A Coruña. La mar que abraza la Costa da Morte es terriblemente fuerte, un gigante capaz de batir olas, jugar con las corrientes y garabatear con los vientos. Esa fuerza tan salvaje, tan primitiva, es similar en potencia a la que movilizó a la sociedad gallega, que, indignada por la desastrosa gestión del Prestige, tomó las calles por las solapas como nunca antes lo había hecho. No hay antecedentes de una respuesta similar ni con el estallido de la democracia. "No recuerdo una movilización semejante. Aquello fue un hito, algo difícilmente descriptible que perdurará siempre", advierte Xaquin Rubido, miembro de la gestora de Nunca Máis, plataforma que se personará en el juicio mañana para que los principales responsables de la trama "no queden impunes" ante la mayor catástrofe anotado en la historia gallega, que antes contabilizó la zozobra con el Urquiola y el Mar Egeo. "La forma en la que se gestionó el tema del Prestige unió a todos. Fue una respuesta solidaria. La gente interpretó que lo ocurrido merecía una respuesta". Como sucede con la mayoría de los grandes movimientos sociales, estos se gestan de manera espontánea. "La sociedad era la que empujaba. Y nadie empuja más fuerte que la gente cuando se une. Fue lo que ocurrió", rebobina Xaquin Rubido.
En el retrovisor, entre el fundido en negro que supuso el hundimiento del Prestige y la posterior marea, aquel océano tejido por el chapapote, sobresale la modélica reacción de la ciudadanía, varios cuerpos por encima de las autoridades y su entramado de incompetencia. "La sociedad se movilizó por el estado de alarma que causó la situación en sí, estamos hablando de una catástrofe de enormes dimensiones, pero la respuesta de las autoridades sirvió de acicate. Su incompetencia fue manifiesta y la gente se hartó. De eso no tengo duda", analiza Rubido, que compara las justificaciones y mensajes que lanzó la clase política dirigente con frases "de los hermanos Marx. No había por dónde cogerlo y eso indignó aún más a la gente, que decidió movilizarse".
La sociedad, que no tragaba con la versión oficial, a la que contradecía la realidad de manera continuada, encontró una rampa de despegue, un trampolín desde el que impulsarse en las propias autoridades que alimentaron con su politiqueo, torpeza y discursos edulcorados el cabreo de la sociedad, que demandaba soluciones. "Resultaba todo tan disparatado que motivó aún más la protesta de la ciudadanía". Las declaraciones de los mandatarios fortalecieron Nunca Máis, una plataforma imberbe, que necesitó constituirse para servir como un catalizador de numerosos colectivos que comenzaron a reunirse en un local de Santiago de Compostela de forma atropellada, asamblearia. "Todo el mundo quería aportar, la gente se sumaba. Era emocionante y estresante a la vez. No resultó sencillo canalizar todas esas fuerzas y energías".
Mezcla y unión El puzle era enorme y latía como un volcán. Desde la primera convocatoria fue evidente la pujanza de la sociedad civil, su cohesión a pesar de que alrededor de Nunca Máis, de aquel movimiento, la mezcla en origen era notable. Sin embargo, las piezas encajaron. El pegamento de la solidaridad, la unión y la indignación dibujaron un paisaje compacto aunque repleto de matices, su gran riqueza, el mejor de los capitales.
El encauzamiento de un río con tantas ramificaciones hasta convertirse en un Nilo resultó una tarea tan excitante como agotadora. Galicia estaba en plena ebullición, limpiando en la costa y manifestándose en las calles, aunque desde las altas esferas del gobierno y de la Xunta se trató de torpedear a Nunca Máis vinculándolo al nacionalismo con el propósito de estigmatizar aquel movimiento. "El gobierno decía que éramos esto y lo otro, pero realmente se trataba de un colectivo cuyo motor era la sociedad. En las movilizaciones había todo tipo de gente y eso era lo bueno, el verdadero poder, el de la sociedad civil gallega".
El corazón de Nunca Máis pertenecía al pueblo. Era el pueblo el que caminaba, gritaba, sostenía una pancarta y agitaba una bandera negra con una franja azul celeste atravesándola en diagonal. La enseña de Galicia teñida de negro. "Fue el símbolo de Nunca Máis. Una imagen muy potente que lo sintetizaba todo. La gente se sintió muy identificada con aquella imagen. Todo el sentimiento de la gente estaba en esa bandera". El pendón fue idea del diseñador gallego Xosé María Torné, que al ver en la manifestación del 1 de diciembre de 2002 en Santiago de Compostela a unos tipos que vestían unos monos blancos y portaban un deteriorado trapo negro cruzado con una franja azul celeste, se le ocurrió la idea.
Un hito Aquel día en Santiago de Compostela, con el Obradoiro mirando la marea de la reivindicación, fue un hito para el movimiento Nunca Máis. "Es difícil saber cuánta gente hubo, pero sí tengo una sensación que nunca se me olvidará. Yo iba en la cabecera, agarrando la pancarta, y sentía que me llevaban en volandas. La gente avanzaba, tiraba hacia delante, era una marcha imparable", desenrolla Xaquin Rubido del proyector que dio luz en aquellos días de niebla y oscuridad. Se estima que 200.000 gallegos participaron en la manifestación, "un clamor histórico que pretendía llegar al mundo" para protestar contra la marea negra, demandar la adopción de medidas que eviten más accidentes similares en el futuro, exigir responsabilidades políticas por cómo combatió el vertido de fuel y reclamar que Galicia fuera declarada zona catastrófica. La movilización más multitudinaria de la biografía de Galicia se cerró con el manifiesto que leyó el escritor Manuel Rivas, absolutamente comprometido con la causa.
Fueron decenas los colectivos que decidieron adherirse a la marcha que recorrió las calles de Santiago hasta desembocar en la plaza del Obradoiro, donde tiene la sede el gobierno. Desde los sillones, en las alturas, se miraba a los miles de participantes con desdén. El PP no acudió a la cita, y el portavoz del grupo parlamentario, Jaime Pita, no ahorró adjetivos para tratar de desacreditarla. "Siempre lo intentaron", establece Xaquin Rubido. El dirigente popular calificó a Nunca Máis de "tremendamente politizada" y de nacer bajo un punto de vista "sectario" y "partidista" por reprobar a la Xunta y al gobierno la gestión de la catástrofe. "Me atrevo a decir que el 99% de los afectados por la marea negra está de acuerdo con la actuación del Gobierno español y gallego", expuso Pita.
Mañana, el día que comienza el macrojuicio, Nunca Máis ha llamado a una concentración bajo el lema "No a la impunidad" frente a Expocoruña. La última movilización de Nunca Máis por la causa del Prestige data de 2006, con motivo del cuarto aniversario del desastre. "Con el tiempo es imposible mantener esa intensidad y ese nivel de participación. Fue maravilloso. Una aventura extraordinaria. No hay que olvidar lo que hicimos y lo que conseguimos. Fue fantástico. Si algo tengo claro después de todo este tiempo es que si volviera a pasar algo parecido, estoy seguro de que a la sociedad que le toque responderá de la manera que corresponda. Confío en la sociedad", cierra Xaquin Rubido, consciente de todo lo que empuja.