Vaciar las mochilas de libros de texto y poner, en su lugar, una tablet, aliviará sus espaldas, pero no va a dotar por arte de magia a los alumnos de mayores competencias. “No se trata de sustituir el libro por el iPad, sino de acometer un cambio metodológico de forma que el alumno sea el protagonista de su proceso de aprendizaje”, precisa Iñaki Orbe, director del Instituto Miguel de Unamuno de Bilbao, donde 230 estudiantes de primero y segundo de ESO ya utilizan estos dispositivos y se prevé que sean el doble en un par de años. Vamos, que eso de escuchar a un profesor tras otro hasta el bostezo pasará a la historia. “¿Quién aguanta ya una explicación de una hora? Ahora información tenemos de sobra y lo que hay que hacer es guiar a los alumnos para que la encuentren y aprendan a gestionarla”, explica.
Las hileras de mesas de antaño se han reordenado en grupos. Se trabaja de forma cooperativa. Convencidos de que “lo que se construye no se olvida”, se insta a los alumnos a realizar trabajos con sus dispositivos y presentarlos. “Antiguamente nadie quería enseñar los cuadernos. Hoy en día preguntas a ver qué están haciendo y quién te lo enseña y todos están deseando proyectar desde el pupitre en el encerado digital”, pone Orbe como ejemplo. “Creamos alumnos con perfil de competencias, no con contenidos”, resume.
Las tabletas ofrecen, además, la posibilidad de que cada estudiante aprenda a su ritmo y de que el profesor interactúe con ellos. “Puede emitir y recibir actividades, ver el estado general del alumnado en pocos segundos, saber quién sigue la clase y quién no...”, enumera e insiste en que el fin no es cambiar los manuales de papel “por un libro digital, porque sería como no hacer nada”. Aunque ahora trabajan con contenidos digitales ya elaborados, el objetivo, detalla, es que “cada profesor y cada alumno vayan construyendo sus propios contenidos para no depender de las editoriales. Es un proyecto a largo plazo”, destaca. Dentro del recinto escolar, los progenitores no tienen de qué preocuparse porque se filtran todos los contenidos que se asoman a las pantallas. Una vez abandonan el instituto, “es la familia quien se tiene que encargar de que hagan un uso responsable del dispositivo”, advierte el director del centro. El coste, otra de las preocupaciones de los padres, es de “21 euros mensuales” e incluye el mantenimiento, ya que “si se produce cualquier incidencia, se sustituye el iPad por otro con todas las aplicaciones instaladas en 24 o 48 horas”, señala. Las familias sin recursos pueden solicitar la subvención de 200 euros que concede el Gobierno Vasco para estos dispositivos.
“Realidad escolar rezagada” Formar al profesorado, tal y como se hizo en el instituto Unamuno dos años antes de introducir los iPads, es fundamental para que la tecnología entre con buen pie en las aulas. “Si el profesor no está ilusionado y convencido de este proyecto, no hay nada que hacer. Esto no se puede imponer. Previamente es necesaria una formación tecnológica y pedagógica de los docentes”, subraya Orbe. La directora de Innovación Educativa del Ejecutivo vasco, Begoña Garamendi, también es consciente de esta necesidad. De hecho, asegura que los docentes vacos son más competentes digitalmente en el ámbito personal que otros profesionales, pese a que no lo trasladan a los procesos de enseñanza. “La realidad escolar se ha rezagado de la incorporación de pedagogías propias de la era digital por causas múltiples, que abarcan desde dificultades de infraestructuras, resistencias que provienen de la prudencia en la modulación de cambios o de modelos de negocio basados en soportes obsoletos -como el papel a partir de determinadas edades-, hasta la convicción de ciertas familias de favorecer modelos didácticos que reconocen como los vividos sin advertir la aceleración digital”, expone.
En la CAV el aprendizaje con recursos digitales está implantado en 35 centros públicos y otros tantos concertados y se prevé su extensión a todos los centros para el curso 2019-2020. “El objetivo es que el alumno aprenda mejor, más fácil, con mayor implicación. Si no se produjera ninguna mejora en el proceso de aprendizaje, la tecnología no tendría sentido”, reconoce Garamendi.