Navarra nunca defrauda. Ofrece desiertos, como las Bardenas Reales; selvas, como la de Irati; localidades monumentales como Izarra o Tutera; encantadoras poblaciones de montaña como Otxagabia o Isaba; paisajes con embrujo, como Zugarramurdi; otros con misterio, como el Baztán; y algunos que son cuna de deportistas de leyenda, como Leiza. Y muchas otras como Lesaka, Lanz, Tafalla. Un sin fin.
En todas partes, la gente es encantadora. Y la mesa se cuida con veneración. La huerta es espectacular, los pastos dan para buena carne y quesos excepcionales y los bosques presumen de setas, hongos y frutos rojos. El vino ofrece sorpresas mayúsculas mucho más allá de los afamados rosados. Las tradiciones se miman y la innovación se impulsa.
Iruña late en el corazón de ese universo tan apetecible en el que se conjugan el sol de la ribera del Ebro, las sofisticación del otro lado de los Pirineos y la clorofila vital de lo euskaldun. Para quien no conozca la ciudad conviene reservar al menos un par de días para disfrurarla.
Cabe pasear, o palear en canoa, el río Arga y sus orillas, que se unen con buenas zonas verdes, puentes de madera y arbolados que se agradecen en la canícula. Los jardines de Yamaguchi, la Taconera, Larraina y la Ciudadela completan ese pulmón verde. Ojo con la Ciudadela, que es lo que queda de una monumental fortificación renacentista, y que cuenta con varias salas de exposiciones en su baluartes.
En el casco urbano, los tres burgos medievales que dieron origen a la actual urbe, la catedral, la iglesia de San Saturnino, el Palacio Real, las murallas viejas y las huellas del Camino de Santiago. Por supuesto, la cuesta de Santo Domingo, la inconfundible casa consistorial y la Estafeta, ejes de un ambiente de tabernas, vinotecas y restaurantes que alimentan la calle. La plaza del Castillo, con su templete, los cafés históricos, y los vestigios de la Pompaelo romana unos metros bajo el enlosado. Al otro lado siguen las calles recoletas con sus pinchos, los fritos, las cañas y la buena gente. Más allá aún, el primer ensanche decimonónico, con su chic afrancesado y urbanismo continental. Vale la pena caminarlo con calma.
A medida que cae la tarde conviene recordar que Iruña es una ciudad universitaria. Goza de una oferta cultural inquieta, con efervescencia de conciertos, exposiciones y teatro, además de una dinámica vida nocturna.
Para niños: visita al Planetario
El cielo queda al alcance de la mano en Iruña. El plan ideal para proponer a chiquillería curiosa: un planetario rodeado por un parque, el de Yamaguchi. Cuenta con una sofisticada sala de proyecciones que proporciona una experiencia inmersiva en el firmamento. Recibe el nombre de 'Tornamira' y reúne estrellas, planetas y galaxias en movimiento en una cúpula que sitúa a quien la mira casi en el interior de la imagen. Además del proyector central, la sala cuenta con 50 proyectores de transparencias y veinte de efectos especiales controlados mediante sistemas informáticos. El sonido está a la altura.
El Planetario cuenta con una cartelera de películas especialmente realizadas para cúpulas. Se trata de producciones de carácter divulgativo y muchas de ellas específicamente dirigidas al público infantil. En ocasiones se suele combinar la película con la explicación del cielo en directo y noticias astronómicas.
Museo Oteiza: el legado del genio
El propio museo, más allá de la obra y los recuerdos que guarda, es expresión pura de la esencia de Jorge Oteiza. Se encuentra a media colina en el Valle de Egües, en la localidad de Alzuza, cerca de Iruña. En un entorno pastoril, junto a una tradicional casa con jardín, un edificio, escultórico en sí mismo, obra del arquitecto Saiz de Oiza, que dialoga con su contexto a través del hormigón, el metal y los ventanales.
En su interior, el taller donde leía y trabajaba el genio, sus objetos personales y la colección del trascendente creador guipuzcoano que marcó las corrientes artísticas a partir de la segunda mitad del siglo XX hasta su fallecimiento a principios del XXI.
En total, más de 1.500 esculturas y cientos de piezas de su laboratorio experimental, además de una extensa presencia de dibujos y collages.Lo absolutamente moderno junto a lo genuinamente tradicional. No se vaya sin caminar hasta lo alto de la colina y contemplar la escultura que debate allí con el paisaje rústico. Son cinco minutos. Hay visitas guiadas en euskera, castellano e inglés.
El Palacio de Olite: un viaje al medievo
Es el monumento medieval más importante de Navarra. Un castillo de película que se construyó a comienzos del siglo XV por iniciativa de Carlos III el Noble y su esposa Leonor de Trastámara. Está formado por un espectacular conjunto de patios, estancias y fosos, rematados por numerosas torres accesibles. Según testimonios de la época, fue uno de los palacios más lujosos de Europa en su época: disponía de jardines colgantes, agua corriente y lujosa decoración.
Reconstruido tras un incendio que lo devastó en 1813, es aún fiel reflejo del esplendor del reino de Navarra hace seis siglos. Se pueden realizar visitas libres o guiadas. Existe una opción específicamente dirigida al público de hasta 8 años. Se levanta en una reconocida zona vinícola donde varias prestigiosas bodegas cuentan con una rica oferta enoturística. Además, durante buena parte del verano, la localidad es sede de un interesante festival de teatro.