del sí pretendían la expulsión de los ciudadanos extranjeros, cosa que no ocurrirá en el caso de los europeos, algo ya pactado hace meses. Querían dejar de pagar a la Unión Europea y, hasta al menos 2022 -de momento pagará 40.000 millones de libras- no será posible por acuerdo también ya alcanzado. En último lugar, vendieron la especie de que una vez se fueran de la Unión Europea seguirían gozando de los privilegios comerciales para exportar al continente sin aranceles en virtud de un hipotético acuerdo comercial posterior al Brexit. Y en la mejor expresión de las citadas aventuras de Alicia en el país de las maravillas, además nada iba a afectar al estatus sin frontera física de Irlanda del Norte con Irlanda. Todos estos objetivos se han venido abajo, en virtud de una férrea posición de la Unión Europea con líneas rojas muy claras que se han mantenido inalterables. En resumen, del Brexit solo queda el nombre.
Si vago y confuso es el acuerdo técnico alcanzado, aun más difícil es el camino por recorrer para su aprobación. Después de lograr el apoyo de su propio gabinete y de los embajadores de los Estados miembros y los ministros de Exteriores en Bruselas, se tendrá que celebrar una Cumbre de jefes de Gobierno a finales de noviembre para ratificar lo acordado. Quedará entonces el trance final en Westminster, cuando el Parlamento británico vote el acuerdo. Difícil será que los unionistas de Irlanda del Norte apoyen con su voto a May y lo mismo puede suceder previsiblemente con una buena parte de los diputados tories. Así las cosas, la aprobación del acuerdo podría depender de la posición de los laboristas. Es decir, la oposición debería convertirse en la muleta en la que apoyarse la primera ministra para salir del laberinto. Un no a este acuerdo nos abocaría a escenarios prácticamente impredecibles. Elecciones en el Reino Unido de incierto resultado o salida sin acuerdo y el consiguiente caos jurídico, todo podría suceder. Seguimos corriendo por los pasillos del laberinto en el jardín, mientras el conejo loco mira una y otra vez el reloj porque se acaba el tiempo y la reina de corazones grita enloquecida: ¡que le corten la cabeza!
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