pamplona - “Cuando terminé mi máster (en Intervención Psicológica) tenía que preparar un Trabajo Fin de Máster y, entonces, estaban emergiendo las redes sociales. Facebook, Tuenti... Eran las primeras y empezaban a captar a gente. Me fascinó que nadie se cuestionara si podían producirse riesgos con ellas”. José Antonio Casas Bolaños (La Rambla, Córdoba, 1981) explica así por qué empezó a interesarse, y a formarse, en temas como el ciberacoso, el acoso escolar a través de la Red, y que le llevó a participar en el desarrollo de un programa de prevención y de uso seguro de las redes, ConRed (en 2012).
Este maestro en Educación Primaria, licenciado en Psicopedagogía y doctor en Psicología Aplicada por la Universidad de Córdoba ha impartido formación a docentes esta semana, los días 22 y 23, dentro del programa del Gobierno de Navarra contra el acoso escolar Laguntza. Casas explica que el llamado ciberbullying es un fenómeno al alza, que se produce fuera de los centros escolares aunque acaba teniendo consecuencias en ellos, pero también insiste en que se están tomando medidas. Aquí explica cómo afrontar el tema.
¿Cuál es el impacto en la actualidad del bullying y el ciberbullying?
-Save The Children, en el informe Yo a eso no juego, que utilizó nuestros instrumentos del European Bullying Intervention Project para medir el bullying y el ciberbullying y se realizó con más de 20.000 chicos en España, recogió que un 9,3% de los consultados afirmó haber sufrido bullying en los dos últimos meses y un 6,9, ciberbullying. Son datos duros, aunque solo fuera un 1% [en Navarra, según apuntó la ONG en este mismo informe anunciado en 2016, un 5,2% del alumnado de 12 a 16 años denunció haber sufrido bullying, una de las cifras más bajas por comunidades], porque el problema de las cifras es que a menudo son muy oscilantes. Y sacar una prevalencia tiene que ayudarnos a entender un fenómeno, ver los entornos más vulnerables...
Las redes sociales multiplican el efecto de estos casos. ¿Y a través de ellas se detectan ahora cuestiones que ocurren de espaldas al mundo adulto?
-Difunde algo que muchas veces quedaba en un aula o en un centro. Ahora eso va acompañado de una foto y acaba en Instagram o en un grupo de WhatsApp. Pero también hay comportamientos que no es que pasaran desapercibidos, sino que antes no sucedían: porque no se hacían cara a cara y ahora sí se hacen a través de un dispositivo o, incluso, de forma anónima con un perfil falso. Y está muy de moda el gossip [cotilleo, en inglés], con aplicaciones como ThisCrush, específicas para ello. Se vincula a Instagram y, básicamente, el usuario pregunta tras publicar una foto qué piensas de mí. Imagina a una adolescente preguntando qué piensas sobre cómo me visto hoy y qué se puede llegar a decir. Desde quienes dicen que va monísima a quienes insultan. Y, al final, esa chica sabe que los comentarios negativos los ha hecho alguien de su entorno, y ese problema llega al centro educativo, surgen conflictos y peleas.
¿Hemos perdido empatía?
-Totalmente.
¿Parece que lo que ocurre en el mundo virtual no ocurre en el real?
-Hay que entender que detrás de una pantalla, de una red social, los contactos son también personas. Algo en lo que insisto al impartir cursos es en que para un adolescente la dimensión virtual de su vida es tan o más importante que su vida real. En Andalucía, muchos centros utilizan una norma: que si cogen al alumno con un móvil, retiran el teléfono y son las familias o tutores quienes tienen que ir a recogerlo. Y conocemos casos en los que se han retirado móviles un viernes y a chavales les ha dado un ataque de ansiedad porque el padre no podía ir a recogerlo hasta el lunes siguiente. Eso te enseña cómo sienten los chavales esto. En un curso, me dijeron Tengo cobertura, luego existo.
¿Los docentes pueden intervenir por situaciones que ocurren fuera de los centros?
