Laudio. Aquel 26 de agosto de 1983, el municipio de Laudio se encontraba inmerso en la celebración de sus fiestas patronales. Era víspera de la jornada más importante y popular conocida como Día de las Morcillas. Las previsiones meteorológicas de ese viernes anunciaban inestabilidad en el tercio norte peninsular, pero las consecuencias del temporal fueron mucho más graves de lo previsto. Dos riadas convirtieron las calles del pueblo en un inmenso lodazal y, en pocas horas, la localidad se quedó incomunicada y sin suministro de luz ni de agua. La lluvia empezó a caer con mucha intensidad a las cuatro de la tarde y una hora después comenzaron a desbordarse los afluentes del Nervión, los arroyos Aldaikoerreka y San Juan. El agua invadió el centro del casco urbano hasta el punto de que los comerciantes de los puestos de venta de la Plaza de Abastos, y otras personas que se encontraban en la calle, tuvieron que refugiarse en la Casa Consistorial y en la parroquia de San Pedro de Lamuza. A las 21.30 horas, los transformadores se encontraban totalmente anegados y tanto el fluido eléctrico como el telefónico estaban cortados.

En esa primera riada se vivieron momentos dramáticos como el que afectó a los clientes y el personal del ahora bar Sokoa, situado a pocos metros del cauce del Nervión. "El agua empezó a entrar y los que estaban allí comenzaron a subir el mobiliario y las cosas del valor a zonas altas para intentar salvarlas de la riada. Cuando se dieron cuenta ya no podían salir a la calle porque el torrente que bajaba por la carretera tenía tanta fuerza que si salían les hubiera arrastrado", relata Fito Guerrero. La única opción que les quedaba era esperar dentro, subidos sobre la barra, y confiar en que el agua no anegara del todo el establecimiento. "En el piso de encima del bar vivía un gallego que alertado por lo que estaba ocurriendo no dudó en coger un hacha, hacer un agujero en el suelo de su domicilio y sacar de allí a los que se encontraban en el Sokoa. Sin duda, fue lo que les salvó", sentencia.

Seis fallecidos Sin embargo, era sólo un aviso de lo que llegaría después. Tras un paréntesis de unas pocas horas y cuando los vecinos creían que ya había pasado el peligro, las nubes comenzaron a descargar de nuevo con fuerza a las tres de la madrugada. Fue entonces cuando llegó la segunda riada, fue devastadora.

De hecho, Laudio fue una de las localidades más perjudicadas por esas terribles inundaciones que afectaron a muchas localidades del País Vasco. Esta localidad no solo quedó arrasada por la fuerza del líquido elemento sino que las inundaciones se saldaron con seis muertos. Cinco de ellos, durante una operación de rescate de dos vehículos de la Guardia Civil que partieron desde Gasteiz en misión de reconocimiento alertados por el mensaje de socorro de un radioaficionado desde la localidad de Luiaondo.

"A su paso por Okondo recogieron a varios componentes de una familia que regresaba de sus vacaciones desde la zona de Burgos. Poco antes de las cinco de la madrugada, uno de los Land Rover fue arrastrado por la crecida inesperada del arroyo Aldaikoerreka, a escasos metros de la casa cuartel", recuerda Igor Castillo, en un relato de los hechos publicado en la revista de la Cofradía del Señor San Roque. En ese desgraciado incidente, fallecieron los agentes Miguel Salgado, Luis Postigo, Pedro Carbona, el teniente Alejo García y la joven Araceli Pozo Caño.

La sexta víctima fue su propio abuelo, Juan José Castillo Colina. "Después de salir de su trabajo, tuvo que abandonar el vehículo en Malkuartu para intentar llegar a pie hasta su casa en Landaluce. Pero fue sorprendido por la segunda riada y arrastrado por las aguas del arroyo San Juan", rememora. Una vez amainó el temporal, fueron muchos los vecinos que participaron en las labores de rastreo "y más tarde la familia por su cuenta continuó haciéndolo siguiendo el cauce del río pero sin resultado", añade el nieto. Su cuerpo apareció, diecisiete días después, en La Peña.

