VITORIA. Agurain fue la semana pasada el marco de la reunión semestral del comité ejecutivo del Walled Towns Friendship Circle, la asociación internacional de ciudades amuralladas. Arabarri, la sociedad foral que gestiona el patrimonio edificado de los cascos históricos de Álava, ejerció como anfitriona de la reunión, presidida por el holandés Peter Van Roosmalen, en representación de Antoñana, Bernedo, Contrasta, Labraza, Laguardia, Peñacerrada, Salinas de Añana, Salinillas de Buradón, Vitoria y la propia Salvatierra.
Una de las obras más emblemáticas de los últimos tiempos en la villa de Agurain,ha sido la rehabilitación de sus murallas, que se iniciaron hace quince años y pronto culminarán. En la actualidad, se está restaurando el tramo comprendido entre el cantón de Lope de Larrea y la iglesia de San Juan, aprovechando las obras en el convento de San Pedro.
Las murallas de Salvatierra, que empezaron a construirse a partir de la concesión del fuero de villa en el año 1256 por parte del rey castellano Alfonso X el Sabio, han sufrido diversas vicisitudes a lo largo de los tiempos, hasta llegar a ser en la actualidad una de las principales señas de identidad de los aguraindarras.
El cerco, que abarca un perímetro de casi dos kilómetros, se conserva prácticamente íntegro, excepto en la zona correspondiente a las puertas principales, la del norte o de Santa María, y la del sur o Portal del Rey. En total, las murallas tienen siete puertas, que hasta mediados del siglo XX eran cerradas por las noches y abiertas al amanecer por los alguaciles, conocidos como portaleros.
Salvatierra fue en la antigüedad, como lo es hoy en día, un importante cruce de caminos. Las murallas ejercían no sólo un papel defensivo, sino también económico, ya que al ser escenario de mercados y otras actividades comerciales, permitían el control de cuantas mercancías entraban y salían, facilitando el cobro de unos tributos que recibían el nombre genérico de alcabalas y, en este caso, el particular de portazgos.
El Fuero de Salvatierra, al convertir la población en villa realenga, permitía un aprovechamiento de esos recursos por parte de su concejo, que luego debía trasladar una parte de lo recaudado a las arcas reales. Aun así se trataba de un excelente negocio, que permitía el progreso de la villa.
Todas estas cuestiones y otras muchas se ven reflejadas en dos publicaciones que, recientemente, han visto la luz. Se trata del tomo IV dedicado a Salvatierra de la serie Fuentes Documentales del País Vasco, editado por Eusko Ikaskuntza, en el que el historiador Felipe Pozuelo recoge los documentos del archivo municipal datados entre 1501 y 1521, y la memoria que recoge las actas del congreso celebrado el año 2006, con motivo de la conmemoración del 750 aniversario de la concesión del Fuero. Tanto el autor del libro como el vicepresidente en Álava de Eusko Ikaskuntza, Federico Verástegui, coincidieron en valorar como apasionante la época estudiada, 1501-1521, que contempló el auge y la caída de don Pedro López de Ayala, conde de Salvatierra.
En el año 1367, el rey de Castilla, Pedro I, fue destronado por su hermano bastardo Enrique de Trastamara. Para recuperar la corona, se alió con el Príncipe de Gales, que era además duque de Aquitania, y con el rey de Navarra Carlos II. A este último le prometió, a cambio de su ayuda, restituirle parte de los territorios arrebatados al Reyno de Navarra por su antepasado Alfonso VIII el año 1200, entre ellos Salvatierra y la Llanada. A final, el bastardo Enrique resulta vencedor, quedando sin valor los pactos firmados por el rey de Navarra con Pedro I.
Sin embargo, el hijo de Enrique II de Trastamara, Juan I, concedió la villa en señorío en el año 1382 a Pedro López de Ayala, personaje más conocido como el Canciller Ayala. Y para redondear el regalo, su sucesor, Enrique III, donó al ya señor de Salvatierra el privilegio para celebrar una feria en octubre.
Dentro de esta práctica habitual de los Trastámara de mantener contenta a la nobleza a base de prebendas, su descendiente Isabel de Castilla dio en 1491 al señor de Salvatierra, otro Pedro López de Ayala, que se hacía llamar Pedro de Ayala y Rojas, el título de conde.
Los Ayala se instalaron en principio en la torre que había sobre la puerta de Santa María, de tal manera que desplazaron la puerta de entrada a la villa hacia el este, por lo que la calzada correspondiente debía pasar sobre el cementerio anexo a la primitiva iglesia de Santa María, lo que fue causa del primer conflicto entre los Ayala y sus nuevos vasallos. Y desde el siglo XVII pasaron al palacio ubicado en la actual plaza de Simón Martínez Abad.
Los Ayala ostentaron de manera hereditaria los títulos de canciller de Castilla, Merino mayor de Gipuzkoa, alcalde de Toledo, señores de Ampudia, además de sus otros señoríos alaveses y diversos oficios cortesanos. Por ello, resulta de difícil comprensión la rebelión del conde de Salvatierra contra el rey Carlos de Habsburgo I de Castilla, emperador de Alemania, aprovechando la revuelta de los comuneros.
Vencidas sus huestes en Durana, su lugarteniente Pedro de Barahona fue ajusticiado en la plaza del Machete de Vitoria. Él intentó refugiarse en Salvatierra, pero sus vasallos le cerraron las puertas impidiéndole entrar. Fue apresado y recluido en Burgos, donde murió en circunstancias cuando menos dudosas en 1524.
Desposeído de todos sus bienes, Salvatierra volvió al realengo en 1522, según consta en el documento que el Ayuntamiento de Agurain recuperó en una subasta de la casa londinense Shottebys el año 2005.