Los turistas que disfrutaban de las playas de Khao Lak en la mañana de Boxing Day -el 26 de diciembre de 2004-, no daban crédito a lo que veían. La marea bajó de forma excepcionalmente rápida. Con sus cámaras fotografiaban y filmaban cómo el agua de la orilla era succionada por una fuerza invisible mientras los barcos de pesca encallaban en la arena.

Esa debería haber sido una señal de alerta, pero muy pocos supieron interpretarlo como lo que era, el preludio de un tsunami que arrasaría toda la costa del mar de Andaman, al sur de Tailandia. El desenlace de aquel desastre natural -provocado por el terremoto de 9.1 en la escala Richter que se produjo en el océano, muy cerca de Sumatra, afectó a 14 países bañados por el Índico y dejó 230.000 muertos.

“Era una mañana perfecta pero estábamos extrañados por la bajada del mar. En el horizonte veíamos una línea blanca. -Es la ola perfecta-, pensé, pero aún estaba muy lejos de la playa y no podíamos saber las dimensiones reales. Entonces vi cómo dos patrulleras de la policía eran engullidas por una inmensa ola. Grité a mi familia que corrieran fuera de la playa. Huimos en pánico hacia un lugar alto y pudimos salvarnos.”, cuenta Stephen Khün en Caught on camara, un documental que proyectan sin cesar en el museo del Tsunami de Khao Lak. A pocos metros detrás del edificio, y a casi 2 km de la costa, descansa una de esas patrulleras -el barco 813- en el lugar exacto donde lo arrastró el maremoto. Hoy es el símbolo del Memorial del Tsunami en Khao Lak. “Este barco estaba custodiando a Phum Jensen, nieto de nuestro rey, que pasaba las vacaciones en un resort de la playa. Toda la tripulación murió en el barco y él en el hotel”, cuenta Naim, que ahora vende souvenirs en el memorial para sacar fondos para las víctimas del tsunami. “No me gusta hablar de ello, porque perdí a quince miembros de mi familia. Mi vida ahora es muy diferente y solo quiero trabajar para ayudar a la comunidad”, cuenta mientras muestra fotos a quienes visitan la explanada.

La ayuda humanitaria fue masiva hasta 2007. Una gran cantidad de recursos a corto plazo llegaron para paliar las necesidades materiales y psicológicas. Se reconstruyeron cientos de hoteles y miles de viviendas, se hicieron carreteras, escuelas, etc., pero para ver los efectos a largo plazo ha tenido que pasar mucho más tiempo. “Miles de familias víctimas del tsunami en las zonas remotas del país aún no han recibido ningún tipo de ayuda de ni del gobierno ni de ninguna organización”, señala Bhudit Maneejak, que tras el desastre llegó como voluntario desde Chiang Mai. Bhudit y su mujer, Rasa, vivieron muy de cerca el drama. “Cuando llegamos días después del tsunami esto era desolador, todavía había cadáveres y escombros por todos lados. El olor era terrible y la situación de la gente desesperada”, recuerda.

“Para muchas familias que perdieron hogares, empleo e ingresos, cuidar y mantener a sus hijos era imposible”, afirma Maneejak, que en noviembre de 2006 puso en marcha la fundación Home and Life en el distrito de Thaimuangla, a unos 30 km al norte de Khao Lak. Sin apenas recursos alquilaron una hectárea de terreno y comenzaron a levantar un edificio donde acoger a 25 niños. Ocho años después, aún esperan recibir alguna ayuda institucional.

En este centro vive Budsaba Nawarak, Bow. Ella ayudaba a su madre en el huerto de casa cuando les avisaron de que el agua estaba cerca y corrieron hacia un lugar alto para ponerse a salvo. “Mi padre murió en el mar. El tsunami destrozó el barco en el que pescaba. Los cuerpos de sus compañeros aparecieron unas semanas después, pero el de mi padre no lo encontramos hasta un año después”, cuenta esta tímida joven de 17 años. Sin medios para subsistir, su madre se marchó a buscar trabajo y dejó a Bow en manos de Bhudit y Rasa. Desde entonces vive en Hom and Life, donde estudia, atiende el café del centro y aprende a tocar la guitarra acústica. Aunque ve a su madre a menudo no quiere separarse de esta gran familia que tiene. “Quiero quedarme y trabajar aquí con los niños. Esta es mi vida”.

La historia de Pateeda Boonsub, Kate, también está vinculada a Home and Life. “Hacía poco que me había separado y trabajaba como bailarina de danza thai en un resort. La víspera del tsunami actuamos de noche y muchos aún dormían cuando escuchamos gritos. Vi que mucha gente que huía de la playa era aplastada por una enorme muralla de agua. Tuve el tiempo justo de salir corriendo hacia la carretera buscando un sitio alto y salvar la vida. Fue aterrador”, recuerda. “Muchos familiares míos vivían cerca de la playa y perdí a diez miembros de mi familia. El hotel quedó destrozado y muchos amigos que trabajaban allí también murieron”, cuenta consternada.

Tras perder el empleo en el resort, su situación era extrema. En esta situación la encontró Bhudit y la invitó a vivir en Home and Life con sus dos hijos. “Desde 2006 atiendo la cocina y enseño danza thai”.

Tarinee Shamutwaree, de 14 años, y sus hermanas gemelas vivían en la aldea de Morgan, un poblado muy desfavorecido en el que la mayoría de los niños carecen de calzado y no tiene recursos para ir a la escuela. Desde hace ocho años viven en Home and Life. “El día de la gran ola el barco en el que trabajaban mis padres estaba cargando pescado en la piscifactoría del río y se salvó, pero después perdieron el trabajo. Mi madre cogió pánico al mar y mi padre se quedó ciego, así que el Bhumit y Rasa” nos recogieron, cuenta Tarinee”.

El tsunami destrozó el 80% de la costa de Andaman. Unas 120.00 personas que trabajaban en el sector del turismo y otras 30.000 que vivían de la pesca se quedaron sin trabajo. Miles de mujeres enviudaron con hijos, teniendo que enfrentarse a retos únicos, y al menos 3.000 birmanos que trabajaban ilegalmente en la pesca y la construcción murieron o desaparecieron. “Ellos nunca contaron en las estadísticas ni recibieran asistencia”, denuncia la ong Tsunami Action Group. “Las consecuencias aún perduran en las zonas más remotas de Tailandia”, asegura Budhit.