—Quen cho dixo?

—Dixérono no porto e a nova voou como gaivota de mar. Pero dixeron máis.

—Que máis dixeron?

—Que, como criada e ama pariron ao mesmo tempo, iso é cousa de meigas.*

* —Dicen que hubo parto en el pazo de los Valdés.

—¿Quién te lo dijo?

—Lo dijeron en el puerto y la noticia voló como gaviota de mar. Pero dijeron más.

—¿Qué más dijeron?

—Que, como criada y ama parieron al mismo tiempo, eso es cosa de brujas.

Portada de 'Las hijas de la criada'.

PRIMERA PARTE

PUNTA DO BICO, FEBRERO DE 1900

Hay historias que permanecen escondidas durante siglos y merecen ser contadas. Historias de familias que se desvanecen con sus muertos, sepultadas bajo sus cenizas. La que empezó a forjarse tras los muros del pazo de Espíritu Santo es una de ellas.

Hasta ahora nadie se había atrevido a escribirla.

Aunque voló como gaviota de mar.

Cuando los señores Valdés terminaron de cenar, el olor de la ría entró en el comedor y los persiguió hasta la sala de la chimenea, donde doña Inés sintió el frío del parto.

Llevaba varios días revuelta, pero no lo esperaba tan pronto. El parto previsto era el de la Renata, casada con Domingo, matrimonio de guardeses y campesinos de las tierras del pazo de Espíritu Santo.

La conjetura de que lo que iba a suceder en cuestión de horas también lo supiera don Gustavo Valdés se que daría en eso, en una conjetura. En realidad, nadie podría confirmar lo que pasó después de aquella noche, lluviosa como todas las de febrero en Punta do Bico, provincia de Pontevedra.

El viento del norte zarandeaba los cristales y amenazaba con romperlos en una de sus furiosas embestidas. Don Gustavo azuzó los leños de la chimenea y se sumergió en la lectura de un artículo sobre el cultivo de la remolacha que, de un tiempo a esa parte, se había revelado como un tubérculo interesante de cara a su explotación azucarera.

Doña Inés dijo que tenía contracciones, pero su marido no le prestó atención ni reparó en el púrpura de la cuenca de sus ojos ni en lo baja que tenía la tripa, vencida hacia los muslos. Distantes como estaban — él en su orejero, ella en la butaca tapizada a juego—, tampoco pudo advertir que doña Inés ardía de fiebre.

—No me encuentro bien, Gustavo — volvió a decir.

El marido levantó la vista del periódico.

—Acuéstate, mi amor. Ahora subo yo.

Doña Inés miró a su marido y lo vio tan embebido en El Faro que lo dejó estar. Salió de la sala y asomó la nariz en la cocina para pedir a Isabela, la criada, que le preparara una infusión bien caliente.

—Aunque no sé si llegaré a tomarla. Me siento a morir.

—¿Qué le pasa a mi señora?

—Me duele aquí.

Señaló con los dedos la zona baja de la barriga.

—Como si me estuvieran rajando la tripa.

—Suba a su habitación y yo le llevo una manzanilla.

—Manzanilla, no, Isabela. Tráigame una tila.

—¿Una tila?

—Sí, Isabela, una tila. ¿Jaime está dormido?

—Sí, señora. Como un ángel. No se preocupe por el niño. Suba, que enseguida llego yo. Tiene usted muy mala cara.

—¿Y la Renata?

La señora preguntó por la otra criada porque antes de acostarse le gustaba pasar revista a la intendencia.

—Se encerró en la casa a las seis de la tarde.

—¿Y no ha vuelto a salir?

—No, señora.

—¿De Domingo sabe algo?

—Andará en la cantina — contestó Isabela.

Doña Inés sintió un pinchazo en la barriga que la dobló hasta el suelo.

—¡Qué mala estoy! Para mí que nace hoy.

—Ay, no, señora. No diga eso. Que es domingo. Y no avisamos a la partera. ¡No le daría tiempo a llegar desde Vigo! ¡Es domingo! — repitió angustiada.

—¿Estará despierto el doctor Cubedo?

—No puedo saberlo, señora. Pero ya sabe que el doctor Cubedo no es de partos.

—Da igual. Vaya a buscarlo, por favor.

—¿Y dónde lo busco a estas horas?

—Estará en su casa o qué sé yo — contestó doña Inés.

Sujetándose la barriga con las dos manos, consiguió subir las escaleras que llevaban a la alcoba principal, y fue tumbarse en la cama y empezar a sentir unas contracciones desconocidas. No se parecían en nada a las que anunciaron

la llegada de su primer hijo, Jaime, el año anterior.

Eran secas y punzantes. Se tocó bajo el vientre y sacó la mano ensangrentada.

—¡Isabela! ¡Isabela! ¡No hay tiempo que perder!

—¿La que grita así es la señora? — preguntó sobresaltado don Gustavo.

