Vitoria. Entre el negro y el blanco hay una amplia gama de grises. Así lo ve María Eugenia Rodríguez Palop que, invitada por Unesco Etxea, presentó ayer su libro Claves para entender los nuevos derechos humanos y analizó las movilizaciones sociales de la primavera árabe y del 15-M. Dos alzamientos que, a su juicio, responden a las mismas reivindicaciones y reflejan las necesidades de culturas que se desvelan como no tan diferentes. Porque ni en unos puntos la democracia es tan real ni todos los derechos están ya escritos.
Los derechos humanos son algo universal. ¿Pueden multiplicarse?
Sí, porque lo hacen en función de las necesidades o del replanteamiento de necesidades a las que antes respondían. Es un proceso muy positivo porque los derechos surgen de nuevas situaciones. Están muy vinculados a la globalización y a la crisis del estado democrático, social y centralizado. Hay una frase muy interesante que dice que el Estado hoy es muy grande para las cosas pequeñas y muy pequeño para las cosas grandes. Así que, en efecto, surgen nuevos problemas que tienen una descentralización del nivel político.
En base a eso, quizás se debería hacer una revisión de la declaración de la ONU porque los derechos humanos tal y como los conocemos quedan desfasados...
No desfasados, pero sí tienen que ser releídos. El crecimiento de nuevos derechos pone en cuestión su concepción clásica. Eso no significa que erradique lo que han sido grandes conquistas, como los derechos civiles, pero sí hacer una relectura. Si yo reivindico el derecho al medio ambiente, eso va afectar al modo en que entiendo otro como el de la propiedad privada.
¿No se corre el peligro de establecer ciudadanos de primera y de segunda cuando en algunos países se han consolidado ya unos y en otros están empezando?
Sí, históricamente hay un desfase de ritmos. No hay armonía en la garantía de derechos en distintos puntos del planeta. Pero no se tienen que ver los nuevos derechos como una presión a los clásicos o la idea de que hay que elegir entre los derechos civiles y los nuevos. Todos obedecen al mismo espíritu, a acabar con la estructura de dominación. Lo que pasa es que éstas varían con la historia.
¿Cuáles son los derechos que surgen y que están en primer plano?
No ha perdido vigencia la reivindicación de los derechos sociales y han nacido nuevos en torno a la autodeterminación de los pueblos, a las cuestiones culturales, al medio ambiente, el desarrollo y al patrimonio común de la humanidad. Lo que hacen los nuevos derechos es solucionar problemas globales.
¿Qué claves se han dado para que empiece a surgir ahora de forma general esa necesidad de reivindicar derechos humanos en movimientos como la primavera árabe?
Todos surgen frente una crisis de legitimidad democrática, del Estado social, a una desconfianza de las instituciones y los partidos políticos. Que también tiene que ver con la autodeterminación de los pueblos y los nacionalismos. Es decir, que sí hay una cierta compenetración entre el surgimiento de los nuevos derechos y el surgimiento de movimientos sociales.
¿Se puede hablar entonces de un nuevo orden mundial?
Sí, estamos ante un nuevo orden mundial aunque hoy está más concebido como un cierto desorden porque es un periodo de tránsito hasta que esos cambios se asienten. Aunque quizás ese orden nunca ha existido (sonríe).
¿Estos movimientos pueden llevar a un acercamiento entre Occidente y los países árabes?
Sí, porque la primavera árabe ha puesto de manifiesto que el mundo árabe no es tan homogéneo, ni está tan radicalizado, ni es una amenaza como nosotros pensábamos. Hay muchos prototipos que han caído definitivamente. Esas sociedades han dado la cara y ahora tienen forma humana. Esto los aproxima a Occidente, que siempre los ha visto como seres de otro mundo y ahora no son los otros, son nosotros. Se han incorporado a nuestro discurso.
Y mientras la primavera árabe pide derechos básicos, en España el movimiento del 15-M muestra su indignación ante una clase política a la que considera incapaz y que no escucha a la sociedad. No hay tantas diferencias entre ambos movimientos...
Eso es fruto de la soberbia de Occidente, que siempre considera que está un paso por delante de todos los demás. El movimiento 15-M reivindica lo mismo que todos los anteriores a lo largo de la historia. Romper con las estructuras rígidas del poder institucionalizado, verse representado, más libertad, igualdad... El 15-M se parece mucho en lo que pide a la primavera árabe. Es verdad que allí la gente se juega la vida en las revueltas y aquí no. Pero eso no significa que su reivindicación sea distinta, es como la nuestra.
Da la sensación de que se produce una vuelta atrás en la lucha por derechos ya adquiridos.
Por supuesto. Los derechos políticos están siempre en expansión, en movimiento, incluso los derechos civiles. Lo hemos visto con Guantánamo. Uno no se puede relajar con los derechos civiles porque tienen una protección mayor en los países occidentales pero aún así, países como Estados Unidos o incluso nosotros mismos hemos apoyado cárceles de la CIA, las torturas policiales o, por lo menos, hemos hecho oídos sordos.
¿Se vive una falsa democracia?
En realidad, sí. No quiero ser catastrofista porque sí ha habido avances, pero nunca se ha logrado que sea todo lo representativa que fuera deseable.
Algunos expertos aseguran que es un movimiento que acabará cayendo en el olvido. ¿El establecimiento de un cierto nivel de bienestar ha llevado a la sociedad a una comodidad que impide la fuerza de movimientos como la primavera árabe?
No lo veo así. Para empezar pienso que todo los movimientos sociales han dejado una huella. El propio movimiento obrero, el ecologismo, el feminismo... Ninguno ha caído en el olvido. Por otro lado, hoy en día el mundo de las comodidades está en crisis. ¿A cuáles vamos a volver después de esta crisis? Eso de cualquier tiempo pasado fue mejor no es cierto. Es una visión del presente que siempre ve todo con dificultades, mientras que la historia registra los éxitos. No veo que la gente esté especialmente acomodada. La generación venidera va a vivir peor que nosotros. De hecho, este movimiento tiene mucho que ver con la precariedad que viven y la que van a sufrir por mucho tiempo. Eso va a darle alas al movimiento por mucho tiempo.
¿El cese definitivo de la violencia de ETA puede ser el gran éxito de los derechos humanos de la sociedad vasca?
Por supuesto que sí. Es un triunfo de la sociedad vasca global, tanto de unos como de otros, de todos los que se han movilizado de un lado y de otro. No es una heroicidad de los que lo han dejado, pero sí es el fruto de una sinergia social. Tiene que ver más que con los derechos humanos clásicos, con una conciencia de lucha, de reivindicación. No con el catálogo de los derechos humanos sino con el espíritu, que es muy difícil de destacar. La sociedad vasca es muy valiente, capaz, organizada, luchadora y reivindicativa.