Vitoria. El Consejo de la Juventud de Euskadi (EGK) acaba de cumplir 25 años. Desde que se constituyó en 1986 como plataforma de asociaciones juveniles ha venido trabajando con el fin de defender los derechos de este colectivo, más castigado que nunca por los efectos de la crisis económica y por el elevado precio de la vivienda. Para recordar los logros conseguidos durante todos estos años y poner sobre la mesa los retos que quedan por alcanzar ha organizado una serie de actividades a lo largo de este mes de noviembre, de nombre GAZTeazAROA en las tres capitales vascas.
En una de las jornadas programadas abordan la imagen que dan los medios de este colectivo. ¿Les parece que se ajusta a la realidad?
Se ajusta a cierta parte de la juventud, porque en general se da una imagen algo negativa y demonizada. Transmiten que si los jóvenes somos unos vándalos, unos vagos, unos fiesteros..., o luego hablan de la famosa generación ni-ni que tan de moda se ha puesto, que parece que ni trabajamos ni estudiamos porque no queremos, que preferimos vivir a costa de nuestros aita. Hay casos en los que será así, pero hay otra realidad muy diferente, que es por lo que nos toca trabajar en la sociedad. Hay juventud asociada, autogestionada, autoorganizada, implicada en temas sociales, que toma parte, que es altruista, y hay un voluntariado brutal a nivel de Euskadi.
¿Qué grado de implicación diría que tiene la juventud vasca con lo que ocurre en su entorno?, ¿goza de buena salud el movimiento asociativo juvenil?
Goza de buena salud, lo que pasa es que en los últimos años está cambiando la forma de participar en la sociedad. Hasta ahora el modelo participativo clásico era el asociativo. Lo que pasa es que hay una realidad participativa que no está tan organizada. Ahí están las asambleas, las juntas de vecinos, las comisiones de fiestas, el fenómeno de los gaztetxes... Son maneras de funcionar autoorganizadas que no son tan formales como el movimiento asociativo. Pero ahí están y existen, y dinamizan mucho su entorno cercano. Creo que la participación es muy alta, además hay cantera. Lo que sí que hemos detectado es que ha bajado mucho la participación en las asociaciones clásicas por la complicación que supone todo el papeleo y la burocracia. Pero el movimiento organizativo está en alza y goza de muy buena salud.
Si hay implicación, ¿por qué en unas elecciones se suele producir un índice de abstención tan alto entre los jóvenes?
Digamos que en la política formal la participación es baja. Yo creo que estamos desengañados y quemados. El trabajo de los políticos no ha debido de ser todo lo convincente que debería de haber sido durante las últimas décadas. Así lo han visto no sólo los jóvenes sino también las generaciones maduras, y se está desarrollando un cierto escepticismo. Nos parece que la política es cuestión de otros, creemos que no nos afecta, aunque lo haga, y parece que no podemos llegar a participar ahí, se percibe como algo ajeno a nosotros. Nos hemos llegado a quemar tanto con cosas que hemos visto en ciertas esferas que no nos han gustado, que se ha perdido la fe en las urnas y en la labor de los políticos profesionales. Quizá por eso los movimientos sociales estén en alza. Si las cosas no funcionan como nos gustaría, igual nos tenemos que organizar nosotros para llevarlas adelante.
En este sentido, ¿cree que el movimiento de indignados ha marcado un antes y un después?
En cuanto a darnos cuenta de que podemos participar yo creo que sí. Es un movimiento diferente al clásico, es menos organizativo, pero le hace falta madurar. Ha sido un boom mediático y eso es positivo porque hay mucha gente que hasta ahora no se implicaba en movimientos sociales y que ahora ha visto que lo puede hacer y puede dar su opinión. Ha sido una manera para que esa parte de la sociedad que hasta ahora no era parte activa no sólo reciba de la sociedad sino que se dé cuenta de que puede aportar también. Yo lo veo positivo.
Lo cierto es esta vez la crisis le está afectando de lleno a la juventud... ¿Perciben su preocupación?
Es una preocupación potente. La tasa de desempleo duplica a la de la media en Euskadi, y encima entre los que están trabajando la situación también está mal. ¿Cómo vamos a salir de casa de nuestros aitas?, ¿cómo vamos a tirar para adelante así?
¿Cómo ve el futuro?, ¿existen visos de solución?
Lo que tenemos que hacer es cambiar de chip. Nos hemos acostumbrado, y no sólo la juventud, a un nivel de vida que de aquí en adelante no vamos a poder mantener. Entonces, tendremos que replantearnos nuestros proyectos de vida y nuestras maneras de gestionar nuestros trabajos, nuestra vivienda, y nuestra familia, dándole una visión más comunitaria. Hasta ahora hemos sido muy individualistas y hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Hemos podido vivir solos o con quien nos apetecía, y eso con la crisis nos los tendremos que replantear. ¿Quién sabe? Igual tenemos que volver a los esquemas de nuestras aitonas y vivir más gente en una misma casa. Igual tenemos que empezar a recuperar esos esquemas para ahorrar gastos. Tenemos que tranquilizarnos y empezar a darle la vuelta a las cosas.