Creyentes y no creyentes, médicos y amigos se expresan estos días en los mismos términos: “Ha sido un milagro”. Sin duda, mucho más que una frase hecha, algo que suscribe el protagonista de esta historia con final feliz, Erwin Meza, un joven ecuatoriano de ojos claros y pelo ondulado que recibió ayer el alta médica después de haber vuelto a nacer.
Su amplia sonrisa revela que no le falta siquiera un diente, para no dar crédito, tres semanas después de caer accidentalmente desde la azotea de un séptimo piso. El accidente ocurrió en compañía de unos amigos universitarios, en pleno centro de Donostia. El chico se precipitó desde 38 metros altura y, sorprendentemente, ha salido indemne del abismo. “Estoy vivo de milagro, estoy perfecto, y quiero dar las gracias a todas las personas que han rezado y se han preocupado por mí”. Así se expresaba ayer, en compañía de este periódico, poco antes de marcharse a casa, tres semanas después de su ingreso hospitalario, dos de ellas en coma inducido.
Su abuelo, que es médico y ha venido expresamente desde Ecuador, sabe que este joven de 21 años, estudiante de primer curso en el campus donostiarra de la Escuela Superior de Navarra, ha tenido algo más que suerte. Sus colegas de profesión se lo han hecho saber estos días en el Hospital Universitario Donostia, donde ha sido atendido. “No han conocido un caso similar en el que una persona haya sobrevivido tras caer desde tanta altura y, por si fuera poco, sin ninguna lesión de entidad”. Su nieto le mira desde la cama y asiente. “Es que no tengo nada”, dice el chaval. “Nada”, le responde el abuelo.
El accidente que marcará un antes y un después en la vida de Erwin ocurrió el 30 de septiembre. Eran poco más de las doce de la noche de un jueves universitario. La cuadrilla venía de sidrería con la intención de prolongar la velada. Fue entonces cuando a uno de ellos se le ocurrió que podían subir un rato a ver la ciudad desde la azotea de su piso, que une los números 27 de la Avenida de la Libertad y 1 de la calle Loiola. “Veníamos de la sidrería, y se supone que luego íbamos a seguir la noche en unos soportales, pero no recuerdo más”, confesaba ayer el estudiante.
Al parecer, poco después de subir, el ecuatoriano apoyó sus pies en un lucero de cristal, que cedió, provocando la caída de 38 metros, que se vio amortiguada por las cuerdas de tender la ropa. “Es el milagro de San Sebastián”, dice Erika.
Ella es la mayor de cuatro hermanos. En cuanto lo supo salió pitando desde Nueva York, donde estudia un máster. No puede dejar de acariciar y palpar las piernas de Erwin, como si no acabara de creérselo. “Bueno, más que del milagro de San Sebastián habría que hablar del milagro de medio mundo”, matiza Marcela Freire, la madre, que muestra una mirada cansada, fruto de tanto desvelo. “Hablo de medio mundo porque la noticia del desgraciado accidente ha llegado a países como China, Venezuela y Alemania. Erwin es un chico que tiene amigos por todos lados, es muy amiguero, y el mundo conspiró por él. Hasta las piedras rezaron por él”.
“Seguiré haciendo mi vida” La de Erwin es una familia católica, muy creyente, convencida de que la fe les ha dado una segunda oportunidad. El informe médico tan solo revela una fractura de cúbito y radio en el brazo derecho, y una pequeña lesión en el codo izquierdo. “Unos días con el brazo en cabestrillo y poco más”, como le dijo ayer una de las enfermeras.
A pesar de la tremenda caída, no hay lesiones en el cerebro, ni en la columna. “Estoy intacto. Seguiré haciendo mi vida”, sonríe el chaval, ansioso por abandonar el centro sanitario y retomar la rutina.
El estudiante se hace querer, es de esos chavales que hace amigos allá a donde va. De hecho, estos días han pasado por el hospital colegas procedentes de Madrid, Alemania... “En Ecuador también han seguido muy atentos. Todos los compañeros del colegio han estado pendientes de él”, asegura su madre.
La charla se interrumpe unos instantes. Llaman a la puerta. Son las trabajadoras de la limpieza que piden a la familia unos minutos para adecentar la habitación.
La conversación, ya sin Erwin, continúa en un descansillo de la quinta planta del edificio Gipuzkoa del Hospital Universitario Donostia. El abuelo toma asiento y repasa, uno a uno, los doce días de coma inducido que ha dejado atrás su nieto.
Durante estas semanas tan inciertas no han dejado de rezar, hasta que por fin Erwin despertó. No sabía lo que había ocurrido, pero algo fuera de lo normal tenía que haber pasado para ver al pie de la cama a su hermana, su madre y su abuelo, que residen a miles de kilómetros.
El miércoles de la semana pasada fue desentubado, y este lunes el equipo médico decidió su traslado desde la UCI a planta, donde ayer recibió el alta. “Estamos contentísimos de verle tan bien. Poca gente puede sobrevivir a una caída así y, desde luego, nadie lo hace en el estado en el que él se encuentra”, insiste su entorno más cercano.
Próximos planes de ocio La familia bromeaba sobre el próximo plan de ocio de Erwin, que pasa por “una aventura en paracaídas”. No era más que una manera desenfadada de tomarse las cosas poco antes de marcharse a casa, un soplo de aire fresco después de tanta tensión.
Después de agradecer “a Dios que mi hijo esté ahorita aquí”, Marcela muestra su agradecimiento al Hospital Universitario Donostia, donde han encontrado “una atención excelente”. Erika, la hermana, interviene. “Lo han mimado mucho y se ha ganado el corazón de las enfermeras. Tanto es así, que ellas no querían que se fuera”, sonríe. “En la UCI han sido muy meticulosos y prudentes. Cuando llegué no sabía dónde estaba mi hijo, pero enseguida me di cuenta de que lo estaban atendiendo estupendamente”, recalca la madre. Han intervenido varias especialidades médicas, desde neurocirugía hasta traumatología pasando por especialistas del aparato respiratorio y del tubo digestivo.
La familia también se muestra enormemente agradecida por la respuesta de la Escuela de Ingenieros, Tecnum, de la Universidad de Navarra. “Desde el rector a los profesores pasando por todos los compañeros. Nos acogieron desde un primer momento, y se han celebrado misas y cadenas de oración a través de las redes sociales. Mucha gente que ni siquiera le conocía ha rezado por él”, revela la madre, agradecida también por la labor diplomática.
El Cónsul de España en Ecuador, y el de Estados Unidos, facilitaron los trámites para que los familiares pudieran viajar de inmediato a Donostia nada más tener conocimiento de lo ocurrido.
Caída desde la azotea. El lucero de cristal, ya reparado, en la parte superior de la imagen, cedió cuando Erwin apoyó sus pies, precipitándose al vacío.