Ana Delgado Villodas cumplirá 55 años el mes que viene. Lo hará después de haber vuelto a la vida hace solo unos meses. En febrero de 2021, el hombre con el que compartía su vida desde hace 9 años y del que llevaba queriéndose separar desde hace tiempo, Santiago Martínez, de 63 años, la molió a palos con una barra hasta creer que la había matado. Le provocó heridas de tal magnitud y gravedad a esta mujer, enfermera en La Rioja, divorciada y con una hija, que su pronóstico era pésimo.
Los médicos de Urgencias y los especialistas en Neurocirugía y Neurorehabilitación confesaron a su familia que la supervivencia de Ana iba a ser un imposible. Su fuerza interior la llevó a rebatir a la ciencia. Estuvo casi 3 meses en la UCI. Pensaban que era imposible que volviera a andar y lo hace, aún temblorosa, pero con las dos piernas. Creían imposible que volviera a ver y lo hace con una mirada a veces perdida en el fondo, a veces triste, otras encendida y nerviosa. Le han operado dos veces del brazo izquierdo y le falta una parte importante del cráneo, donde requiere de una complicada intervención quirúrgica. Eso le afecta a la pérdida de olfato, tiene una sensación constante de frío, a menudo confunde algunos conceptos y sufre bruscos cambios de humor, propios de una persona que revive de un imposible. Aun así se dice que está cada día más tranquila y feliz por estar lejos de él. Acude tres días a la semana a Ubarmin a rehabilitación, también acude a consultas de neurología, de fisioterapia, de psiquiatría y a la asistenta social. Rara es la jornada que alguien no le habla de lo que ocurrió. Cuando tenga una perspectiva más real de sus secuelas, finalizará la instrucción penal del caso y se agilizará el proceso para juzgar a su agresor. Ese camino es aún largo.
¿Cómo se encuentra?
-Emocionalmente tengo un camino importante por recorrer. Las secuelas, aunque no parezca porque delante de mi familia no quiero estar mal, pienso en lo que ha pasado y me pongo triste. Orgánica y funcionalmente tengo muchas trabas, me tienen que abrir el cerebro y ponerme una craneotomía, tengo el brazo roto y me lo han operado dos veces, perdí el conocimiento y me llevaron muerta en helicóptero desde el polideportivo. Me cuesta caminar, me ha costado comer, tenía puestos varios tubos en la UCI por todos los sitios. Me ha costado porque mi familia estaba rota. Me gustaría vivir tranquila, intentar viajar lo máximo posible y volver a mi trabajo e intentar hacerlo con la máxima normalidad. Pero de esto no te recuperas nunca.
Habla de normalidad, de viajar...
-Sí, me gustaria retomar cosas así. El verano pasado estuve en una casita en el Cantábrico con mi familia, iba en silla de ruedas y me tenían que hacer casi de todo, pero estuvimos tranquilas y lo pasamos bien, sin grandes agobios.
¿Necesita ayuda para el día a día?
-Estoy viviendo en casa de mis padres muchos días. Me operaron del brazo izquierdo, que prácticamente no lo puedo mover porque es donde recibí la mayoría de golpes. No puedo hacer comidas, siempre he ido acompañada para el tema del equilibrio y necesitaba ayuda incluso para vestirme. Me acomodaron el baño para que, con una banqueta y un tirador, pudiera ser autónoma.
Ahora se va a cumplir un año de la agresión. ¿Le vienen mas cosas a la cabeza?
-Sí, me vienen más cosas porque ahora soy mas consciente de lo que pasó. Tengo facultades mentales algo alteradas, confundo objetos, no se si podré conducir por la mano, no puedo arrodillarme. Tengo taras a nivel mental y físico. Desde luego nunca voy a ser la de antes.
¿Cómo era la Ana de antes?
