- El Nobel de Medicina ha distinguido a los estadounidenses David Julius y Ardem Patapoutian por descubrir los receptores de la temperatura y el tacto, revelando cómo los estímulos se trasladan al sistema nervioso, lo que ha permitido desarrollar tratamientos contra el dolor agudo y crónico.

Julius identificó un sensor en las terminaciones nerviosas de la piel que responde al calor y Patapouitian una nueva clase de sensores que reaccionan a estímulos mecánicos en la piel y en órganos internos, revelando “eslabones perdidos cruciales” en la comprensión de la relación entre los sentidos y el medio ambiente, señaló la Asamblea Nobel del Instituto Karolinska de Estocolmo. El fallo resalta que los hallazgos “pioneros” de los dos científicos han ayudado a comprender “cómo el calor, el frío y los estímulos mecánicos pueden poner en marcha los impulsos nerviosos que nos permiten percibir y adaptarnos al mundo que nos rodea”.

A finales de la década de 1990, Julius y su equipo de investigadores en la Universidad de California se dedicaron a estudiar cómo la capsaicina, alcaloide responsable del sabor característico de la guindilla chile, provocaba la sensación de quemazón en la boca al masticar ese fruto. Tras crear una biblioteca con millones de fragmentos de ADN correspondientes a genes expresados en neuronas sensoriales que pueden reaccionar al dolor, calor y tacto, acabaron identificando uno que podía hacer que las células fueran sensibles al calor, bautizado como TRPV1. Ese descubrimiento abrió el camino para encontrar otros receptores sensibles a las temperaturas, como el TRPM8, activado por el frío e identificado de forma separada por los galardonados con el Nobel de este año. Revelados los mecanismos para la sensación de temperatura, faltaba conocer cómo otros estímulos eran convertidos en nuestros sentidos de tacto y tensión, de lo que se encargaría Ardem Patapoutian, estadounidense de origen libanés que trabajaba en el instituto Scripps Research, también de California.

Patapoutian encontró primero una línea de células que desprendía una señal eléctrica medible en la que cada célula era recogida con una micropipeta, y acabó identificando el gen responsable de la fuerza mecánica del estiramiento, de la percepción de la presión en la piel y los vasos sanguíneos. Y bautizó ese gen y otro similar encontrado más tarde con la palabra griega para presión: piezo. Estudios posteriores revelaron que el receptor Piezo2 es esencial para la sensación del tacto y juega un papel determinante en la sensación de posición y movimiento corporales.