Corría la década de los sesenta, Franco aún vivía y el sistema educativo nacional-católico forjaba las mentes de miles de escolares en la doctrina de !España, Una, Grande y Libre! El euskera estaba proscrito, y quien hablase en el idioma de casa era castigado. Otros corrían un destino peor. Son imágenes en blanco y negro de Euskal Herria, un escalofriante pasado que tan brillantemente llevara a los escenarios a golpe de humor Tanttaka Teatroa con su inolvidable "El Florido Pensil". Ciertamente, la posguerra no fue un periodo sencillo para el euskera y la cultura vasca, como tampoco lo fue para otras tantas expresiones culturales, políticas y populares que recuperaron su espacio con la muerte del dictador.
Las ikastolas fueron la respuesta social a este contexto uniformador, propio de regímenes autoritarios. Los verdaderos "culpables" de que varias generaciones hayan estudiado en euskera es un grupo de aitas y amas que de forma espontánea, sin medios, ni amparo legal, y sin un sistema que tomar como modelo, se lió la manta la cabeza e hizo frente a todo tipo de obstáculos para lograr que la enseñanza en euskera fuera realidad. Y como se suele decir, de aquellos polvos... en la actualidad, el 98% de las nuevas matriculas son en modelos euskaldunes; y el idioma es una lengua culta y universitaria.
Hoy Ikastolen Elkartea homenajea en Gasteiz a aquellos aitas y amas que gracias a su compromiso e ingenio levantaron de la nada -cabría decir, que de una champiñonera, un taller mecánico con goteras o de un convento carmelita- un movimiento que cumple 50 años. DEIA ha tenido la oportunidad de escuchar por voz sus protagonistas esos primeros pasos y recomponer un trozo de la siempre necesaria memoria histórica. Ellos son el navarro Pedro Lizarraga (Etxarri-Aranatz), el bilbaino Joseba Arrieta, los guipuzcoanos Juan Antonio Galparsoro y Mikel Arrese (Ordizia), y el alavés Jesús Guerra (Amurrio). Hoy son septuagenarios pero sus recuerdos son tan vívidos como firme su convicción de que pese a las zancadillas, pasadas, presentes o futuras, "el movimiento de las ikastolas es imparable", dice Lizarraga. Él es fundador de Andra Mari Ikastola, la primera de Nafarroa, en cuya zona no vascófona la enseñanza en la lingua navarrorum es imposible debido a la Ley de Vascuence.
La cita con estos seis pioneros es la ikastola de Abusu, una imponente mole de piedra -declarada monumento de interés nacional- que fue la antigua Harino Panadera y antes un acuartelamiento de los carlistas durante el asedio a Bilbao. El marco no puede ser más apropiado para sumergirse en lo que Unamuno llamaría la intrahistoria del movimiento, todo aquello que no forma parte de la Historial oficial, y no merecía espacio en los periódicos. Quizá la referencia unamuniana no sea la más acertada en este contexto, dada la controversia que aún late acerca de la actitud de este literato con el euskera. Sin embargo el tiempo y, en parte, la labor de las ikastolas han acabado quitando la razón a Unamuno que defendía que " el euskera como unidad no existe y no puede llegar a ser culta".
Precisamente, adoptar el euskera batua o cualquiera de los distintos euskalkis -dialectos- fue una de las primeras cuestiones que este grupo de precursores tuvieron que resolver. En Etxarri Aranatz tanto la idea de crear una ikastola como la necesidad de usar una lengua unificada surgieron al unísono, y en el monte. Así lo recuerda Lizarraga. "En aquella época andábamos con un grupo de montaña y vimos la necesidad de estudiar en euskera porque todo era en erdera -castellano-. Nos dimos cuenta de que no nos entendíamos en el monte con otros euskaldunes de otras provincias. Nosotros no entendíamos el batua, sino el euskera normal". Así optaron por usar el batua como lengua vehicular. El empujón definitivo para decidir llevar adelante el proyecto se lo dio el padre Jose María Satrustegi conocido antropólogo, etnógrafo y estudioso del euskera, " con el y otra gente comenzamos a dar nuestros primeros palos de ciego".
Los siguientes pasos eran encontrar un local, reunir dinero y hacer que las autoridades permitieran llevar adelante su proyecto. Aquí comienza la verdadera historia compartida por todos los precursores de las ikastolas. En el caso de Andra Mari Ikastola, fue una ikastola en ruinas "a la que pusimos una moqueta porque la madera estaba vieja, luego anduvimos con bajeras, que si limpiar una champiñonera, que si limpiar un garaje", comenta Lizarraga.
