Capítulo uno: La Virgen Negra

Roma, capital de los Estados Pontificios, enero de 1658

No era la primera vez que Stefano Bracchi acudía al escenario de una misa negra. Vista una, vistas todas, se había dicho a regañadientes y en latín solo una hora antes, mientras su carruaje se abría paso a latigazos entre mendigos y rebaños de cabras hacia el lugar de la redada.

Se envolvió en su capa destemplado y tosió aparatosamente.

Descorrió con el dedo índice la cortinilla de la ventana y contempló con disgusto las largas gasas de niebla que se extendían sobre los sembrados.

Todas se daban en un espacio similar.

Una iglesia o capilla desacralizada con un altar donde una figura sacerdotal invertiría los elementos de la liturgia para mofarse groseramente de ella. Había de todo: aspersión de orina en lugar de agua bendita, el uso de hostias y cirios negros en lugar de rojos... pero, en cuanto llegó a aquel descampado tras la Porta Maggiore, supo que se enfrentaba a algo desconocido que iba mucho más allá de un juego orquestado por sacerdotes renegados de puerta trasera, boticarios turbios o echadoras de cartas.

Los guardias le señalaron un agujero en el suelo a los pies de un ficus gigante que parecía haber sobrevivido desde la época del Imperio.

—Es por aquí —dijo uno.

—¿Bajo tierra? —preguntó Bracchi con fastidio—. Me informaron de que era una iglesia, no una catacumba. No he venido preparado.

Los guardias parecieron buscar las palabras dentro de un pastoso silencio.

—No sabríamos cómo describir lo de ahí abajo, mi señor...

Mejor que lo vea usted mismo.

La ficha

  • Título: ‘La Toffana’
  • Autora: Vanessa Montfort
  • Género: Novela
  • Editorial: Espasa
  • Páginas: 544

El inquisidor rechazó de mala gana la mano que le ofrecía el guardia, por Cristo bendito..., y se sujetó el hábito negro tras tantear entre el lodo lo que parecía un primer escalón de piedra.

—Al parecer, es una antigua basílica que en su día se construyó subterránea —escuchó decir en la oscuridad al que iba delante.

Así, fueron bajando en fila por aquella escalera dando resbalones, agarrados a unas cuerdas que servían de pasamanos.

Una vez abajo, la humedad era tan sólida que a Bracchi le impidió respirar. Desde que llegó a Roma cuando era niño, la bruma le daba fatiga y pasó las de Caín para adaptarse.

Se frotó los ojos y, al abrirlos, flotaba en su interior un cosmos de partículas de tierra.

—Sígame —escuchó un poco más adelante.

La portada de 'La Toffana'. Cedida

Le olió a resina, a cueva y a algún compuesto quemado. Y entonces, en la penumbra tan solo iluminada aquí y allá por la luz temblona de las antorchas, se encontró para su asombro en una nave larga y altísima que comunicaba con otras dos más, decoradas con todo tipo de símbolos que al principio le costó distinguir. Intentó avanzar, pero de pronto sintió que algo o alguien salido de la oscuridad le daba un tirón seco de la capucha. La sangre se le coaguló en las venas porque estaba seguro de que no venía nadie detrás; no, no venía nadie, y aún tardó unos segundos en reaccionar y darse cuenta de que aquella mano de dedos nudosos no era más que uno de los apéndices del árbol. Sus raíces se habían abierto camino a través de los siglos creando una compleja maraña de tendones que invadían todo el espacio en su desesperada búsqueda de agua.

Por un momento le pareció estar atrapado en el vientre del mismísimo diablo. Intentó sacudirse esa imagen porque se parecía demasiado a algunas de sus frecuentes visiones del infierno.

¿Quién podía haber tenido noticia de aquel tenebroso lugar?

El frío le atravesó la carne como un fantasma. A cada paso, los zapatos se le hundían en una arcilla pegajosa y estuvo a punto de perder uno. Así, fue apartando como pudo aquella cortina de madera hasta que vislumbró un altar al fondo.

Bracchi se acercó despacio mientras uno de los guardias que lo seguía con un farol lo informaba del alijo que ya habían podido identificar: había velas fabricadas con grasa humana, le señaló unas urnas de mármol; había órganos vitales untados con un ungüento que, según el forense, parecía conservar los tejidos, puede que para momificarlos o incluso prepararlos para el consumo humano; había un hígado y un corazón en los que se apreciaban dentelladas de un animal grande, posiblemente un perro o quién sabe si un niño.