-El profe tiene que enseñar qué es una red social, que tiene ciertos riesgos y, también, para qué se utiliza de forma positiva. En la universidad, en 4º de carrera, me he encontrado a estudiantes que no saben realizar un índice automático en Word y, sin embargo, un joven puede tener miles de fotografías en Instagram con cientos de likes [me gusta].
Usted hace hincapié en la necesidad de trabajar en la educación emocional (para regular las emociones, interpretar las de los demás...). ¿Desde qué edad se puede incidir en este tema? Porque también parece asociado a alcanzar la madurez.
-Nosotros lo hacemos desde 5º de Primaria. A los 8 o 9 años ya empiezan a utilizar los móviles. Pero la educación emocional se trabaja ya desde Infantil. Hay muy buenos programas, pero el problema es que la mayor parte de ellos no está dentro del curriculum ordinario de la escuela. Y sí, es un proceso que requiere madurez, pero también competencia social, un conocimiento de ciertas herramientas.
Ha hablado del riesgo en el uso de las redes sociales.
-Hay que percibir el riesgo, y eso choca con una sociedad que prima la popularidad. Hay alumnos que eliminan fotos con menos de 300 me gustas y tienen como referentes a youtubers con millones de seguidores y que todo lo que tocan lo convierten en oro. En un trabajo que hemos hecho en Andalucía, hemos preguntado a estudiantes qué quieren ser de mayor [dentro del proyecto Sexting, ciberbullying y riesgos emergentes en la Red: claves para su comprensión y respuesta educativa, que aún no se ha publicado] y el 86% de nuestros chavales [se preguntó a unos 8.000 estudiantes de 5º de Primaria a 4º de la ESO durante los cursos 2015-16 y 2016-17] nos han dicho youtuber, gamer o influencer.
Muchas familias se sentirán perdidas ante unas profesiones que no conocen.
-La brecha entre adultos y adolescentes se basa en esa concepción del fenómeno.
Pero eso puede llevar a otras medidas en las familias, como prohibir el acceso a Internet.
-Eliminar el router, prohibir el teléfono, genera más ansiedad y más distancia entre chicos y chicas y adultos.
¿Y cuáles son sus consejos básicos? Porque, por ejemplo, se recomienda que el ordenador esté en casa en una zona común, pero ahora el acceso a Internet se lleva encima, en el smartphone.
-¿Recomendaciones? No hay una edad exacta, pero diría que hasta los 12 años no es necesario un teléfono móvil. No se les debería dar en propiedad, y su uso tiene que tener normas, con horarios y compromisos, para aprender que es una herramienta súper útil. Y sí, lo de la zona común y el ordenador es un consejo que sigue valiendo. Por otro lado, también recomendamos a los padres que conozcan dónde están sus hijos jugando...
... ¿que mi madre o mi padre me sigan en Facebook?
-Hay quien tiene un perfil oficial donde le siguen sus padres y luego otro. Yo, antes que seguir a un hijo o hija en una red social para ver qué pone, prefiero que un padre o una madre se sienten con ellos y les pregunten por Minecraft [un videojuego que se caracteriza por su amplia libertad de juego] o por quiénes son sus amigos. Debemos darle ese voto de confianza, pero hablando de los riesgos que existen. En una investigación de la Fundación Telefónica, más del 70% de los niños y jóvenes de 10 a 18 años [La generación interactiva en España se publicó en 2009, y, por ejemplo, recoge datos de una encuesta a 8.373 escolares] contestó que había aprendido solo a manejar Internet.
Insiste mucho en esa implicación.
-Es la clave de programas como Kiva (de Finlandia), ConRed (España) o el Media Heroes (Alemania), que utilizaba el cómic para convertir a los chavales en héroes para parar el bullying. Me encantó. Pero luego resultó que ConRed fue más efectivo, porque ellos se centraron en el alumnado y se olvidaron de las familias y los profes.
En sus cursos con docentes, ¿qué mensaje le gusta trasladar?
-Que esto es algo que se puede trabajar, no es imposible. Y que las redes sociales son un elemento más de la convivencia escolar y hay que tenerlo en cuenta. El único camino que hay para esto es educar.