Caos y ayuda Externa A las siete de la mañana el caudal del río alcanzó su cota más alta y a partir de esa hora el temporal comenzó a disminuir. Los recuerdos de los peores momentos siguen aún muy presentes en la memoria de los laudioarras, incluso de quienes por entonces a penas tenían poco más de diez años. "Pasé uno de los días de más miedo de mi vida por los truenos, relámpagos y la fuerza del agua. Y después, todo lo que arrastró el agua: coches, árboles, animales? Todo ello pasó por debajo de mi casa, chocando contra los cimientos que están metidos en el cauce. Yo creía que se iba a caer el edificio", relata Idoia que por entonces vivía en la Casa Rosa con su familia. "Todavía me acuerdo del olor a humedad y fango", añade.

Con el cese de la lluvia y la bajada del nivel de las aguas, el pueblo pudo comprobar las consecuencias de la catástrofe. La mayoría de los puentes se encontraban seriamente afectados, la fuerza de la riada provocó el desplome de varios edificios antiguos situados cerca de las márgenes del Nervión y el sector comercial y hostelero del casco urbano quedó arrasado.

"Yo me encontraba de vacaciones en el Valle de Mena. Logré acceder al pueblo el domingo y me hundí. Estaba devastado y vecinos y soldados del ejercito se encontraban limpiando lo que podían", recuerda José Ramón Larisgoitia, propietario de la Tintorería Nervión ubicada en la calle Zubiko Kurajo.

Fito Guerrero y su familia regentaban por entonces dos comercios: El Paraíso en la calle Nervión, bajo los pórticos de la Iglesia, y Galerías Llodio en la céntrica calle Pío XII "donde el agua alcanzó los diez metros de altura", precisa. Al igual que otros comerciantes, perdió todo el género que había en la tienda "incluso una moto que teníamos en el escaparate para sortearla fue arrastrada y la encontramos en la calle Nervión, a la altura del arroyo Aldaikoerreka", afirma.

La primera ayuda externa llegó el mismo domingo 28 de agosto. Trece vehículos consiguieron acceder a Laudio con 46.000 panecillos y 15.000 litros de agua además de botas de agua, alimentos infantiles y productos de primera necesidad. Dotaciones de la Cruz Roja, unidades de rescate acuático, equipos especiales de salvamento, unidades del ejército, de la Ertzaintza y de la Guardia Civil, Policía Nacional y agentes de la Guardia Urbana de Laudio y de Vitoria fueron algunos de los medios humanos y técnicos que se movilizaron para intentar poner un poco de orden en el caos existente y facilitar los servicios básicos de atención a la población.

Desde un Cuarto de Socorro de Emergencia se atendieron casos de ansiedad, diarrea, gastroenteritis y se repartieron alrededor de 1.500 vacunas antitetánicas. Desde el salón de plenos del Ayuntamiento distribuyeron los alimentos infantiles -botellas de agua, de leche, potitos, frutas, galletas y pañales- y la iglesia de San Pedro de Lamuza se transformó en un almacén de alimentos y enseres para adultos.

De aquella tragedia y duros momentos, lo que ha quedado grabado en la memoria de los laudioarras es la solidaridad. Más de dos mil voluntarios ocuparon el valle de Ayala durante el primer fin de semana de septiembre y los vecinos se echaron a la calle para limpiar e intentar recobrar, en la medida de lo posible, la normalidad. "Mi aita cogió la furgoneta de Gallina Blanca y trajo pollo para todo el vecindario. Todo el mundo ayudaba y colaboraba en lo que podía", apunta Idoia.

También en el sector comercial. "La sede de la asociación Apill se convirtió en centro de operaciones para gestionar trámites como la valoración de daños y el papeleo con los seguros y entre nosotros nos avalamos para poder volver a reflotar nuestros negocios", indica Fito Guerrero. Todos a una para salir adelante de una de las mayores catástrofes naturales vividas en Laudio, su comarca y en gran parte de Bizkaia.

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