Problemas compartidos "Yo creo que los problemas del principio los tuvimos todos", asegura el alavés Jesús Guerra, quien aun sin saber euskera afirma: "Mi mayor orgullo es que mis hijos me agradezcan que les haya llevado a la ikastola y que nis nietos hablen en casa en euskera". Era el año 1975 y las similitudes con lo sucedido a sus vecinos navarros diez años antes son evidentes. "Nos juntamos en los locales del Club de Montaña 25 ó 30 padres que. Nos dejó el local. Al principio tuvimos algunos problemas porque unos querían el vizcaino y otros el batua, así que los que se decantaron por el vizcaino se marcharon hasta quedarnos 20 padres". Entonces -explica- "los alcaldes franquistas aún existían, pero el de Amurrio no nos puso muchos problemas. Nos cedió unos locales para montar unos prefabricados".
En un principio, se toparon con la oposición de la Iglesia "porque un día en el púlpito el cura dijo que en las ikastolas se enseñaba a los niños que no existía Dios, cosa que no es cierta. Así que decidimos reunirnos con él para que conociera la ikastola antes de hablar sin saber de ella", recalca Guerra. Sólo faltaba encontrar el dinero para montar los prefabricados. La avería costó un millón de pesetas de la época y buena parte la consiguieron vendiendo 500 kilos de tocino de cerdo en las fiestas del pueblo, "un día llegamos a sacar 200.000 pesetas de caja, que para la época era un dineral".
Un taller mecánico con goteras fue la primera sede de la Jakintza Ikastola de Ordizia, el corazón del Goierri. "Debido a la represión, un grupo de jóvenes nos sentimos muy preocupados porque de continuar a ese ritmo el euskera y la cultura vasca desaparecería", recuerda Mikel Arrese.
Para su compañero de fatigas, Juan Antonio Galparsoro, la cuestión adquirió dimensiones familiares: "Dijimos aquí hay algo, éstos -por los fascistas- quieren romper la cuerda del euskera. Yo era soltero, y le dije a mi novia, esto no puede ser, vamos a tener hijos y entrar en una cultura que no es la nuestra". Así que como sus otros compañeros se pusieron manos a la obra. Empezaron con 40 niños hasta los 750 actuales. Primero en un taller al que había que ir con paraguas en invierno, luego en un colegio de monjas en horas bajas en el centro del pueblo que posteriormente lo permutaron por una villa propiedad de un constructor que quería construir viviendas y el céntrico solar le venía de perlas.
Escadez de andereños Pero la educación es más que dinero y locales. Y he aquí el gran problema: encontrar andereños. No había andereños. Joseba Arrieta padre de las Ikastolas Karmelo y Kirikiño en Santutxu y Begoña resume de esta forma la escabrosa situación. Y es que al margen de que en aquella época no existía Magisterio en euskera, había otros problemas añadidos derivados del régimen. "Aquí en Bizkaia y, sobre todo en Bilbao, costó mucho porque había pocas chicas que hubieran estudiado Magisterio". Y no lo hicieron por una razón poderosa: "En aquella época, para dedicarse a la enseñanza hacía falta un certificado de buena conducta del párroco y un certificado de penales de la policía. Y había un tercer certificado político y social del Gobernador Civil que dependía de si te encontraba algún familia nacionalista. Entonces la mayoría de las chicas no iban a Magisterio, sólo estudiaban las de última hornada de los inmigrantes". La razón oficial era, simple y llanamente, ".... y por tanto desafecto al movimiento nacional".
Local, claustro, profesores, cartillas de escolaridad de estrangis...aquello iba increscendo y se necesitaba fondos porque "nuestra filosofía es que el gasto sea el mínimo para las familias", matiza Arrese. Entonces, se acudía a la solidaridad de la comunidad de mil maneras posibles: con colectas populares, tabernas en las fiestas patronales, mediante rifas de toda clase. En el caso de Karmelo la fTeníamos unas acciones, unas tarjetas , que las compraban la gente del barrio, tanto mayores como jóvenes eran socios de la factoría" - Lo llevaban tan en el corazón como el carnet del Athletic?- "No llevaban las acciones en el bolsillo de la camisa porque por aquel entonces no se podía enseñar aquello demasiado. Recaudamos mucho dinero de esa manera", afirma Arrieta.
Ellos abrieron una ikastola clandestina "en el convento de los padres carmelitas que nos cedieron un aula y después dos con 20 niños". En ese momento, Arrieta se detiene y desvela un dato que no todo el mundo conoce, la razón que facilitó la legalización de las ikastolas. "En aquellos tiempos -prosigue- Euskaltzaindia hizo un buen trabajo en Madrid. Suelen decir que los falsificadores siempre dejan una marca identificativa.Y este fue el caso. Euskaltzaindia pidió a Madrid dar clases de euskera y alguno cambió la presposición de por dar clases en euskera. Esa fue la vía de entrada para la legalización de las ikastolas". En vez de un de un en. Y llegó, la legalización definitiva de las ikastolas llegó en 1969, Y desde entonces hasta ahora.