-Al surgir la pandemia, yo ya iba buscando abogados porque quería poner distancia con este hombre. Él era muy narcisista, todo lo centraba en él, siempre tenía la razón. Yo ya quería romper. Esta casa la compramos entre los dos, invertí mucho dinero en reformarla y ya entonces, al principio, cuando vinimos a vivir, me dejó en la calle. Aquella vez podía haber ido al cuartel, pero no quería jaleos. Estábamos recién llegados a esta casa y quería disfrutarla. Traje todos los muebles. El tema económico es el menos importante si hubiera habido empatía, amor, respeto, pero se quería mucho a sí mismo. Llegué a una situación de nerviosismo total por cuestiones económicas, solo se hacía lo que él decía, solo quería ir a pasear y poco más. Antes de la agresión acudí con unos abogados para iniciar los trámites.
¿Cómo era su relación?
-La relación estaba rota (eran pareja de hecho, ambos estaban divorciados de relaciones anteriores) desde hace tiempo, pero tocó la pandemia. Intenté ver una solución: que me quedara yo la casa, que se la quedara él o subastarla. Él no quería separarse, ni irse de aquí, solo quería seguir, seguir y seguir cuando la situación estaba muy rota. Yo no podía vivir con él para no tener roces. Yo trabajaba en Quel y hacía guardias en Arnedo. A veces dormía allí, trataba de hacer las máximas guardias posibles para no regresar a casa, convivir y que tuviéramos choques. Comíamos por partes en la cocina. Él dormía en la habitación de abajo y yo me iba a la de arriba, a la de mi hija (donde ocurrió la agresión). Pero ya al empezar a hablar de la posibilidad de acudir a abogados, en varias ocasiones me dijo que hiciera lo que quisiera pero que un juzgado no iba a entrar a esta casa. Era ya como una llamada, como una advertencia de que iba a pasar algo grave, pero nunca te imaginas esto. Mi familia sabía todo esto. Era un sufrimiento constante con él. No me dejaba ir de vacaciones con mi hermana o con mi hija. No accedía a nada. Teníamos enganchadas por temas muy banales desde hace tiempo.
Y un día ocurrió.
-El día anterior había tenido guardia en Quel y me hacía cargo de la residencia de ancianos. Luego hice guardia en Arnedo por la tarde. Llegué a casa a las diez de la noche. Estaba muy cansada, bebí agua de la nevera y me subí a la habitación porque estaba agotada. A la mañana siguiente, me iba a levantar y de repente le veo de pie en la habitación. Tenía en la mano una barra de hierro cuadrada, que acaba en T, como las que se usan en la vid. Empezó a decir: que te mato, que te mato y te voy a matar, porque ya no puedo más. Ya me tienes harto, no quiero abogados ni quiero nada. No voy a acudir al juzgado. Empezó a dar vueltas de un lado a otro de la cama y yo le decía que se tranquilizara, que haríamos las cosas de mutuo acuerdo, que podíamos acabar bien. Entonces me dirigió la maza a la cabeza y seguía diciendo lo mismo: que te mato, que no puedo más. Empezó a pegarme. Intenté frenar los golpes en la cabeza con el marco de un cuadro. Él se acercó aún más y me pegó por todos sitios. Me dejó machacada, perdía sangre por todos sitios... Perdí el conocimiento y creo que no sufrí tanto los golpes por eso, pero me dio por todos lados. En las paredes quedaron muchas huellas de todos los golpes que intentó darme y falló. Me dejó la cabeza partida.
Supongo que lo que viene luego ya se lo habrán contado. Él acude a la comisaría a decir que la había matado, entran en su casa, la trasladan en helicóptero, pasa meses en la UCI... ¿recuerda algo de todo eso?
-De la UCI, nada. La primera imagen que tengo al despertar es en el hospital San Juan de Dios. Los neurólogos y los neurocirujanos le dijeron a mi familia que estaba muerta, que tenía que pasar un milagro muy grande para que sobreviviera. Pero comencé a recuperar algo la conciencia y terminé despertando en abril. Mi familia me había puesto unos empapadores en los cristales para que no me viera el aspecto que tenía. Me recuerdo en el baño del hospital, mirándome al espejo con vendas en la cabeza. Pensé que había tenido un accidente. Al retomar la consciencia, empecé a preguntar por él, por qué no venía, por qué no le llamábamos. Lo hice hasta que mi hermana me contó lo que había pasado.
