Dicen que en algunos países del centro y norte de Europa la emancipación es hasta una obsesión, ya que por ejemplo en Berlín lo habitual es que los adolescentes dejen la casa familiar al cumplir 18 años. Ni uno más. Allí comentan que, además, luego no se ven demasiado entre familia-es y que no es tan frecuente como en nuestros lares que los hijos vayan a comer a casa de los padres.

O viceversa. Lo de la independencia les marca, con pisos compartidos entre estudiantes -o estudiantes que a la vez trabajan-, y en los que cada compañero de piso cuenta con una habitación de incluso más de 20 metros cuadrados. De modo que en cada habitáculo se puede estudiar, leer, escuchar música, llevarse a alguien a pasar el rato y hasta comer o dar una fiesta entre amigos. Hay espacio para todo. Los lugares comunes son la cocina y el aseo.

Esa mentalidad de compartir piso está muy extendida en la capital alemana en concreto, donde además llama la atención los pocos ascensores que hay. Así que mudarte, hacer la compra, o cargar con la bici, conlleva tener buen fondo físico, porque muchas veces la oferta es de un cuarto o un quinto piso sin ascensor. Una vez que se comienza a convivir, las tareas domésticas se reparten con calendarios y artilugios similares, que se llevan mejor en caso de que los componen- tes de la convivencia tengan buen feeling entre ellos.

Es una corriente común en toda Europa y en Estados Unidos que la gente joven comparta piso durante un curso, o bien por temporadas, para hacer un trabajo puntual en una ciudad, unos estudios concretos o bien tantear su futuro en ese destino. En algunos casos la intimidad llega a niveles de amistad muy grandes y los hay que comparten piso durante años y años, incluso teniendo pareja estable. El caso es que en edades más avanzadas suele surgir la duda sobre qué es más conveniente para los abuelos y también para sus allegados. Porque, además de la opción de las residencias especializadas, en algunos casos son los propios mayores quienes no quieren molestar a sus hijos y buscan opciones alternativas y más creativas.

ENVEJECER ENTRE AMIGOS

En unos tiempos en los que se comparte casi todo, y en que Airbnb y otro tipo de fórmulas de búsqueda de habitaciones funcionan con solvencia, la gente mayor no se queda al margen de tal inercia. Así, comienza a sonar el cohousing para mayores como una fórmula que consigue que viejos amigos puedan compartir vivienda, cargas domésticas, gastos, etc., sin tener que recurrir a sus hijos. Con más independencia y nueva alegría de vivir. Así, los espacios donde los adultos mayo- res tienen viviendas individuales pero comparten espacios comunes son tendencia mundial y suman adeptos en países como Argentina.

Un modelo de viviendas colaborativas que avanza en todo el planeta de la mano de una creciente longevidad y que es conocido como cohousing o covivienda, pro- poniendo una forma de vida que recupera valores solidarios y de colaboración mutua entre personas que viven en proximidad y que en este caso concreto se suelen conocer previamente. La vejez más leve y compartida 'Cohousing' Aunque este anglicismo ( housing vivienda colaborativa nía, es cierto que el concepto va arraigan- do por momentos. No es la primera vez que tomando algo en el bar o en una comida familiar hemos oído la pregunta: "¿Y si nos jubilamos juntos?".

La motivación puede ser diversa, ya que en el grupo poblacional de mayor edad puede nacer en oposición a un futuro no deseado ("no quiero ser una carga para mis hijos" o "no voy a poder pagar los cuidados si los necesito"), aunque también pesa la autonomía: "No quiero que nadie decida por mí dónde o cómo voy a vivir", como otro razonamiento que surge entre los mayores. Y es que lo que aporta esta fórmula no es baladí: envejecimiento activo, soporte emocional de una comunidad en la que sentirse incluido, ahorro económico, un entorno capacitante don- de emprender proyectos y adaptable a unas necesidades cambiantes, diversión...

NACIDO EN DINAMARCA

El cohousing nació en los años 70 en Dinamarca y Holanda partiendo de las necesidades de familias jóvenes. En oposición al modelo comunal, el cohousing permitía, conservando en todo momento una economía propia y la vivienda de uso privativo, compartir labores domésticas, crianza de niños, etc. Rápidamente se extendió en esos países y en otros. En los años 80, cuando algunos de aquellos pioneros comenzaron a envejecer, descubrieron que sus necesidades eran diferentes que las de las personas más jóvenes y empezaron a crear comunidades senior. En algunos casos, hay quienes quieren encontrarse entre personas afines y piensan que un rango similar de edad ayuda. Aun así, la vida en esas comunidades es verdaderamente intergeneracional, ya que están abiertas al barrio o comunidad más amplia.

En Argentina, el senior cohousing se adelantó al de jóvenes familias. Allí está naciendo desde la iniciativa de personas mayores que buscan una oportunidad de vida más rica, activa y con más futuro que la jubilación como mero retiro. Myriam Ribes, ginecóloga y sexóloga que suele dar conferencias sobre el sexo en edades avanzadas, admite que no conoce casos de personas que compartan vivienda de mayores, pero apunta que "compartir piso tras la jubilación es una idea magnífica que siempre me ha atraído. Aunque no conozco aún ningún caso que lo ofrezca en mi ámbito".

Entre sus amigos "siempre hemos hablado de vender nuestras casas y comprar una grande con tres habitaciones, una para cada pareja, zonas comunes y cuidador o cuidadora común. Para mí es una gran idea. Y si una empresa lo gestionara sería estupendo", afirma. Desde luego, al margen de otras consideraciones, el precio de los pisos sigue en aumento a unos niveles significativos en el Norte peninsular, de tal modo que toda iniciativa que abarate costes de vivienda será bienvenida. La falta de espacio y el nivel de vida de las ciudades empuja a tomar decisiones diferentes a las convencionales.

* Este es el último artículo escrito por nuestra compañera periodista Cristina Martínez Sacristán, fallecida en Bilbao el pasado 23 de febrero. Goian bego.