Hace trece años llegó a pesar, kilo arriba, kilo abajo, casi lo mismo que el profesor con obesidad mórbida al que le falta el aliento en La Ballena. Desde entonces, se ha subido a la báscula todos los viernes y apuntado la cifra menguante en un Excel. “Tengo que estar siempre peleando con ese gordo que tengo dentro. A veces me gana el gordo, pero muchísimas veces gano yo”, dice, sirviendo raciones de su inagotable sentido del humor, el cocinero David de Jorge, que a sus 53 años trata de “envejecer con dignidad”.

¿Cuándo empezó a sufrir obesidad?

He sido gordo toda la vida, desde muy crío. Yo creo que tenía sobrepeso ya siendo un feto. Siempre me ha gustado comer, he sido muy zampón. Lo que pasa es que en mi caso lo llevé a un extremo muy salvaje porque llegué a pesar 267 kilos. Llevo ya un montón de años desandando ese camino e intentando que el día que me metan en la caja de pino los que me entierren no tengan que pagar un suplemento de ataúd más grande. En esa pelea estoy ahora.

¿Sufrió ‘bullying’ de chaval, como la protagonista de ‘Cerdita’?

No. Cuando yo era crío sufría bullying el gordo, el flaco, el alto, el de las gafas, el amanerado, el que jugaba muy bien a fútbol, el empollón... Había tensión en los 43 individuos que formábamos la clase. Yo no tengo ninguna sensación de que se cebaran solamente con el gordo. Yo me cebaba con el flaco, el flaco se cebaba conmigo, el gafotas con el espigado y el espigado con el torpe. No tengo en ese sentido nada que denunciar. He vivido una adolescencia superdisfrutona y los amigos que tengo son los que hice entonces.

¿Qué recuerdo tiene más nítido de cuando alcanzó su peso máximo?

Con 40 años llegué a pesar 267 kilos y era tal la fatiga y el esfuerzo que tenía que hacer todos los días que me hubiera dado igual morirme. Empieza a flaquearte la energía porque pesas mucho y llega un momento en que te autoconvences de que has vivido a pleno pulmón, no puedes con tu alma y dices: bueno, yo ya he hecho lo que tenía que hacer, he sido cocinero, que es lo que más me gusta, me he comido y bebido todo, tengo una familia y una pareja increíbles y si mañana me tengo que morir, pues me muero. Ese es el recuerdo más chungo que tengo. Nadie se quiere morir y tener ese pensamiento es muy duro.

También lo sería para su familia...

Cuando me di cuenta de que esto no lo podía solucionar yo y de que necesitaba ayuda, mi mujer, Eli, me dijo: No sabes la alegría que me das. Yo es que me veía viuda joven, veía que te ibas a morir. Son cosas que no se te olvidan. Han pasado trece años desde que decidí coger el toro por los cuernos y dar la vuelta a la situación y estoy muy contento.

¿Qué secuelas físicas le ha dejado la obesidad mórbida que sufrió?

Con 40 años tenía unos análisis de puta madre y los sigo teniendo como un adolescente, pero recuerdo que el equipo médico de Vitoria que me salvó la vida me dijo: Cuando tengas 50 años te acordarás de nosotros porque tendrás las rodillas molidas. Y ha pasado, porque imagínate el peso que han soportado durante tanto tiempo, pero son daños colaterales. Si tengo salud y suerte, dentro de un montón de años me tocará ponerme prótesis de rodilla. Ojalá llegue el momento porque tiene solución. Afortunadamente no tengo ninguna otra secuela porque hace ya mucho tiempo que estoy metido en una vereda tropical de cuidarme.

¿No se permite ningún ‘pecado’, gastronómicamente hablando?

De vez en cuando me pongo mi bocadillo de tortilla, me bebo mi botella de vino, pero estoy mejor que nunca. Me pasa justo lo contrario que a mi entorno más cercano. Toda la vida han sido sanos, se han cuidado, han hecho deporte y ahora les duele todo. Yo, como con 40 años me quería morir y llevo 13 años rejuveneciendo, no me quejo de nada.

Es lo que tiene tocar fondo...

Estoy mejor que en toda mi vida. Me levanto como un muelle, me duelen las rodillas de vez en cuando, pero es pasajero, me agacho, me levanto, me meto en un avión, me pongo el cinturón de seguridad en cualquier coche... Me encuentro como Dios, así que virgencita, virgencita, que me quede como estoy.

Salud aparte, la obesidad mórbida le afectaría también a nivel social, laboral... en todos los ámbitos.

Una obesidad de esas te afecta cada segundo de tu día porque estás condicionado por ese peso tan grande. Cuando eres joven, lo suples con energía: te montas en una moto, en un avión y coges dos asientos porque no cabes en uno..., pero llega un momento en el que vas perdiendo el aliento y te das de bruces con un problema enorme. Te acuerdas de tu obesidad desde el minuto uno porque levantarte de la cama ya es un trabajo hercúleo. Yo tenía que plantearme los despegues y los aterrizajes en mi cama como los pilotos en el aeropuerto de Bilbao.

¿Qué otros actos cotidianos le costaban un triunfo por su peso?

El aseo personal, la movilidad... Todo es complicado. No puedes andar porque te cuesta respirar. A pesar de todo, hacía un programa de cocina y era la hostia, pero estar muy gordo es una gran putada. Ahora estoy un poco relleno, estoy gordito y superorgulloso, pero cuando hablamos de obesidades tan complicadas es una putada muy gorda.

