Deseadito, alcurruceño colorado de 570 kg, noble y bien armado, pudo haber pasado a la historia negra de los Sanfermines. El último los seis toros del hierro manchego se topó con una muralla humana que le cerraba el paso frente al callejón. Allí podía haberse ensañado con alguno de los mozos que huían despavoridos. O arrancado contra el vallado. Hubiera sido una escabechina. Pero se dio la vuelta y amagó con volver sobre sus pasos, donde otro mar de corredores se agolpaba tras los pastores, geniales una vez más. Tampoco lo hizo. Esperó a que se despejara el camino para cruzar la plaza a golpe de capotazo.

Fue sin duda el momento más angustioso de una carrera que por lo demás fue rápida, limpia y bonita, con la manada rota desde Mercaderes y espacios para el lucimiento. Y pese a la multitud, que una vez más volvió a masificar el encierro del domingo, el parte médico fue sorprendentemente escueto. Cuatro trasladados a hospitales con traumatismos varios. El pamplonés de 36 años E.S.M fue el único que quedó ingresado con rotura de cúbito y radio.

El quinto fue bueno Es verdad que los de Alcurrucén no tienen el trajín por el adoquinado de otras ilustres ganaderías, pero el hierro manchego va camino de hacerse con un buen nombre en Pamplona. Cinco encierros, todos rápidos y animados, pero ni un solo herido por asta.

Y eso que la de ayer no fue precisamente una carrera tranquila. Fue abrirse el portalón de Santo Domingo y salir la torada como un rayo. Cuatro colorados, típicos de la divisa toledana, un castaño claro y un negro bragado. Este último, Capuchino, se encargó de guiar a sus hermanos con algún derrote de cierto peligro que no encontró destino. Seguramente porque delante avanzaban tres mansos, especialmente rápidos ayer, que fueron abriendo espacio entre la muchedumbre.

Así se fue estirando la manada, que cruzó junta y enfilada la plaza del Ayuntamiento hasta que Deseadito patinó al inicio de Mercaderes arrastrando con él a Ambicioso. Los dos colorados se separarían ya para toda la carrera abriendo hueco para que la mocina tuviera pitones para elegir. Algo en lo que colaboró Capuchino poco después con otro resbalón al inicio de la Estafeta que lo dejó lesionado para la corrida de la tarde. Con el pitón izquierdo roto, su lugar lo tuvo que ocupar Heredado.

La manada se había roto ya de forma definitiva. Por delante marcando el paso tres cabestros que protegían a Gaitero. Y por detrás, uno a uno y en orden el resto de Alcurruceños. Injuriado, Cornetillo, Ambicioso, el dolorido Capuchino y, al final, el bueno de Deseadito. Todos nobles y sin mala uva. La carrera soñada por los buenos corredores, muchos de los cuales se pudieron lucir durante casi toda la Estafeta. Había toro y sitio para casi todos.

dramatismo en callejón Para los dos minutos de carrera el primer colorado pisaba ya la arena del coso. Uno a uno y a buen ritmo irían llegando los demás, bien llevados por la mocina y con tanta emoción como dramatismo, sobre todo con Amoroso, que a punto estuvo de arrollar a un par mozos que todavía deben estar notando el aliento del animal.

Ya solo faltaba Deseadito, el último de los de Alcurrucén que, sin prisa, casi de paseo, tardó en enfilar la curva de Telefónica y encarar la plaza. Tiempo suficiente para que en la entrada al callejón, junto al vallado, se fueran agolpando corredores. Alguno tropezó en el costado izquierdo creando una montonera. Allí miró el astado, cuyos ojos nunca olvidará la veintena de mozos entumecidos que todavía hoy se preguntarán por qué Deseadito se dio la vuelta.

Tal vez le faltó nervio y bravura, aturrullado por la multitud. O simplemente no tuvo mala leche. Porque bien pudo acabar aquello en un reguero de corneados a recordar durante años. No fue así, y el primer encierro de este 2013 solo será aquel que en el que un preciso alcurruceño colorado falto de ideas malas no quiso ser protagonista.