¿Y cómo reaccionó?
-Me quedé impactada, le dije: ¿de verdad que me ha hecho esto? Y, de repente, empecé a recordar todo lo que ocurrió. Me vino pronto todo a la cabeza. Llevaba 9 años de martirio con un hombre que no quería y aguantándole, pero no quería dar la marcha de separarse. Llegó un momento en el que me planteé irme a casa de mis padres, pero no les quería molestar porque se lo había hecho pasar mucho tiempo mal con el anterior divorcio. Ahora, viviendo en pareja con este hombre, no les quería molestar de nuevo.
¿Era la primera vez?
-En cierta manera ya me había amenazado aquella vez que me dejó fuera de casa, cuando me dejó tirada en la calle. Yo llevaba días sin hablarle porque quería tomar medidas para separarme, pero estaba de tal manera enganchada que no daba el paso.
Parece que se culpara de algo...
-Por supuesto que me echo en cara que no hubiera tomado una decisión antes. En el consultorio les hablaba de esto a mis pacientes, porque tenía alguna víctima de violencia, y les decía que no tenían que esperar, que había que actuar a la primera.
Pero no se reconocía en ellas.
-Sí, era una contradicción que llevaba dentro. Sí que llegó un momento en el que quería partir, desde hacía unos meses lo quería dejar, y la pandemia lo dificultó todo. La abogada le citó a él pero dijo que no quería hacer nada, no cedía ni movía un dedo.
Usted enfermera, él profesor...
-Este tipo de violencia solo entiende de personas, de momentos, de situaciones. Quería aguantar un poco porque esa semana yo creo que podía ser ya el momento. Llevaba demasiado tiempo sin actuar. Luego de esto todo el mundo me dio su apoyo, he de dar miles de gracias. Y pido actuar también, no solo salir con el lazo delante de la pancarta. Por eso hablo, quiero que las personas civilizadas tomemos conciencia, hay que prevenir todo esto. El cuerpo me pide contar la historia tal y como pasó. Esto se puede hacer de otra manera, a través de la custodia compartida, de la mediación, de diversas fórmulas que deben iniciarse desde la educación de los más pequeños. Pido Justicia para hombres y para mujeres por igual y que eso tenga unas consecuencias. Seguimos con esta lacra y seguiremos.
Cuando se conoce una tragedia reciente y cercana como el asesinato de Sara Pina, ¿cómo reacciona?
-Me duele mucho más una tragedia como la de Sara. Intento evitar estas noticias, pero a la vez quiero escucharlas. Y eso demuestra que se sigue matando.
En ese momento, la madre de Ana, Josefina, de 77 años, se levanta de la silla del cuarto de estar, junto a la cocina, donde había escuchado toda la entrevista e interviene: "Aquí lo único claro es que a mi hija y a todos nosotros nos ha destrozado la vida. Yo siempre que he traspasado esa puerta he tenido la sensación de que nunca estaba bien...".
"Nunca voy a volver a ser la de antes. No sé si podré volver a trabajar, a conducir, dependo de una craneotomía, tengo un brazo inerte..."
"Llevaba meses queriéndome separar de él, pero la pandemia lo dificultó todo. Y él no quería hacer nada, solo seguir y seguir"
"A las pacientes del consultorio en el que trabajaba que eran víctimas de violencia les solía decir que no esperaran a actuar"
"Aquel día me iba a levantar de la cama y le vi delante con una maza y solo gritaba: que te mato, que no aguanto más y te voy a matar"
"Me protegí con un cuadro y perdí el conocimiento. Me molió a palos. Incluso la pared tenía un montón de golpes que intentó darme"
"Desperté a los 2 meses de la agresión. Pregunté por él porque creía que yo estaba en el hospital por un accidente. Y luego recordé todo"