PARÍS. "Hemos podido reinventar íntegramente el concepto del zoo y preguntarnos cómo debe ser un zoo del siglo XXI", explicó durante la presentación del nuevo complejo Thomas Grenon, el director del Museo de Historia Natural, institución a la que pertenece el zoológico desde su creación en 1934.
Un millar de ejemplares de 180 especies de mamíferos, aves, reptiles, anfibios y peces, rodeados de 900 especies vegetales, son los encargados de resucitar ese espacio dedicado a la fauna planetaria situado en el parque de Vincennes, en la orilla suroriental de la capital francesa.
El proyecto, que ha contado con un presupuesto público y privado de 170 millones de euros (unos 234 millones de dólares), se apoya en tres ejes: la conservación de los animales en sus ecosistemas originales, la difusión del conocimiento y la investigación en ámbitos como la genética, la biología o la medicina veterinaria.
La visita comienza a través de los 16.570 metros cuadrados dedicados a la Patagonia y a sus vecinos más salvajes, con ejemplares de la pampa, los bosques andinos o las costas frías como leones marinos, pájaros bobos o pumas.
En la siguiente región a descubrir, la del Sahel-Sudán, es donde campan las jirafas, estandarte del parque puesto que han permanecido en el zoológico durante los seis años que ha durado la renovación.
"Es muy complicado desplazar a un grupo de jirafas, incluso peligroso. Así que decidimos mantenerlas aquí", explica a Efe Elodie Rey, una de las cuidadoras del zoo.
El resto de los ejemplares provienen de parques zoológicos de Chile, Moscú, Singapur o Varsovia y necesitan algo de tiempo para adaptarse a su nuevo entorno.
"Cuando llegan, los metemos en un lugar en el que se sientan seguros. Se encuentran en un nuevo espacio que no conocen, ni tampoco a sus nuevos cuidadores. Puede llevar algo de tiempo", comenta.
Las planicies que imitan a la sabana, y que se extienden bajo una roca vertical de 65 metros de altura que preside el parque, son también el hábitat de los avestruces, las cebras, de un león macho que espera la llegada de tres hembras y de un rinoceronte blanco, que tampoco se muestra aún al público.
El 20 por ciento de los animales del catálogo todavía se tienen que incorporar al zoo e irán llegando en las próximas fechas, indican los responsables.
El recorrido fluye después por territorio europeo, donde especies autóctonas como nutrias, lobos, glotones o tortugas se camuflan en una reserva de 10.800 metros cuadrados.
Si en ocasiones no resulta automático detectar animales, es porque los responsables del zoo han querido que la visita se asemeje a la observación de los animales en la naturaleza, donde hay que afinar el ojo para localizar a los especímenes porque no desfilan por un escaparate.
A continuación, el visitante se adentra en la región de la Guayana, que alberga otra de las joyas arquitectónicas del zoo: un invernadero tropical de 4.000 metros cuadrados en el que loros, monos perezosos y manatíes conviven en semilibertad con los visitantes, mientras que tarántulas, caimanes y serpientes permanecen confinados en sus jaulas.
Ese bosque húmedo desemboca en el último tramo del parque, cuya extensión total equivale a unos veinte campos de fútbol y que se despide del visitante con los lemures del bambú, los fosas, las ranas y los sifacas coronados de Madagascar.