vitoria. Hace seis años que Josu Feijoo (Gasteiz, 1965) empezó en el programa espacial. Su amigo Burt Ruton, el fundador de Scaled Composites, una empresa que diseña naves espaciales, le animó a embarcarse en este experimento para ayudar a los diabéticos. Una enfermedad que sufre hace 21 años, cuando le detectaron la más agresiva de todas ellas, la de tipo 1, que le obliga a pincharse cuatro veces al día.
En su última aventura por cruzar de este a oeste Groenlandia sufrió dos comas hipoglucémicos. Ahora podría morir, si se disparan los niveles de glucosa en el despegue. ¿Estaba pensando en la luna cuando le propusieron ser astronauta?
Lo he hecho porque tengo tres razones. La primera es personal porque quiero cumplir el sueño que tengo desde pequeño de ser astronauta. La segunda es social, para cambiar cómo se comporta la sociedad con los diabéticos. Yo quería ser piloto de aviones y no me dejaron, al igual que en otras profesiones a los que esta clase de enfermos nos tienen prohibido entrar, como bomberos. Y la tercera es una razón tecnológica, porque quiero mejorar la insulina en sí y los aparatos que optimizan su control. Esto último ya es una realidad porque tengo toda la electrónica en mi casa. Como dicen los astronautas, el fracaso no es una opción.
Si lo consigue será el primer astronauta diabético del mundo y el primero que llevará una ikurriña en la manga derecha de su traje...
Si los rusos se inventaron el término cosmonauta, los americanos el de astronauta y los chinos el de taikonauta, yo seré el primer euskonauta. Es una palabra bonita para definir al viajero de las estrellas, aunque, en realidad, debería ser izarnauta.
El proyecto consiste en que le inyecten insulina sin gravedad. En concreto, uno de los experimentos era comprobar qué tal funcionaba la insulina que sirve para 24 horas...
Cada día me pongo cuatro inyecciones. Tres antes de cada comida y luego una que es la de las 24 horas, que si no como nada, me bastaría. La idea original era que esta última en vez de hacerlo cada día me la pusiera tres veces por semana. Pero el tiempo ha hecho que ya esté en el mercado en algunos países del este de Europa y en España está a punto. Así que ahora, en vez de probarla por primera vez, certificaré su seguridad hasta el extremo de estar en microgravedad.
También probará un medidor de glucosa en sangre con un sistema de telemedicina incorporada...
Es lo que hemos solucionado. Hemos certificado con Osarean que la telemedicina en el control del paciente diabético es una realidad. Desde el espacio, un médico va a poder controlar mi nivel de glucosa en sangre a tiempo real. El medidor tiene un software que envía la información a través de infrarrojos. Si tienes más de 110 el valor te sale en rojo. Pero hemos dado un paso más. Se ha conseguido analizarla continuamente, sin pinchar dedos, con un microchip del tamaño de una lenteja, que lleva una pequeña aguja, del grosor de un pelo, que se pincha a la altura del ombligo. Transmite resultados cada cinco minutos, seis días, durante 24 horas. Pero aparte de eso, hemos ido más allá. Telefónica ha desarrollado un dispositivo, como una tarjeta SIM, que ella misma envía el mensaje a tu móvil, con las alertas de si estás alto o bajo de glucosa. A tu médico le llega un email, para darle una curva de los niveles, con la cual sabrá como pautarte. Han sido millones de inversión, pero en unos meses estará en el mercado.
Un tercer experimento consistirá en extraer 10 ml de sangre en el espacio para hacer un estudio proteómico, para ver si es posible identificar proteínas que permitirían diagnosticar la enfermedad o pronosticar la evolución de la misma...
Primero me sacan la sangre en tierra, para tener la comparativa, luego lo hago yo en el espacio y al aterrizar. El estudio es para ver una diferencia plasmática, si varían de un estado a otro. Esto significa que si no varían, el diabético no debería de tener ningún problema para acceder a su puesto de trabajo.
¿Cuánto tiempo tardarás en escuchar la mítica cuenta atrás desde la nueva estación de Nuevo México?
