Bilbao - Siguen siendo las víctimas invisibles de la violencia de género. A pesar del importante cambio legislativo de hace tres años, “los asesinatos y maltrato de niños y niñas siguen sin considerarse agresiones machistas en el conjunto de la sociedad”, lamentó ayer Teresa Laespada, diputada foral de Empleo, Inclusión Social e Igualdad. “Es obvio que el mayor daño que se puede causar es el asesinato de niñas y niños a manos de padres como venganza a las madres, pero ¿qué si las niña y los niños no son objeto directo de las agresiones del padre?”, preguntó durante la apertura de la jornada Menores y Violencia de Género, celebrada en la Universidad de Deusto.

Según el nuropsiquiatra, psicoterapeuta y terapeuta familiar Jorge Barudy, “la exposición de los hijos e hijas a la violencia machista es una forma de maltrato infantil, porque el ambiente familiar es fundamental para la estimulación y la organización de la mente infantil”. “La estructura y el funcionamiento del cerebro no solamente depende de la genética, sino que depende de la interacción del material genético con la calidad de las relaciones interpersonales y las relaciones interpersonales tempranas son fundamentales. El apego es una relación interpersonal fundamental cuando se trata de apego seguro porque asegura el funcionamiento sano de la mente”, explicó.

El neuropsiquiatra chileno mostró dos resonancias magnéticas: la de un niño proveniente de un entorno “sano” y la de un niño expuesto a la violencia de género. La diferencia era evidente. “El segundo muestra alteraciones en las partes más importantes del sistema anímico, tronco cerebral y los lóbulos frontales”, argumentó. Según Jorge Barudy, los buenos tratos garantizan la emergencia de la resiliencia, que es la capacidad para hacer frente a la adversidad. La exposición a situaciones de violencia machista, en cambio, pueden provocar ansiedad, miedos, inseguridad, desconfianza, sexualización traumática, depresión en algunos casos, trastornos de la empatía, dificultades para manejar las frustraciones, comportamientos asociales, agresividad...

Para Barudy, “el gran desafío de la protección infantil es trabajar a nivel preventivo la vida intrauterina”. “El mayor trauma más grave que pueda existir es el trauma temprano. Los casos de niños y niñas más dañados son aquellos que han vivido este trauma. Cuando la mujer está embarazada y está viviendo el estrés de la violencia machista produce grandes cantidades de cortisol y éste pasa al niño o a la niña en gestación. El cortisol libre es neurotóxico y por lo tanto produce daño en las redes neuronales”, sostuvo. “Guardando las distancias, uno puede comparar este daño al que produce el consumo de alcohol, cocaína o heroína durante el embarazo”, apuntó.

Traumaterapia Barudy ha diseñado un modelo de intervención psicoterapéutica, de 18 meses de duración y con cuatro principios como base: apego, trauma, desarrollo y resiliencia. Durante su intervención, el psicoperapeuta destacó también la necesidad de protección de los menores víctimas de violencia de género por parte del sistema de justicia, que consideró todavía “terriblemente clasista, terriblemente patriarcal y terriblemente adultista”. “Tuvimos que intervenir a última hora para tratar de impedir que un menor tuviera que visitar a su padre que está en la cárcel por asesinar a su madre. La magistrada decía que no porque ese hombre había matado a su mujer dejaba de ser el padre de su hijo y que tenía derecho a visita, visita en la cárcel. Afortunadamente, se movilizaron las redes, se hizo presión y se suspendió la medida a última hora”.

Juan Luis Ibarra, residente del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, reconoció que “hasta tiempos muy recientes, los menores expuestos a estas situaciones de violencia no han recibido una protección particularizada”. El principal cambio legislativo tuvo lugar en 2015, después de que el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer de la ONU condenara al Estado español por el caso de Ángela González Carreño, cuya hija fue asesinada por su padre en abril de 2003 cuando tenía siete años, durante una visita no vigilada con su progenitor maltratador.

“Hasta ese momento, no superaba el 3% los casos en los que se adoptaba medida judicial de suspensión del régimen de visita en los casos de violencia de género. El caso de Ángela González puso de manifiesto esta realidad”, explicó Ibarra, quien añadió que la ley de 2015 “reconoce de manera expresa la condición de víctimas de violencia de género a los menores, hijos e hijas de las víctimas de violencia de género y dispone como deber que los jueces se pronuncien sobre las medidas civiles que afectan a estos menores”.

Laespada lo tiene claro: “Dar por hecho que el padre que no haya maltratado directamente es un buen padre es mirar hacia otro lado, un maltratador no puede ser un buen padre nunca”.