Bilbao - La recuperación económica y la creación de empleo de las que hablan las cifras oficiales no alcanzan a todos. Hay muchas personas que se están quedando en el camino y sin los estímulos y las ayudas necesarias ni ellas ni sus hijos podrán abandonar la cuneta. A tenor de los datos de los últimos informes sobre la situación socioeconómica del Estado español ya podemos hablar de la precariedad como si se tratara de una enfermedad: la pobreza es crónica y hereditaria. Según la Fundación Foessa, 8 de cada 10 personas que vivieron graves dificultades económicas en su infancia y adolescencia las están reviviendo en la actualidad como adultos.

Los datos, las instituciones y los expertos advierten de que el empleo y la formación, que históricamente han sido las palancas de mejora social, ya no funcionan. El em pleo, cuando existe y se puede acceder a él, es precario y mal pagado; tener un trabajo no garantiza salir de la pobreza, y la formación que se oferta a los desempleados solo permite optar a trabajos de baja cualificación.

“Nos encontramos con personas y familias cuyas condiciones de vida son de precariedad en todos los ámbitos. Tienen baja cualificación, están en paro o como mucho cuentan con un subempleo, tienen menores a su cargo, eso les genera problemas de conciliación incluso cuando acceden a empleos de baja intensidad, no tienen dinero para pagar la vivienda, si cuentan con red familiar el apoyo que les puede prestar es muy puntual, otros no tienen red social... están siempre al filo de la navaja. En esas condiciones, generar espacios de seguridad, de proyección de futuro es muy difícil, porque se vive al día. Los menores que están en ese ámbito familiar sufren una tensión continuada y ahí es donde vemos que la pobreza se hereda”, explica Ana Sofi Telletxea, responsable de Análisis y Desarrollo de Cáritas Bizkaia. Estas familias sobreviven en la precariedad, atrapadas en un contexto de múltiples urgencias que les impiden salir de la espiral de incertidumbre y necesidad.

Una prueba de que la pobreza se ha instalado en muchos hogares es, según Telletxea, el aumento de los casos “de larga duración” que atienden en Cáritas. “Antes de la crisis, el número de personas que permanecen más de cinco años siendo atendidos por alguno de nuestros servicios -de manera continuada o cada cierto tiempo- suponían el 19% y ahora son el 36%. Ese aumento de los itinerarios largos es sintomático y está indicando que la pobreza se cronifica. Entre esa población que lleva más de cinco años requiriendo ayuda para salir adelante hay muchas familias con menores”, indica la responsable de Cáritas.

Su compañera Ana Aguirre, que se encarga del área de Infancia y Familia, destaca que “una persona que haya vivido situaciones de dificultad y pobreza en la infancia y la adolescencia tiene más probabilidades de repetir un modelo de exclusión que si hubiera sufrido esas privaciones en otra etapa de su vida”. “Es muy duro cuando te encuentras con que los chavales ya tienen una idea establecida de que esa precariedad es su lugar en el mundo. Se preguntan para qué van a hacer algo. No se plantean una proyección de formación que termine en la universidad, como mucho piensan en una FP o una ocupacional”, añade.

Las circunstancias vitales que están detrás de los informes sobre pobreza y desigualdad quedan reflejadas en las notas que los trabajadores sociales ponen en el margen de los expedientes de quienes solicitan ayudas. “Reside junto a sus hijas en casa de su madre de manera temporal”; “Vive con una sobrina que no le cobra alquiler. Está buscando trabajo”; “Su situación sigue mal, ya que solo trabaja unas dos o tres horas a la semana en una casa. El alquiler se lo debe a la amiga, que le cobrará cuando trabaje”; “Trabaja un día a la semana, está separada y tiene una hija. Pagando hipoteca”; “Situación crítica. Tienen embargado el piso. Deben agua... para la luz le ayuda su madre”; “Este mes ha tenido un gasto extra en las gafas del niño por lo que no les llega el dinero”; “Con dificultades para cubrir la alimentación de los niños (desayuno y cena), comen en el colegio”... son solo algunos ejemplos de situaciones cotidianas que se viven en Euskadi.