¿Hubo algún hecho concreto que le hiciera saltar el resorte, decir ‘hasta aquí’ y dar un viraje a su vida?

Cuando ya dices: Esto lo tengo que arreglar de una puta vez o me muero, te pones a la faena. Yo me he preocupado toda la vida de todo el mundo. Si llegas a una situación de esas es porque te has preocupado poco de ti y en aquel momento dije: En primer plano mi salud. Mi entorno personal y profesional me apoyó y sigo rodeado de los mismos.

Le pusieron un balón gástrico, le hicieron una reducción de estómago y una abdominoplastia. ¿Qué fue lo más duro de ese proceso?

No me gustaría que nadie que estuviera en una situación jodida se pueda desanimar. No te voy a decir que el camino de desandar, de resolver toda esta movida ha sido fácil, pero lo duro era cuando yo tenía 267 kilos encima y no podía con mi vida. Habrá mogollón de gente que estará muy gorda, en un pozo en el que no puede salir porque no tiene recursos o no sabe con quién hablar. Me gustaría que sepan que tiene solución y que se puede arreglar, que lo que hay que hacer es buscar un buen equipo de médicos, rodearse de gente que te quiera ayudar y dedicarse el tiempo a uno mismo.

¿Algún consejo para quien se vaya a someter a esas intervenciones?

Yo me puse un balón gástrico y adelgacé 60 kilos. Luego me hice una reducción de estómago y fui llegando a un peso normal. Hace tres o cuatro años me hice una abdominoplastia porque tenía un montón de piel y la tuve que quitar. Cuando te enfrentas a estas cirugías, si el médico te dice: Tienes que estar un mes haciendo esto, tienes que hacerlo y no irte de pinchos ni estar pensado en cuándo me voy a comer mi primer cordero al horno. Si te pones en mano de profesionales y haces las cosas que tienes que hacer y le pones empeño, lo puedes resolver.

Hay que ser disciplinado.

Todo eso no es la solución definitiva. Luego tienes que entrar en una reeducación, que es en lo que estoy yo ahora, no saltarte las comidas, andar por la vida con sentido común. Yo tengo una edad en la que no puedo comer como cuando tenía 30 o 40 años. Cada vez vas comiendo menos y siendo más selectivo. Ahora tengo muchísima más ilusión que antes por cocinar para mí, para mis clientes, por ir al mercado... La gente que está jodida me dice: ¿Voy a tener el mismo apetito de antes? ¿Voy a estar más feliz que cuando estaba gordo? Digo: ¿Tú te has visto en el espejo? Como vas a ser feliz si no puedes con tu alma. Vas a estar en un peso normal, a disfrutar de la comida y a envejecer con salud. Claro que hay gente que se muere en el quirófano, pero lo mismo que hay accidentes de avión o que te puedes matar con un coche.

El riesgo está en cualquier lugar.

En todos los lados. Cuando pesaba 267 kilos y pregunté a los médicos por el riesgo de lo que iba a ir viviendo, me dijeron: Tienes mucho más riesgo si te quedas como estás. Y es verdad. Yo era una bomba de relojería. En el momento en el que le pongas solución irás quitándote los boletos para palmarla. Y así ha sido.

¿Cuánto pesa en estos momentos?

Voy a mirar la tabla, porque apunto todos mis pesos. Tengo un Excel desde hace trece años en el teléfono y en el ordenador. Peso 135,4 y mi peso mínimo histórico es de 134. Estoy encantado, muy contento.

Tiene un pantalón corto de la talla 62 enmarcado en su despacho. ¿Para no olvidar y no volver atrás?

No. Es imposible que yo me vuelva a poner en un peso de esos. Me fui deshaciendo de la ropa que me tenía que hacer a medida cuando pesaba mucho. Ese pantalón, que es como una carpa de circo, era la última prenda que tenía y dije: Esto no lo puedo tirar. Cuando la peña lo ve y le digo que es un pantalón que yo usaba, flipa: ¿Me estás vacilando? Entonces les enseño fotos. Hostia, ¿qué me estás contando? Hay jóvenes que no me conocen.

¿Cómo resumiría en una frase cómo le ha cambiado la vida desde que redujo su peso a la mitad?

Hay una canción del rapero Kase.O, que se llama Renacimiento, y su letra es lo que yo siento. Ahora he vuelto a respirar por la nariz, he vuelto a ver la vida de colores. La vida es muy complicada y hay que dar muchas vueltas para comer las lentejas en casa, pero tener salud es lo máximo a lo que se puede aspirar. No tener salud es una gran putada.

Los protagonistas de las películas ‘La ballena’ y ‘Cerdita’ sufren obesidad. ¿Algo que decir al respecto?

No he visto las películas y no quiero parecer Mahatma Gandhi, pero en el mundo falta amor, empatía, ponerse en el pellejo de la gente que sufre, que sale del armario, de los gordos, de los cojos, de la gente a la que le pegan en el colegio o a la que no le dejan ser hombre o mujer. Estamos todo el día con nuestros problemas del primer mundo y las chorradas de que se ha caído Twitter o ha perdido la Real y se nos olvida que la puta vida no es eso. La puta vida es otra cosa.