El impacto de la pandemia en la vida cotidiana ha convertido las rutinas de hace un año en privilegios y objetos de deseo. La enfermedad ha alterado nuestra forma de relacionarnos, de trabajar, de mostrar afecto... hasta el punto de anhelar los pequeños gestos del día a día. "El confinamiento de marzo supuso una disrupción total de los ritmos cotidianos en todos los sentidos: la vida familiar, social, laboral, económica... Fue como un evento catastrófico que marcó un antes y un después. Lo que pasa es que los seres humanos, hasta en las situaciones más anómalas, intentamos recuperar cierta normalidad y nos hemos ido adaptando a todo. Quién se hubiera imaginado que íbamos a ver normal que todo el mundo vaya con mascarilla por la calle", explica Imanol Zubero, doctor en Sociología y profesor titular en la UPV/EHU.
La pandemia nos ha dejado importantes lecciones, una de ellas es ser conscientes de nuestra vulnerabilidad como individuos y como sociedad, que un virus nos ha paralizado como nunca hubiéramos imaginado. "Eso nos debería llevar a ser más prudentes", señala el profesor de la UPV/EHU. Otra es darnos cuenta del valor de la cercanía y el contacto social. Las restricciones a la movilidad y al encuentro han ido variando a lo largo de los meses a medida que la pandemia avanzaba o retrocedía, y el ámbito social es el que más ha sufrido estas limitaciones. Y ahí, los jóvenes están siendo uno de los grupos más afectados.
"Las relaciones de los jóvenes están en construcción todavía y necesitan alimentar casi diariamente esa relación, primero para construirla, y luego porque les entra un poco de miedo de poder perderla. Eso es algo que la gente adulta no sufrimos tanto, nuestras relaciones están consolidadas y aguantan bien una época como esta", explica el doctor en sociología de la UPV/EHU. Y, a medida que la pandemia se alarga, se ha demostrado que las tecnologías no pueden suplir esas carencias de contacto físico, cada vez más notables.
"La gente no puede vivir sin esa experiencia física de la relación, sobre todo, la gente joven. Es muy difícil que mantengan la disciplina de cuatro en una mesa, hay un sentimiento, en el buen sentido, de rebaño. Y eso forma parte de las personas hasta que nos sentimos seguros y seguras respecto a nuestra personalidad e identidad, que nos construimos reflejándonos en otros y en otras".
"La vida que surge después de una catástrofe, en lo fundamental, es muy parecida a la que había antes". Imanol Zubero, Doctor en sociología
Sin embargo, a pesar de los cambios sociales abruptos que estamos sufriendo, Zubero no cree que la pandemia vaya a suponer un cambio social sustancial a largo plazo. "Los seres humanos, nuestra antropología, nuestra biología, no cambia. La vida que surge después de una catástrofe, en sus dimensiones fundamentales, es muy parecida a la que había antes, volveremos a recuperar lo que nos convierte en seres humanos. Es como le ocurre a una persona que ha sufrido una pérdida familiar cercana, hace el duelo y siempre recordará aquello que pasó, pero la vida vuelve un poco a sus cauces", argumenta Zubero.
"Porque lo que queremos recuperar es lo que nos constituye como seres felices, el contacto, el disfrute, encontrarnos con otra gente, que eso lo podamos hacer aquí cerca, en Hondarribia o Gasteiz, o lejos, en Cancún, va a ser lo de menos", añade.
El año del teletrabajo
Otro de los ámbitos que más cambios ha sufrido con la pandemia ha sido el laboral. El teletrabajo se introdujo en nuestras vidas de la noche a la mañana y nos mostró sus fortalezas y sus debilidades, pero, sobre todo, que queda mucho por andar en la materia. "La pandemia ha sido una máquina del tiempo, estamos en 2021, pero es como si estuviéramos en 2031. Lo que tenía que pasar en 10 años ha pasado en 10 meses y la digitalización ha entrado claramente en nuestras vidas", sostiene Xavier Ferràs, profesor de Dirección de Operaciones, Innovación y Data Sciences en ESADE. "Antes de la pandemia, hacer un zoom era casi ciencia ficción, pero ahora forma parte de la cotidianidad y ha venido para quedarse", continúa.
Como aspecto positivo, el teletrabajo puede beneficiar a una mejora en la conciliación de la vida familiar y laboral, pero también corremos el riesgo de estar enganchados al trabajo todo el día. "El éxito estará en encontrar el equilibrio", apunta el profesor de ESADE. "El escenario ideal sería una autodisciplina personal, saber gestionar ese nuevo escenario: cómo quiero hacerlo, a qué me quiero dedicar y a qué quiero dedicar mi tiempo", explica.