Bracchi tomó una de las urnas y acercó la nariz. Sí, desde luego era extraña la ausencia de putrefacción. Entre los objetos habían encontrado también grimorios, inciensos y una gran variedad de ingredientes, sobre todo leche materna y bolsitas de un polvo extraído posiblemente de sangre menstrual.

Ni rastro de Satanás, ni machos cabríos ni cruces boca abajo, como habría sido lo habitual. Solo un triángulo invertido aparecía arañado sobre los sillares. Sin duda, una mofa del símbolo de Dios, especuló.

Con la voz reseca, Bracchi pidió una antorcha y fue iluminando fragmentos de aquel monumento al inframundo: en el techo, entre frescos y relieves de estuco uno de los expertos había podido distinguir símbolos astronómicos, caracteres químicos —el rombo del latón, el sol del oro...— y ritos paganos que representaban la transmigración de las almas y los secretos de la tradición iniciática. En las bóvedas convivían dioses de todos los cultos, por los capiteles corrían panteras aladas, duendes y estilizados ángeles posados con delicadeza sobre signos del zodiaco... Medea ofreciendo una poción mágica al dragón, Safo arrojándose al mar embravecido y referencias a los misterios pitagóricos. De las raíces del árbol colgaban reliquias antiguas y cráneos de animales. Por María Santísima...: allí abajo había combustible suficiente para alimentar docenas de creencias.

SOBRE LAAUTORA

Vanessa Montfort (Barcelona, 1975) es novelista, dramaturga y directora teatral, y está considerada una de las voces destacadas de la reciente literatura española. Ha publicado El ingrediente secreto (XI Premio Ateneo Joven de Sevilla, 2006); Mitología de Nueva York (XI Premio Ateneo de Sevilla, 2010); La leyenda de la isla sin voz (Premio Internacional Ciudad de Zaragoza de novela histórica), y Mujeres que compran flores, con 29 ediciones en España y cuyos derechos han sido vendidos a más de 15 países; El sueño de la crisálida y La mujer sin nombre, en la que recupera a la escritora María Lejárraga. Su obra teatral cuenta con traducciones a una decena de lenguas.

Pero Bracchi ya no podía ver aquellos símbolos.

Solo era capaz de contemplar hipnotizado la figura que tenía delante y que lo llevó a tantear con sus dedos nerviosos la cruz de los dominicos que colgaba de su cuello para protegerle.

—Que Dios nos asista... —murmuró.

Tras el altar, en una capilla excavada con profundidad en la roca y rodeada de velas consumidas, el esqueleto de una virgen bajo un manto negro daba de mamar a su también esquelético feto.

Rodeó el tabernáculo sin apartar la vista de ella, donde ni siquiera los guardias se habían atrevido a acercarse.

—Dicen que es la Virgen Negra, mi señor —susurró uno de ellos.

También había escuchado la leyenda. Tan solo unos días atrás un vecino del Borgo se había arrojado al Tíber suplicando perdón a gritos a dicha Virgen, arrepentido por darle tan mala vida a su familia. Los sacerdotes cada vez recibían más confesiones de mujeres que admitían haberla invocado para resolver las tragedias más variadas, pero hasta entonces no había pasado de ser una superstición más que no se apoyaba en hallazgos físicos.

Aquello ya era otra cosa.

Como si temiera despertarla, el inquisidor la iluminó lentamente con su antorcha: la sonrisa macabra contemplando el montoncito de huesos al que había dado la vida, los dedos afilados, a los que les habían crecido las uñas, sujetaban el pequeño cráneo empeñada en prenderlo de esa nada que una vez fue carne y leche... Una gran ansiedad le obligó a apartar la luz de aquella criatura que, sin duda, pertenecía a las tinieblas.

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Una vez le escuchó decir a un exorcista de Siena que el demonio temía más a la invocación de María que a la de Jesucristo, porque ella nos protegía con la fuerza de una madre.

El inquisidor le entregó la antorcha al guardia que temblaba a su lado. Si era cierto que existía una representación de la Virgen en el infierno, todos estaban en peligro.