Están diciendo que en febrero o marzo, pero como mucho se podría retrasar un mes. Estoy en puertas. Según el cuerpo que se me quede veré si acepto o no una invitación de Sergei Krikoliev, responsable del programa espacial ruso, para ir a la estación internacional. Estar ahí suele valer 17 millones de euros. A cambio, todos los experimentos que haría se los tendría que pasar a la agencia rusa.
¿Y desde qué momento empezará a subirle la glucosa?
Voy a salir con la glucosa alta, de 280 de glucosa en sangre, que casi casi es como para ir al hospital. Si no funciona, la hemos liado, puedo entrar en coma o perderé la vida.
¿A qué distancia se pondrá esa primera inyección?
A 80 kilómetros, cuando esté en el espacio.
¿Cuánto durará el vuelo?
El viaje orbital alrededor de la tierra durará cinco horas. A partir de ahí, las probabilidades de contraer cáncer de piel son del 90% porque estamos fuera de la estratosfera que no te protege de los rayos malignos. Para hacer 350 kilómetros a 27.000 kilómetros hora le cuesta esas cinco horas porque va dando vueltas.
¿Qué le parece la nave USS-Enterprise de la empresa Virgin Galactic, en la que viajará?
Muy pequeña. Es como un transbordador espacial pero en miniatura. Yo cuando la vi pensé que era una maqueta. Si hasta la propia Soyuz, en la que van tres astronautas, es como un Fiat 600.
El asiento para ir al espacio cuesta unos 200.000 dólares. ¿Está todo pagado?
Afortunadamente, está todo pagado porque tengo diversos patrocinadores, como los laboratorios que están interesados en investigar sobre la diabetes. Un día completo en la agencia espacial rusa te puede salir por 35.000 euros. Así que llevaré 500.000 dólares en entrenamientos.
¿Cuántos has hecho en total?
Nueve centrifugadoras -siete en EE.UU. y dos en Rusia- donde son más fuertes. Con 6,2 g de gravedad, si mueves el cuello un milímetro te puedes quedar parapléjico. También he hecho el vuelo parabólico, con la Nasa. Es en un 737 que sube hasta 10.000 metros y desciende de forma que en su interior se consiga un estado similar al de la caída libre en el vacío. Esta maniobra permite simular un efecto de microgravedad, es decir, gravedad cercana a cero, durante periodos cortos de tiempo en el interior del aparato. Por hacerlo estuve tres semanas vomitando porque tu giras y hasta que tus vísceras empiezan a hacerlo, ya has completado la vuelta. Se te retuerce todo el estómago.
La semana pasada también se montó en el MIG-29...
Es el avión de combate más sofisticado del mundo. Fui a 2.700 kilómetros por hora para realizar telemetrías y también piloté. Simula el despegue del cohete porque es el único avión que vuela en vertical.
El resto de pruebas las hiciste en el centro ruso Yuri Gagarin de Moscú, donde no faltaron los ejercicios en una piscina...
El traje pesa 125 kilos, más los 15 de plomo que me ponen para tenerme en pie. Tengo que bajar a la piscina de 12 metros de profundidad y ajustar la presión. Este hidrolab se me hizo extenuante y salí con una cara de muerto.... En la estación tienen una réplica exacta de los módulos rusos. Mis ejercicios consistían en ir al laboratorio y poner la cámara para grabar las actividades de mis compañeros en el espacio. Para recorrer la distancia total de esos 10 metros y poner la cámara tenía que hacerlo en una hora y lo hice en 32 minutos.
¿Cuál de todas las pruebas ha sido la más dura?
Todas. Si pongo en una balanza, aunque eche tierra sobre mi propio tejado por ser alpinista, diré que de uno a cien, escalar el Everest es uno y las pruebas de astronauta, son 100. Por eso, personas que hemos hollado ese monte hay 5.000 y astronautas hay 560. Las pruebas que he hecho en Rusia sólo las han hecho cien y algunos ni las han pasado, porque son muy exigentes y se requiere mucha concentración. Son las de complemento, que ni Pedro Duque las hizo.
Con tanto experimento, ¿se siente como un conejillo de indias?
Sí, sí total. Si voy al espacio es para ser conejillo de indias.