"Hay que legislar sobre cómo se van a comportar los mercados de trabajo del futuro". Xavier Ferràs, profesor de ESADE
Un paso muy importante será legislar en la materia. La ley del teletrabajo es un primer paso, pero harán falta más. "Este escenario nos puede llevar a una cierta precarización. Al final puedes plataformizar el trabajo, trabajar en tres sitios a la vez, unas horas en cada sitio, y corremos el peligro de una uberización del trabajo, donde haya mercados de trabajo digitales donde se entre y se salga muy fácilmente y en los que no haya regulación. Nos puede llevar a una desregulación absoluta que nos precarizaría. Hay que legislar sobre cómo se van a comportar los mercados de trabajo del futuro y también cómo se van a usar las tecnologías digitales. También hay que hacer un debate ético sobre la inteligencia artificial", apunta Ferràs.
"La pandemia es un gran acelerador, una de las conclusiones de la pandemia es que las grandes plataformas digitales se han revalorizado muchísimo: Apple, Google, Microsoft, Facebook y Amazon prácticamente han multiplicado por dos su valor financiero en un momento en el que la economía se hunde. Están invirtiendo grandes cantidades en I+D justamente para que estas tecnologías digitales estén por todas partes y esto es un cambio en la configuración mundial", advierte.
En este contexto de incertidumbre y constante estado de alarma, las tecnologías de la información también se han convertido en esenciales. Y con ellas se ha extendido también la desinformación sobre la pandemia. "Creo que vivimos en un mundo con exceso de información y, en muchos casos, ese exceso de información no tiene filtros. De tal manera que la sociedad tiene acceso a noticias perfectamente contrastadas junto a noticias que no son totalmente verídicas. Siempre hay algún movimiento que aún hoy en día cree que la tierra es plana. En ese contexto, llegan a la población en general informaciones que son erróneas que no tienen sentido y hay que tratar de evitar de una manera u otra", analiza Mario Mellado, director del Centro Nacional de Biotecnología del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
El golpe del covid
Por Javier Sádaba | Filósofo y catedrático de Ética en la Universidad Autónoma de Madrid
AL año del nacimiento del covid y a la espera de su defunción, es harto difícil decir algo nuevo sobre este recurrente ataque viral. Muchos son los que han hablado y siguen hablando sobre las causas, la evolución y las consecuencias de este virus. Unos son los científicos, que han mostrado, en general, una rapidez extraordinaria para combatirlo junto a elegante sobriedad en sus comentarios y previsiones. Desde la sociología, y son solo algunos ejemplos, se nos recuerda como hemos ido cambiando a causa de las mascarillas, los efectos intrafamiliares del confinamiento o los problemas mentales que produce el aislamiento y la perdida del contacto espontáneo en la calle. Por cierto, los avisos de unos y el miedo de otros no han impedido que en cuanto aparece un rayo de sol y se divisa una terraza caigan las mascarillas ante un restaurante.
Políticamente ha habido para todos los gustos, aunque prevaleciendo la crítica a los gobernantes. En este país, y a buen seguro en otros, la crítica se ha centrado, no sin razón, en la utilización de la pandemia como mercancía para comprar votos en vez del oído atento a las demandas, justificadas, de la gente.
Mi punto de vista, expuesto con brevedad, procede de mi gremio que no es otro sino el filosófico. ¿Qué quiero decir con esto?. Que hay un modo de mirar las cosas que toma distancia de lo inmediato, por urgente que esto sea. En determinadas circunstancias es necesario dar un parón y contemplarnos en el espejo de uno mismo. Debemos preguntarnos , sin dejar caer de las manos lo que día a día nos preocupa, por el sentido de nuestro existir. No se trata de puras especulaciones o de montarse en una nube. Cuando un acontecimiento, individual o colectivo, nos golpea con fuerza la reacción de un humano consciente no puede ser otra que cuestionarse que hace en este mundo. Y por qué lo hace.
Volvamos a la epidemia que padecemos. El virus es un diminuto ser biológico del que se discute si tiene vida o no .Sea lo que sea, nos ha acompañado siempre y es muy probable que continúe acompañándonos si antes no nos ha llevado a todos con las Parcas. De tiempo en tiempo saca su faz más terrible y de parasito acomodaticio y pasa a golpearnos como lo está haciendo ahora. Acabemos con el, sin duda. Defendámonos a nosotros, y a quien sea, de el. Pero, repito, volvamos sobre nosotros mismos. Aprovechemos la ocasión para cambiar de rumbo si es necesario. Y parece que es necesario. Es esta una sociedad decaída, dominada y en una fatal cuesta abajo. Especialmente desplazándose hacia la incultura democrática.
Al virus no le pidamos nada porque seria absurdo. Pero convendría que nos inocularamos a nosotros mismos el virus de la resistencia, de pararnos a pensar , de no aceptar, se vista como se vista, la mentira generalizada . Eso lo podemos hacer. Eso lo deberíamos hacer. Que se vaya el virus pero no nos inmunicemos solo contra él. La inmunidad ha de ser contra todo y todos los parásitos.