Bilbao ? Permisos de paternidad de un mes, jornadas laborales que terminan a las seis de la tarde... el Gobierno español ha anunciado recientemente una serie de medidas que buscan fomentar la conciliación entre la vida laboral y familiar. Es el eterno debate de los últimos tiempos, pero que no termina de materializarse. El objetivo es caminar hacia un modelo que se asemeje más a los vigentes en Europa, donde los horarios para la comida son más reducidos, pero se sale antes del trabajo. En Alemania, por ejemplo, la mayoría de los trabajadores ha terminado su jornada laboral a las cinco de la tarde ?menos los dependientes de grandes comercios y supermercados?. Las madres, incluso, acostumbran a trabajar de ocho a cuatro para poder ir a recoger a sus hijos a los centros escolares.

Pero, ¿es suficiente con salir a las seis para conciliar vida laboral y familiar o privada? Para Laura Baena, fundadora del Club Malasmadres, el no es rotundo. “Nos olvidamos de que la verdadera conciliación no entiende de horarios, pero sí de flexibilidad bien entendida”, sostiene. De hecho, la flexilibidad de horario es uno de los aspectos más valorados por los trabajadores en la actualidad. En Euskadi, uno de cada tres asegura tener un horario de salida flexible, según la última encuesta sobre conciliación publicada por Eustat. En ella, los vascos puntuaron con un 6,2 su grado de satisfacción con el tiempo dedicado a su vida familiar y privada, un aprobado, pero que muestra que aún queda trabajo por hacer.

Sara es enfermera en el hospital de Cruces y tiene una niña de 14 meses. Su marido es autónomo y tiene una clínica de fisioterapia. Ella trabaja a turnos; él, de nueve a ocho con tres horas para comer. “Cuando yo era niña mi ama no trabajaba y venía todos los días a buscarme al colegio con el bocata. Entonces no lo valoraba, pero ahora me doy cuenta de lo importante que es. Nosotros tenemos la suerte de que su aita la lleva todos los días a la haurreskola, pero ir a recogerla es otra historia. Un día voy yo, otro mis suegros...”, explica. El peso de la conciliación la llevan entre todos como pueden. “La conciliación no existe. Por ejemplo, ahora, la haurreskola va a cerrar desde el día 23 hasta enero, pero nosotros seguimos trabajando. Si trabajas a turnos, como yo, no puedes conciliar”, asegura. En cuanto a flexibilidad, “cero”. “Yo tengo unos horarios que cumplir y mi marido no puede cancelar sus citas de un día para otro si la niña se pone mala, por ejemplo. Por suerte tenemos a sus aitas jubilados y en esos casos se queda con ellos. No me gusta mucho tirar de los aitites, pero cuando no hay más remedio hay que hacerlo”, explica.

JOrnadas laborales La mitad de los trabajadores vascos lo hace en jornadas continuas, mientras que un 40% tiene jornada partida. Además, un 20% trabaja a turnos. Según Eustat, los vascos dedicamos una media de 3,7 horas al cuidado de hijos menores. Fuera del horario escolar, en la mitad de los casos, los hijos están a cargo de alguno de los progenitores o de ambos. Otro tercio se queda al cuidado de otros familiares, generalmente los abuelos. Los datos muestran aquí una diferencia entre hombres y mujeres: mientras que un 18% de las madres cuida en exclusiva de sus hijos fuera del horario escolar, en el caso de los padres, la cifra se reduce a un 4,4%. Y es que el peso de la conciliación sigue siendo, hoy en día, desigual. Por ejemplo, siguen siendo las madres las que solicitan, en su mayoría, las excedencias y las reducciones de jornada en el trabajo.

Es el caso de Lorena, informática de profesión, con dos hijos de cuatro años y 18 meses. Su jornada laboral habitual es de 8.30 a 19 horas, pero se ha acogido a una reducción de jornada y sale a las 15.30 horas. “Y aún así me parece tarde. Para tener una vida normal tendría que salir media hora antes. Mi hija sale a las cuatro de la haurreskola y mi hijo, a las 4.20 del colegio. Pero, claro, con la reducción de jornada no tienes derecho a comida, así que no tengo tiempo para comer”, sostiene.

Lorena lamenta que los horarios laborales y escolares no vayan de la mano. De hecho, han tenido que recurrir al servicio de guardería para su hijo mayor, además de la ikastola. “Nosotros entramos a trabajar a las 8.30 y las clases no empiezan hasta las 9”. “Pero el peor día son los miércoles, que sale a las dos porque no tienen clase por la tarde. ¿Quién puede salir un miércoles a las dos de trabajar? Yo tengo que depender de mi sobrina para que vaya a buscar al crío. ¿No podrían poner el viernes? Ese día muchos padres tienen jornada intensiva”, destaca.

Según Lorena, los cambios respecto a la conciliación no se van a dar por salir a las seis de trabajar. “De hecho, a mí salir a las seis no me soluciona nada”. El cambio que se necesita, asegura, es en la mentalidad de la sociedad y en cómo se concibe la jornada laboral. “Para empezar, seguimos siendo las mujeres las que nos acogemos a las reducciones de jornada. Yo, por ejemplo, no conozco a ningún hombre”, algo que sigue castigando laboralmente a las mujeres, según denuncian una y otra vez todos los expertos. “Yo, pase lo que pase, haya una incidencia o no, tengo que salir a las 3.30. Y, claro, los compañeros que se quedan con el trabajo, entiendo que no lo vean bien”, reflexiona. En segundo lugar, está el tema de la flexilibidad. “Yo puedo salir antes un día porque el niño se ha puesto malo, pero está mal visto que, a la semana siguiente, vuelva a solicitar salir antes porque se ha puesto mala la niña”, explica. “Mucha gente se queda en la oficina haciendo tiempo, realmente ya no están trabajando, pero está bien visto que te quedes hasta tarde, más allá de tu hora incluso”, añade.

Lorena hace una reflexión a modo de conclusión: “En verano salimos de trabajar a las tres de la tarde y el trabajo es el mismo. ¿Por qué, entonces, en invierno tenemos que estar hasta las siete?”.

Sin tiempo La esposa de Igor también tiene reducción de jornada desde que nació su segundo hijo. “La primera pasó mucho tiempo con su amama y no queríamos que cargase con el peso de un segundo. Además, mi mujer se sentía mal, quería estar más implicada en la educación de los niños. Y antes llegaba a casa a la hora de la cena. Ahora ha logrado una modificación en su horario laboral y se ha adaptado al horario escolar de los niños”, sostiene.

“No ha sido fácil para ella, es consciente de que ha dejado en un segundo plano su carrera y de que habrá quien no vea bien su decisión”, reconoce. En cuanto a él, “tengo que estar a las ocho en el trabajo, pero tengo casi una hora de camino, paro una hora a comer y vuelta al trabajo hasta las seis, que muchas veces se alarga hasta las seis y media o siete”. “Conclusión, que suelo llegar sobre las siete y media a casa. Agotado de todo el día sin parar y sin muchas energías, pero toca cenas, baños, etc. Cuando nos sentamos en el sofá para pasar un rato juntos ya son las 22.30 y no tenemos ganas ni de hablar”, explica. Todos ellos coinciden en que entre las responsabilidades de la vida laboral y la familiar, de lunes a viernes no hay tiempo para nada más. De hecho, “vas con la lengua fuera toda la semana”. En Reino Unido, el informativo de máxima audiencia de la BBC es a las seis. En Euskadi, el Teleberri empieza a las nueve, tres horas de diferencia que marcan un estilo de vida. l