El triunfo romano era una espléndida ceremonia que festejaba el triunfo militar de un emperador o general en algunas de las numerosas campañas de la historia de Roma y consistía en un desfile por las calles de la ciudad del Tíber, con el homenajeado montado en espléndido carruaje y acompañado por un esclavo que con las hojas del triunfal laurel en la mano, repetía constantemente al vencedor: “Mira hacia atrás y recuerda que eres un simple mortal”.

Viene a cuento este detalle histórico por los fastos y celebraciones que han coronado el ascenso del Glorioso a la categoría de oro del fútbol estatal, y han propiciado exagerados halagos hacia profesionales bien pagados del espectáculo futbolero, a los que se ha tratado como héroes contemporáneos en un evidente exceso mediático.

Una parte considerable de la ciudadanía se ha desbordado en el reconocimiento hacia los jugadores que portan la camiseta albiazul cargada de emoción, sentimiento e identidad, que algunos elevan a íntima pertenencia colectiva y social que hay que saber delimitar y separar.

Son cosas del intenso momento social que ha vivido la ciudad y con dinámica participativa que aprovecha estos momentos de íntimas vivencias para sacar pecho y sentirse también victoriosos en un centenario club que ha sufrido cinco ascensos en una historia de dientes de sierra, mezclando momentos gloriosos y situaciones de extenuación con un histriónico Piterman a punto de dinamitar club y conjuntos.

La dinámica del fútbol profesional hace que las cañas se tornen lanzas en un santiamén, en cuanto la pelota no entre en la portería y los resultados no acompañen en la marcha del equipo.

Ahora todo es bonito, de color de rosa, de perfume de triunfadores. Salud a los vencedores, honor a los gestores y albricias para los dueños del cotarro, pero templanza, equilibrio y control para vivir estas situaciones triunfales, que las cosas pueden cambiar en el futuro con los primeros tropezones, que desde luego llegarán.

Tras los días del éxito, la ciudad templada y sosegada que es nuestra Vitoria Gasteiz, va tomando el rumbo de la normalidad camino del verano que está a la vuelta de la esquina con Festival de Jazz, Blusaren eguna y las fiestas patronales de agosto, que rematan el tiempo vacacional por nuestros lares. Y añádanse al panorama presente, elecciones al Congreso de los Diputados a finales del presente mes.

El alcalde de la ciudad, Gorka Urtaran, ha declarado recientemente que los impuestos son necesarios para el mantenimiento de servicios municipales y probablemente habría que incrementarlos, como ha ocurrido con el asunto del IBI, que ha levantado considerable polvareda.

Estamos en las cercanías de campaña electoral y hablar de impuestos en esta coyuntura es como mínimo, disparate peligroso, que puede influir en el ánimo del personal y e influir en la intención de voto de electores, hartos de continuada esquilma de euros para impuestos.

Un colega de profesión me suele repetir insistentemente que el problema de los impuestos no es tanto su cuantía, cuanto el sentido finalista de los mismos. A este compañero de fatigas periodísticas y enganchado a la ciencia económica, le digo siempre que tendrá razón pero que lo que me duelen son los incrementos, al parecer necesarios, para mantener el tinglado de la amenazada sociedad de bienestar y su financiación a cuenta de cargas tributarias, casi siempre crecientes.

Los responsables de campaña electoral saben que este asunto de los impuestos no es materia propicia para manejarla en tiempo de solicitar apoyo ciudadano; no hablar de impuestos es regla de oro para los partidos en momentos como el actual. Solamente el Partido Popular ha saltado a la palestra anunciando medidas de recorte impositivo, de la que recelan las demás formaciones que temen sea artilugio electoral que pasada la cita de 26-J, se diluya, incumpla o abandone como en numerosas ocasiones anteriores.

Rajoy canta y pregona que si repite en La Moncloa reducirá un tramo del IRPF y esto no deja de ser un guiño tentador al electorado cuando todo el mundo sabe que estamos bajo inspección de los antes famosos hombres de negro, la troika, que nos ajusta tuercas en cuanto nos salimos del guión del gasto y despilfarro administrativo que genera gigantesco déficit presupuestario y como consecuencia, multa aplazada por parte de la generosa Europa que todo lo sabe y todo lo puede, menos hacer frente con éxito al reto de los refugiados y migrantes en desbandada.

Los aparatos de los estados modernos buscan encontrar una fórmula de ingresos y gastos que la sociedad pueda soportar y seguir llenando las arcas públicas en una tarea poco grata que nos recuerda al novelesco y cinematográfico Robin Hood en pelea con los recaudadores de impuestos allá en los gélidos bosques de Sherwood; cuentan que el bueno de Robin Hood robaba a los ricos para dárselo a los pobres en ingenua narración que poco tiene que ver con nuestra realidad de ciudadanos pagadores del erario público y sus apreturas para satisfacer los gastos del común, que en definitiva la Hacienda foral somos todos.