Hay quien sostiene que la mejor manera de ganar seis kilos es haber perdido antes cuatro. A pesar de que en los meses previos al verano hayamos estado inmersos en un cóctel de batidos detox, dietas milagro y operación bikini, la nutricionista Marta Aranzadi sostiene que la combinación “paella, cerveza y un helado de postre suele traducirse en tres kilos de más en el equipaje de vuelta de las vacaciones”. No es la única especialista en defender el escaso éxito de algunos métodos de urgencia para adelgazar. En el trabajo Las dietas no son la respuesta, los estudios observaron la evolución de las personas que habían empezado una dieta en el plazo de cinco años. La conclusión es demoledora: la mayor parte de ellas recuperaron su peso de partida y hasta un 41% pesaron aun más que al inicio.

La operación bikini debe empezar durante los primeros meses del año y no justo antes del verano, porque para perder peso de una manera sana es mejor hacerlo poco a poco. Los nutricionistas no tienen fórmulas mágicas pero coinciden en cómo reducir los kilos de más: dieta sana y decir adiós a la vida sedentaria. “El problema que tiene comenzar una dieta es que requiere tiempo y existe una tolerancia a la frustración muy baja. Cuando la gente ve que no adelgaza, piensa que no merece la pena el esfuerzo y dejan de hacer vida sana”, dice el especialista en endocrinología en la Clínica Universidad de Navarra, Camilo Silva.

La psiconutricionista Sandra Navó aboga por cambiar el chip. “Dietas de batidos, hiperproteicas, monodietas (de un solo alimento), dietas drásticas de esas que sufres pasando hambre durante dos o tres semanas, restringes casi todo para que al final, cuando consigues los kilos deseados y puedes volver a comer normal, recuperes lo perdido. Entonces, en realidad, lo que al principio parecía fácil y rápido (milagro), se convierte en efímero, duro y sacrificado. Y el resultado final no es solo que no consigues el peso que deseabas, sino que acabas con más del que tenías al empezar. Es lo que se llama efecto yo-yo o rebote”.

Así que “nada de cañitas de aperitivo, ni patatas, y mejor un zumo de tomate o un tinto de verano con gaseosa porque las bebidas de limón suelen tener mucho azúcar”, opina Aranzadi, quien asegura que “la gente delgada come poco, pero de todo, y muy poca es vegetariana”. A su juicio, la regla de oro que nunca falla es comer los carbohidratos (pan, pasta, arroz, patatas y legumbres), siempre al mediodía y no mezclarlos entre sí.

No le gustan a Aranzadi las dietas exprés. Lo mismo le ocurre al doctor Silva. “El problema de las dietas milagro es que no están fundamentadas en una base científica y no se han hecho estudios sobre sus consecuencias, de manera que hay una desprotección social por la falta de información sobre sus resultados”.

Dietas sin superpoderes Y es que las dietas depurativas, de limpieza o detox no tienen superpoderes. La dieta del sirope de arce, de la cebolla, la del zumo de naranja... todas aseguran hacer perder peso rápidamente y limpiar tu cuerpo de toxinas. Pero el peligro de las detox es que normalmente no respetan ninguna tabla nutricional y proponen reemplazar todas las comidas por licuados de vegetales y frutas. Aunque sea por unos cuantos días, estos regímenes pueden ser perjudiciales. En un artículo, la nutricionista Lorena Romero señala que “puede ser aterrador pensar que desintoxicarse implica jugos, extractos, brebajes y morirse de hambre”. Más bien, resalta que el mejor consejo es “dejar de intoxicarnos y evitar comer alimentos con grasas saturadas, altos en calorías y colesterol”.

“Cada mala dieta inacabada te puede proporcionar de 3 a 10 kilos más”, asegura Sandra Navó, coach de salud. “Me he encontrado en la consulta con clientes obesos enganchados a las dietas. Al preguntarles si alguna vez han hecho dieta para adelgazar responden con resignación: “Toda la vida -confiesan- he hecho miles, pero no me funcionan. Lo más impactante es que, cuando les pregunto, descubro que esas personas empezaron la primera dieta hace 10 o 15 años, o más, con unos pocos kilos de más. Incluso algunas con un peso dentro de la normalidad. Y en la actualidad se encuentran con obesidad mórbida”.

De hecho, la gente que adelgaza y que luego consigue mantener el peso, lleva una dieta estricta durante meses pero no pasa hambre. Se olvida del alcohol, el pan, la pasta y el azúcar. Es decir, deja de comer cosas inadecuadas y pasa a comer comida, en la cantidad y proporciones indicadas. Solo si se consigue cambiar el cuerpo de forma gradual, los cambios serán permanentes y saludables.

Seguramente esos hábitos alimenticios incluirán cinco piezas de fruta y verdura al día (3 de fruta y 2 de verduras u hortalizas), beber mucha agua, olvidarse de la bollería y los productos grasos, y comer en menor cantidad y de manera espaciada durante el día, en lugar de hacer solo tres comidas pero muy abundantes.

Pero junto a los intentos desmesurados de mantener el plato a raya, la gente también decide apuntarse al gimnasio o incluso acude a métodos más drásticos como la cirugía estética. El doctor Jesús Benito Ruiz, vicepresidente de la Asociación Española de Cirugía Estética Plástica, asegura que “fácilmente puede haber un aumento del 30 o 40 %, en especial en la época de primavera-verano, de forma que al paciente le dé tiempo a recuperarse para el verano. Lo más demandado, las mamoplastias, seguidas de las liposucciones que permiten a los pacientes hacer vida normal a los 15 días de la operación, con unos dos meses de plazo para lucir figura.

los ‘gordos delgados’ Paralelamente a la operación bikini ha surgido el fenómeno de los gordos delgados, es decir gente con un peso normal y sin ningún índice extra de masa corporal que tiene algún tipo de problema derivado de hábitos de vida poco saludables como hipertensión, colesterol, diabetes? De hecho, según un estudio de 2013 publicado en el American Journal of Cardiology, “las personas mayores con un IMC normal, pero altos niveles de grasa corporal, tienen un mayor riesgo de padecer problemas cardiovasculares”.

Estos hallazgos fueron corroborados por otro estudio de 2014 que aseguró que las personas con un peso normal, pero grandes niveles de grasa corporal, eran las que presentaban mayor riesgo de padecer problemas metabólicos, y las que más murieron debido a estos.

El tipo de grasa más peligrosa es la que se almacena en las vísceras, que es genéticamente distinta a la subcutánea, pero no se ve tan fácilmente. Esto hace que una persona gorda con una vida poco sedentaria tenga en realidad una salud mucho mejor que alguien delgado, pero que no se mueve del sillón. “La gente se fija en la gente que es obesa, pero no nos damos cuenta de que hay mucha población con un ICM inferior a 25 que no está en forma y corre un gran riesgo”, afirma el doctor Timothy Church, poniendo el dedo sobre la llaga de otro problema acuciante, la facta de actividad física.