su imagen de intelectual frío y distante contrasta con la percepción que de él tienen quienes realmente le conocían. Ensalzan la figura de una “persona cercana y comprometida” con una sociedad diversa y compleja. El obispo emérito José María Setién fue un hombre de vida sencilla, cuya trayectoria estuvo sujeta siempre a interpretaciones dispares. Sus amigos y colaboradores, quienes vivieron junto a la persona por encima del personaje, no tienen dudas al respecto.

No ven en él ninguna figura poliédrica ni carente de afecto. “Estamos hablando de un guipuzcoano sencillo, un hombre de una talla excepcional”. Setién despertó tantas filias como fobias y, en ocasiones, sus reflexiones suscitaron cierta incomprensión en un contexto socio-político convulso que nunca le puso las cosas fáciles. Durante su episcopado “le tocó lidiar con tiempos muy difíciles y su pensamiento, evidentemente, no podía ser simple ante una sociedad tan compleja. Era un hombre superinteligente, un cerebro humano fuera de serie”. Un intelectual que deja un legado inmenso que se sitúa en las antípodas del pensamiento político actual, vacío y carente de análisis rigurosos.

Su lúcida mente, tal y como ha reconocido en más de una ocasión el científico Pedro Miguel Etxenike, le podía haber hecho acreedor de un Premio Nobel. Pero siendo importante su intelecto, con una capacidad de análisis “fina y profunda”, su mente no eclipsa a la persona. “Se construyó de él una imagen de frío que es absolutamente injusta y distorsionada. Sobre todo era una persona tierna, de las que sabía escuchar”, aseguraba ayer Félix Azurmendi sacerdote de la parroquia de Santa María la Real de Azkoitia. Azurmendi conoció muy de cerca a Setién. Vivió junto al obispo emérito el tiempo suficiente para saber que en la persona de Setién se conjugaban varias facetas en una. La de una persona sencilla que, cuando la situación lo requería, sabía dar el salto para situarse en la atalaya de la intelectualidad, desde donde divisaba una sociedad extremadamente tensionada que siempre intentó calmar con sus reflexiones.

Concilio Vaticano II “Tenía un pensamiento analítico. Sabía entender el mundo en su complejidad y con todos sus matices. Es algo que un sector de la sociedad no llegó a entender nunca. Fue por encima de todo un hombre libre y fiel a su conciencia”, asegura Azurmendi. Uno de los grandes legados del prelado es que supone coger el testigo dejado por el Concilio Vaticano II, inaugurado hace medio siglo, en octubre de 1962. Juan XXIII, su convocante, definía por aquel entonces con su sabiduría y sencillez características el propósito de aquella asamblea general al máximo nivel eclesiástico.

Aquel cambio supuso un punto de inflexión en la trayectoria de Setién. El Papa buscaba que entrara “un poco de aire fresco en la Iglesia”, “abrir las ventanas” para que los clérigos pudieran “ver hacia fuera y los fieles hacia el interior”. Y eso mismo se propuso el obispo emérito. Hacía tiempo que el catolicismo necesitaba una puesta al día, y Setién supo adaptar aquella nueva corriente, con una Iglesia evangelizadora y comprometida.

Aquel enorme esfuerzo de adaptación sentó los pilares de buena parte de los programas y fundaciones consolidados hoy en día en Cáritas. Fue el propio Setién, según reconocía ayer su entorno más cercano, quien viajó a Italia para importar Proyecto Hombre, entidad sin ánimo de lucro cuya finalidad es la defensa de las personas frente a la drogadicción. De la mano de su incansable esfuerzo y compromiso social nació también Fundación Sarea, que tiende puentes entre los colectivos más desfavorecidos para conjugar el trabajo y la vida. Setién también sentó las bases para crear la Fundación Hurkoa, que atiende, tutela y defiende los derechos de las personas mayores o con dependencia. Tras este largo listado de iniciativas se sitúa un hombre de “enorme sensibilidad social” que participaba en campañas en favor de los desempleados, y que también trabajó con denuedo para impulsar el laicado en el seno de la Iglesia, con el objetivo de lograr mayores cotas de participación.

“Su aportación ha sido enorme. Estamos ante un buen pastor, de las personas más coherentes que he conocido en mi vida”. Es Patxi Azpitarte quien glosa ahora la figura de Setién. Este párroco de Itziar y Deba, vicario general en la época del obispado de Juan María Uriarte, destaca el pontificado del hernaniarra “en tiempos muy difíciles”. “Hizo suyo el lema No avergonzarse de nada. Le tomaron injustamente como un obispo político, pero su verdadero propósito era hacer presente el evangelio de una manera que encajara en la sociedad”.

Siempre se mostró “tremendamente preocupado por los pobres”, como demuestra la infinidad de proyectos que impulsó dentro y fuera del territorio. De hecho, viajó a países como Ruanda, México, Eritrea, India? Su preocupación por las capas más desfavorecidas de la sociedad trascendía fronteras. “Se le trató injustamente como un obispo político, pero en realidad su cometido era iluminar la política, y lo hizo desde la ética”. Tuvo que bregar con tiempos muy convulsos: pacificación versus violencia, tratando de buscar siempre la ecuación entre la paz, la justicia y la verdad. “Fue un hombre admirable”, resume el párroco de Deba.

Una anécdota ilustra su capacidad de oratoria e improvisación. Fue en 2003, con motivo de la entrega de la medalla de oro de Gipuzkoa. Al entregar su gabardina poco antes de que comenzara el acto, olvidó en uno de los bolsillos el discurso que había traído preparado. Al obispo siempre le analizaban con lupa sus palabras, pero lejos de buscar la seguridad del papel escrito, se dejó llevar por el dictado de su corazón con un discurso memorable. “He sido así porque la situación que me ha tocado vivir me ha invitado a ello. Lo único que he tratado de hacer es responder a las necesidades, siempre desde el corazón”, recordaban ayer algunos de sus allegados, que insistían en desmontar esa imagen de hombre frío que no le hacía justicia. “Infundía respeto porque era fiel, pero sobre todo era afectuoso”.

El párroco Arturo García también ha mantenido durante más de cuatro décadas una estrecha relación de amistad y de trabajo con Setién. Recordaba ayer aquellos tiempos en los que pidieron a Setién que reflexionara sobre el rumbo que debía tomar la Iglesia guipuzcoana en torno a conflictos como el que representaba en aquella época ETA. La complejidad y, sobre todo, profundidad de su pensamiento queda plasmado en sus obras completas: nueve volúmenes de cerca de mil páginas cada uno.

“Llegaron a decir que era el obispo de ETA, que no estaba con las víctimas. Jamás fue así. No le entraba en la cabeza alejarse de ninguna víctima. Era el obispo de todos y fue injustamente tratado. Es sabido que habló con representantes de todas las víctimas de ETA y con infinidad de asociaciones. Se manipuló mucho su trabajo, y hubo gente interesada que no quiso entender nada”. Su labor callada en favor de las víctimas la llevó a tal extremo que, según confesaron ayer sus allegados, fue una de las primeras personas en acudir al hospital para visitar a Miguel Ángel Blanco. “Estuvo visitándolo, pero jamás quiso decir nada”.