En los pueblos de la Llanada, hasta hace relativamente poco tiempo -unos treinta años-, la gente que entonces tenía más de sesenta años llamaba vascos a aquellos que, provenientes de otras comarcas vecinas, se expresaban en euskara. De esa forma, se unía el concepto de pertenencia a una nación y el de hablante de la lengua. El proceso de sustitución de un idioma por otro -en este caso, el euskara por el catellano-, acostumbra ser rápido. En muchos casos, en las familias la lengua vasca desapareció en tres generaciones.
Cuando el padre jesuita Agustín Kardaberaz estuvo predicando por la Llanada, allá por el año 1740, alguien le dijo: "¿Cómo va a haber buena educación y el catecismo necesario en el País Vasco si se hace todo lo posible para echar a perder el vascuence, y a nuestros muchachos y niños se les impide hablarlo con el miedo y el látigo? Esos mismos después han de ser clérigos o cabezas de familia. Y cuando sean padres o curas, ¿cómo van a enseñar el catecismo y cómo van a confesar según es necesario, en sus casas o ergoienas? ¿Cómo van a comprender o dirigir bien las relaciones de sus familias y todo lo demás que es preciso?". Paradójicamente, la generalización de la escolarización, obligadamente en castellano, fue letal para el euskara en Álava. Pero no sólo fue eso. La lengua vasca, tras las derrotas en las sublevaciones carlistas y la consiguiente abolición de los Fueros, pasó a ser un idioma sin prestigio, propio de rústicos incultos. Aún más tras la instauración manu militari de la dictadura franquista, cuando los vascoparlantes no sólo fueron objeto de burla sino además sospechosos de disidencia política. ¿A quién puede extrañar que, en esas condiciones, los padres no enseñasen la lengua vasca a sus hijos ni siquiera para utilizarla en el ámbito doméstico?
Los abuelos de la Llanada llegaron a considerar el euskara como algo extraño a su tierra. Sin embargo, en su habla habitual llamaban la rain a la era (larrain); renque a la hilera (errenka); maduras a los sotos (padurak); seguidilla a la lagartija (sugandila); marrubis a las fresas (marrubiak); chindurris a las hormigas (inurriak); y así cientos hasta completar un diccionario repleto de palabras que se han resistido a abandonar el alma vasca de los naturales de la Llanada.
El euskara fue la lengua única de la mayoría de los habitantes de los pueblos de la Llanada hasta comienzos del siglo XVIII. Así lo demuestra la abundante documentación de la época, en la que escribanos castellanos se las veían y se las deseaban para tomar declaración a la gente de aquel entonces, lo cual se hacía imposible sin intérpretes. Como ejemplo, en el curso de una investigación acerca del expediente de nobleza de un tal Pedro López de San Román, en 1655, los informadores sólo pudieron encontrar a una persona que hablase en castellano en Alaitza y Langarika; en Andollu sólo el cura lo conocía; en Ezkerekotxa, relatan, "todos hablaban vascuence muy cerrado, sin hablar palabra de castellano". En Arrieta hablaban castellano el cura y otra persona; en Trokoniz había "muy pocos que supiesen la lengua castellana"; y en Hixona, "todos hablan vascongado". Por otra parte, se constata que la lengua vasca era la habitual tanto de las clases trabajadoras como de las clases altas y de la nobleza, pero también de otras comunidades que vivían entre nosotros, como los gitanos y los judíos. Así se conservan los cantos fúnebres (eresiak) de los judíos de Gebara, pero también el manuscrito de Johan Pérez de Lazarraga, señor de la torre de Larrea, o los preceptos del Concilio de Trento, declarados "en bascuence de manera que ninguno pudiesse pretender ynorancia".
En el siglo XVIII, como comprobó el padre Kardaberaz, las cosas habían cambiado. El historiador Landazuri, en 1798, señala como una de las causas de la pérdida de la lengua vasca en Álava, "el haber entrado por curas en los pueblos de Álava personas que ignoraban este idioma o que no hacían aprecio y caso de uso de él, pues si en los púlpitos hubieran explicado la doctrina cristiana conforme lo hicieron sus antecesores y no en castellano, se hubiera conservado este idioma".
Todavía en 1842, el juzgado de Salvatierra contrataba a un intérprete ya que había muchas personas que no sabían castellano. El estudio de Luis Luciano Bonaparte, realizado en 1863, incluye dentro de las zona vascoparlante a la zona norte de los municipios de Ganboa, Gebara y Barrundia, aunque hay testimonios de que también se hablaba en los de San Millán, Zalduondo y Asparrena. Ladislao de Velasco, en 1879, señala que en esos municipios había 430 vascoparlantes. En el estudio de Pedro de Yrizar, realizado en 1973, tan sólo se constatan tres vascoparlantes en Barrundia, uno en Marieta-Larrinzar, otro en Elgea y un tercero en Ozaeta. Los barrundiarras todavía se acuerdan de Apolonia Goitia y de Andrés Uriarte, del caserío Sanandre de Elgea, los últimos vascoparlantes autóctonos de los valles.
En la actualidad aproximadamente una tercera parte de los vecinos de la Llanada son euskaldunes, fundamentalmente, jóvenes.
Éste es el relato de una pérdida que, afortunadamente, no ha resultado irreparable. Hace veinticinco años se celebró en Agurain un Araba Euskaraz muy distinto al de este año 2010. Entonces se festejaba, esperanzadamente, la supervivencia contra viento y marea de una lengua, transmitida de padres a hijos casi en la clandestinidad y cuyo hilo transmisor, en el caso de la Llanada, había sido roto varias generaciones antes. Hoy, el esfuerzo de quienes posibilitaron la pervivencia de la lengua y su posterior crecimiento ha conseguido que el euskara vuelva a ser el alma de la comarca.
Puede afirmarse que el movimiento de las ikastolas, en la segunda mitad del siglo XX, ha constituido uno de los mejores ejemplos de que un pueblo para seguir siendo él mismo debe ser fiel a sus raíces y de que mediante la unidad puede conseguirse cualquier cosa. Esta filosofía es la que han demostrado durante el último año, los padres de Lautada ikastola que con su esfuerzo han conseguido organizar este Araba Euskaraz 2010, como una celebración de la solidaridad y del sentimiento de pertenencia a un pueblo, y todo ello con la vista puesta en un futuro.