Primero fueron los restaurantes con menús a base de rollitos de primavera y arroz frito, después se lanzaron a la venta de productos textiles y ahora gestionan tiendas de comida, peluquerías y hasta bares con pintxos locales. Los comercios chinos están arrasando los barrios de Vitoria, en la misma proporción que aumenta el número de ciudadanos de este país asiático que se ha instalado en la capital alavesa.
Su presencia siempre ha estado ligada a comentarios en la calle alimentados por el imaginario colectivo. Probablemente la falta de relaciones y el consecuente desconocimiento llevan a la propagación de falsas noticas, mitos y bulos, algunos de ellos estrambóticos, en torno a sus costumbres. Sin embargo, la comunidad china nunca había entrado al trapo, hasta ahora. Por primera vez, la Asociación de Chinos de Vitoria ha querido desmentir algunos tópicos que se tienen sobre ellos, como por ejemplo, aquéllos que les vinculan a redes de explotación laboral infantil y adulta en talleres clandestinos, o leyendas sobre sus ritos funerarios. Sus reflexiones han sido recogidas en un libro publicado por la Comisión de Ayuda al Refugiado en Euskadi (CEAR) y que lleva como título Álava: espacios, culturas y convivencias.
Por ejemplo, el hecho de que no se vean entierros de gente china en cementerios o tanatorios locales ha dado pie a explicaciones cada cual más creativa. Pero la realidad es bien distinta. En el año 2003 fallecieron en España 40 chinos de los 51.228 residentes, lo que supone una tasa bruta de mortalidad de 0,8 por mil habitantes. Y es que las personas chinas, cuando alcanzan la edad de jubilación, se vuelven a su país. Ningún hombre o mujer se queda a vivir una vez cumple los 65 años, lo que explica las tasas tan bajas de defunción.
Pero lo que realmente preocupa a la comunidad china es que les cataloguen como una amenaza económica para la gente autóctona. Ante estas críticas, el presidente de la asociación, Fu Rong Ju, se defiende argumentando que la inmigración china está en Vitoria para trabajar y para sacar el mayor dinero posible para sus familias, sin hacer daño a nadie. Insiste en que si son capaces de pagar los precios que pagan por las lonjas y almacenes es porque su sistema de organización económico-comunitaria funciona, y que si pueden atender al público en horarios amplios es porque lo permite la Ley y culturalmente no necesitan vacaciones. La población china, de hecho, prefiere trabajar intensamente durante esos años para retirarse al llegar a la vejez y volver a China rodeado de los suyos.
La asociación explica que los chinos, aunque pagan las aportaciones a la Seguridad Social como todo el mundo, no suelen utilizar el servicio público sanitario y prefieren la medicina privada. Aseguran que la barrera del idioma lo hace inviable.
Tampoco son muy dados a pedir ayudas sociales ni demandan asistencia económica. Al parecer, según recoge el libro, su enorme corporativismo les lleva a ayudarse entre las familias y a no pedir dinero a las instituciones alavesas.
Desde la Comisión de Ayuda al refugiado de Euskadi confían en que la llegada de la segunda generación de chinos en Álava, "que está demostrando ser un puente entre ambas culturas", facilite que los estereotipos mencionados se derriben completamente.