vitoria. "Yo nunca he pegado a mis padres", así es como comenzaba la ponencia el psicólogo Miguel Garrido. A lo largo de la sesión, el especialista señaló diversos aspectos que hay que tener en cuenta para entender y sobrellevar las situaciones de violencia filioparental, e incidió en que los datos y números no son los más convenientes para tratar este problema.

Los casos de hijos que pegan a sus padres están a la orden del día, pero realmente, ¿cuál es el panorama de este tipo de violencia?

Al hablar últimamente tanto sobre estos casos, parece como si se otorgara permiso para agredir. Desde mi consulta, sí puedo decir que ha habido un aumento de situaciones de violencia filioparental, pero hay que tener un especial cuidado a la hora de dar datos y más datos, que lo único que hacen es alarmar. Está bien hablar del fenómeno para tomar conciencia de ello y así poder tratarlo, pero siempre con respeto y con conocimiento. Sería conveniente dar la otra versión de la realidad, es decir, no ver sólo la botella medio vacía. El 90% de los jóvenes no agrede a sus progenitores y, según las últimas encuestas, lo que más valora la juventud es precisamente la familia.

¿Cuál es el perfil de las familias en las que se viven a veces situaciones violentas?

Un perfil es el de las madres que crían solas a los hijos y que han llegado a sufrir violencia en sus carnes; otro proviene de la familia tradicional en la que alguno de los miembros no controla sus impulsos o padece enfermedades psicóticas. Luego también está la familia normalizada, en la que se da una educación, bien sea demasiada autoritaria o demasiada dócil. La autoritaria es la que no deja respirar y es la que luego los críos retoman a su vez. La dócil es aquella en la que se suplantan las carencias con caprichos y se les dice a todo que sí.

¿Y el de los hijos que pegan o maltratan a sus padres?

Hay que partir de que la violencia es de transmisión generacional, que pasa de padres a hijos. Por eso, si un crío crece en un hogar en el que el padre agrede a su madre, éste puede volver a repetir este comportamiento. El problema es realmente educativo. Muchas veces, los chicos problemáticos ansían la autonomía y se creen independientes de sus progenitores, pero, en realidad, la violencia hace que se enreden y no puedan ser adultos.

¿A qué se deben estos conflictos?

Parte del problema radica en que se deja la función educativa a las instituciones. Los padres y madres deberían implicarse más en educar a sus hijos, sobre todo los padres, que siguen siendo los menos involucrados. Además, la incongruencia en la toma de decisiones con respecto a la educación perjudica las relaciones padres-hijos.

¿Podría poner un ejemplo de ello?

Que unos padres negocien delante de los niños no es bueno. Sería como una negociación continua delante del enemigo. Tienen que hacerlo en la trastienda, porque si no los niños perciben el panorama y se aprovechan de la situación. Los padres podrán decir entonces: Esto es así porque lo hemos decidido tu madre y yo, o viceversa.

¿Cuál es el papel que tiene la sociedad con respecto a la violencia filioparental?

La sociedad tiene que dar seguridad a los padres, al igual que el Estado y sus instituciones. Se tienen que sentir apoyados para que no permitan que sus hijos les agredan porque resulta denigrante para ellos mismos. La sociedad no tiene que quedarse quieta ante esto, porque si no se violenta ella misma y da la impresión de que lo está permitiendo. Nos tenemos que plantear qué tipo de familia queremos y cómo vamos a recuperar la autoridad como padres.

¿Y cómo considera que la podemos recuperar?

A base de decretos-ley no, desde luego. Los padres han sido descargados de esa autoridad y lo mismo está pasando con los profesores. Una autoridad se gana, no se puede prescribir. Por un lado, los chicos tienen que aprender a respetar a sus mayores y saber cuáles son las consecuencias si se niegan; los padres, a su vez, tienen que saber que su papel es el de padres y no el de amigos de los chavales. Esto se da por una confusión de roles, ya que se asocia poner un límite con ser autoritario. Cumplir con los límites es lo que hace crecer y, por eso, en una familia resulta necesaria una distribución del poder para que los niños no se hagan con éste.

¿Cuál sería la actitud que deben adoptar los profesionales?

Sería aconsejabale que no culpen a los padres de lo que les pasa. Se dan casos de profesionales que igual no son padres o no han tenido mucho contacto con niños y que les acusan sólo con la mirada. Pero los padres no necesitan que les riñan, sino que les ayuden.

¿Puede dar algún tipo de consejo a los padres que se encuentran en este tipo de situaciones?

Les diría que deben poner unos límites, se tienen que hacer respetar. Pero, a su vez, tienen que respetar a sus descendientes. Además, les diría que hablaran del problema con los demás, con los amigos, con los mismos abuelos de los niños que forman parte de la familia y que, en estos casos, no solemos hacerles partícipes. Cuanto más se hable y llegue a más gente mejor, porque se trata de un problema social. En definitiva, la autoridad hay que ejercerla. Es necesario mandar. Lo que pasa es que todavía pesa en varias generaciones el sistema autoritario al que han estado sometidos durante más de treinta años.