El otro día entró en mi autobús un hombre maduro como una pera limonera a punto de caer, alto y serio como una jirafa con gastritis, y notablemente girado hacia la izquierda como un afiliado al Partido Comunista. Se sentó con cierta dificultad en un asiento doble y quedó mirando por la ventana ante su considerable encorvamiento lateral. El trayecto hasta la terminal de Lakua prosiguió sin mayores contratiempos. El tráfico a las once de la mañana era bastante fluido y pocas personas tomaron el transporte público a esas matinales horas. El hombre arqueado seguía en el autobús cuando me detuve para regular tiempo en la parada final.

-¿A dónde va, amigo? -le pregunté cuando paré el motor y me dispuse a estirar un rato las piernas-, que las tenía un tanto entumecidas.

-Es que me he liado -contestó con cierto apuro-. He cogido el autobús en sentido contrario y he llegado hasta aquí confundido. Realmente voy al centro -continuó-, he de repasar una declaración con el abogado antes de acudir al Palacio de Justicia. Tengo que asesorar en un juicio importante. Me dedico a la investigación de sospechosos que fingen lesiones de tráfico para luego cobrar los seguros de accidentes.

-Vaya -repliqué-. ¿Y es habitual ese tipo de estafas y comportamientos?

-Si yo le contara? Este último caso que llevamos entre manos es de un tipo que, tras un aparatoso accidente de moto, quedo postrado en una silla de ruedas sin poder moverse.

-Que pobre?

-Bueno, teniendo en cuenta que lo acabo de fotografiar el pasado fin de semana en Candanchú, participando en un slalom gigante con su novia sueca de Estocolmo; que quiere que le diga. Y encima el tío es bueno, quedó el tercero.

-¡Caramba! -exclamé-. Pues vaya trabajo tan interesante el suyo.

El hombre torcido entornó los ojos y soltó entonces una lastimera lágrima que se deslizó con lentitud extrema por la mejilla, como deseando no caer nunca al abismo del asiento. Me miró de través y continuó:

-Es que es muy triste, ¿sabe? A pesar de terminar la ESO con sobresaliente y los estudios en el instituto con matrícula de honor, jamás he podido apuntarme en la universidad en la rama de ciencias políticas, ni de abogacía, ni nada de eso. Tantos esfuerzos y nunca me ha sido posible encargarme de ningún caso en un despacho de abogados como hubiera sido la ilusión de mi vida. Esto es lo más próximo que hago ahora. Y le aseguro que cualidades no me faltan para analizar e interpretar todas las leyes, pero así es la vida?

-Anda ¿y eso por qué? -le pregunté finalmente-.

-¿Es que no lo ve? -respondió haciendo un aspaviento-, yo nunca he podido estudiar derecho.