Ana Sofi Telletxea y Ana Aguirre confirman que “la espiral de pobreza” de la que habla el informe La transmisión intergeneracional de la pobreza: factores, procesos y propuestas para la intervención, elaborado por Foessa, es muy evidente cuando hay personas que “aunque consigan algún elemento que, en teoría y a medio plazo, les permitiría salir de la pobreza, lo que consiguen -ya sea empleo, ayudas, algún curso- es tan inestable que nunca llegan a superar la precariedad”. En el caso del País Vasco, el acceso a las ayudas sociales, en especial la RGI, es uno de esos elementos que coadyuvan a evitar la exclusión, pero -advierten las expertas de Cáritas- “hay personas que no acceden a las ayudas y hay muchos que por culpa de la precariedad en la vivienda pierden el empadronamiento y eso conlleva la pérdida o la denegación de la RGI”. “Las familias no tienen a su alrededor ningún elemento al que agarrarse para empezar a construir un futuro distinto y evitar que la siguiente generación esté en la misma situación”, destaca Telletxea.

Respecto a los casos que, pese a todo, consiguen romper la rueda de la exclusión, Ana Aguirre señala que “hay familias que avanzan, que mejoran, pero ahora esos itinerarios son más largos y más costosos. Facilitar el acceso al empleo y al estado del bienestar suele ser el factor diferencial. En las familias en las que puedes trabajar esos dos ámbitos es mucho más fácil que el empuje les permita salir adelante y también es mucho más fácil generar esperanza de futuro”.

Ana Aguirre añade que “no se puede hablar de familia tipo”. “La realidad que atendemos es muy diversa. Tenemos familias monoparentales, parejas con hijos, familias nacionales, inmigrantes con y sin red de apoyo, familias que acaban de llegar y otras que conozco desde hace 20 años”. En las dificultades que afrontan estas familias sí hay más uniformidad: “Los problemas comunes son de vivienda, empleo, económicos y educativos”.

En muchos casos nos encontramos con que los padres tienen un nivel educativo bajo y esto hace que tengan dificultades para ayudar a sus hijos con los deberes. También hay muchas familias que están atendidas por los servicios sociales, otras cuentan con la RGI. También nos encontramos a muchas mujeres con trabajos precarios, que trabajan dos horas, que no están aseguradas... y también tenemos familias sin ningún ingreso”, enumera Aguirre. Telletxea apunta algunas de las medidas que podrían evitar que la pobreza se herede. “Habría que establecer una protección a la familia desde los sistemas que ya existen. También hemos propuesto crear programas orientados a la inclusión laboral y social. Y habría que incorporar medidas de conciliación y abordar la enseñanza de 0 a 3 años.

Hogares. La tasa de pobreza en los hogares donde hay menores alcanza el 28%, el 42% en el caso de familias monoparentales y el 44% cuando las familias tienen tres o más menores. La tasa de pobreza en hogares sin menores es del 16%.

Transmisión. Ocho de cada diez personas que vivieron graves dificultades económicas en su infancia y adolescencia las están reviviendo como adultos.

Formación. Los problemas económicos suponen un freno a a la adquisición de niveles educativos más altos: cuatro de cada diez adultos que vivieron su adolescencia con problemas económicos no consiguieron alcanzar la educación secundaria.

Menores. El Estado español es el país de la Unión Europea que menos PIB dedica a ayudas económicas a niños y familias y está entre los que menos emplean en protección social para esta población: Un 1,4% frente al 2,3% de media comunitaria.

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Según la última Encuesta de Condiciones de Vida del Instituto Nacional de Estadística (INE), algo más de 13 millones de personas, en su mayoría menores de 16 años, están en riesgo de exclusión social ya sea porque no tienen ingresos o porque los que tienen no les dan para vivir con condiciones suficientes de bienestar.