Tiró el periódico al suelo y corrió escaleras arriba mientras Isabela, sin contestar a su señor, voló a buscar al doctor Cubedo. Lo encontró con el pijama puesto y a punto de torcer la barbilla hasta el día siguiente.

—Doctor, tiene que venir al pazo de los señores Valdés.

Doña Inés se ha puesto de parto. ¡Se nos muere!

—¡Qué exagerada, mujer!

—No exagero ni un poco. Dice que siente como si le estuvieran rajando la tripa. ¡Aún no le tocaba, doctor! Dese prisa, por lo que más quiera.

—¿Cuánto le faltaba?

—¡Lo menos tres semanas!

—Según tus cálculos...

—Sí, señor. Según mis cálculos.

Fue tal la insistencia de la criada que el médico salió con lo puesto. Apenas le dio tiempo a echarse un abrigo por los hombros y a agarrar el maletín, olvidando el paraguas para la lluvia incesante. El barro de los caminos les impedía correr, a riesgo de escurrirse en cualquier momento, y el doctor Cubedo no estaba para sustos. Los perros aullaron y los gatos huyeron al oír el crujido de la verja del pazo. Subieron los peldaños de dos en dos, calados hasta los huesos y empapando la madera en cada zancada. En la habitación de los señores Valdés, don Gustavo parecía un alma en pena a los pies de la cama donde doña Inés había empezado a parir sin parir.

—¡Por lo que más quiera, doctor Cubedo, salve a mi mujer! — sollozó.

—No me diga eso, don Gustavo, que no es más que un parto.

—Este parto viene mal — sentenció el señor.

El médico se santiguó, se quitó la ropa mojada y se vistió una camisa seca y un pantalón de don Gustavo que le quedaba inmenso. El doctor Cubedo era un saco de huesos, metido de vientre, que no había manera de engordar.

—¿Dónde está el baño? Necesito lavarme las manos.

Isabela condujo al médico.

—Escucha, muchacha. Hierve agua y me la traes cuando esté templada — le ordenó mientras se aseaba.

Salió del lavabo con las manos aún goteando, se acercó a doña Inés y con la comisura de los labios comprobó que estaba ardiendo.

—Tenemos que desnudarla. Hay que bajar esta fiebre.

Desnudaron a la señora entre don Gustavo y el doctor, que mal que bien ayudó lo que pudo porque no había tiempo ni espacio para el recato.

—Cúbrala con una sábana fina y pida ropa vieja a la criada.

—Doctor, está sangrando — musitó don Gustavo al ver un reguero amarronado entre sus piernas.

Cubedo pidió el auxilio de alguna criada más, pero el señor dijo que, por ser domingo, la Renata ya se había retirado.

—Pero es una emergencia — replicó el médico.

—Es domingo y está descansando — contestó rotundo don Gustavo.

A Isabela, que lo oyó al entrar cargada con la palangana recién hervida, le corrió la rabia por las venas, pero no dijo nada porque, a fin de cuentas, ella también era criada de ese pazo y no quería jugarse los cuartos.

El doctor Cubedo se atropellaba dando órdenes a Isabela.

—Trae aquí el agua, trae el alcohol para desinfectar, trae mi maletín, trae...

—Voy, doctor, voy.

—¿No da tiempo a que venga la partera de Vigo? — preguntó el médico.

—No da tiempo, no — se lamentó Isabela.

Cubedo se sintió tan desasistido que la mandó al pazo de los señores de la Sardina.

—Su criada tiene mano en los partos — dijo.

—¡De animales, doctor! — exclamó la muchacha.

—¡Qué demonios importa ahora!

—¡Y es ciega! — Isabela no podía concebir que aquella criada fuera la solución.

Don Gustavo negó tres veces con una furia que sólo él podía justificar.

—¡No, no, no! Bajo ningún concepto. En esta casa no entrará nadie que venga de ese pazo.

—Señor Valdés, no hay más remedio. ¡Necesito ayuda! — clamó el médico—. Ciega, tuerta o como sea. 

SOBRE LA AUTORA

Sonsoles Ónega (Madrid, 1977) es periodista, licenciada por la Universidad San Pablo CEU de Madrid. Ha trabajado en CNN+ y Noticias Cuatro, y fue corresponsal parlamentaria de Informativos Tele 5 desde 2008 hasta 2018. Entre 2018 y 2022 presentó distintos formatos televisivos en Mediaset, como Ya es mediodía o Ya son las ocho. Desde octubre de 2022 está al frente del magacín Y ahora Sonsoles en Antena 3. Es autora de las novelas Calle Habana, esquina Obispo; Donde Dios no estuvo; Encuentros en Bonaval; Nosotras que lo quisimos todo; Después del amor (Premio de Novela Fernando Lara 2017) y Mil besos prohibidos. Su última novela, Las hijas de la criada, ha sido galardonada con el Premio Planeta 2023.