El cinturón de los aviones apenas le abarca la cintura, no cabe en los taburetes diseñados para medios traseros y siempre que acude al médico, aunque sea por un resfriado, termina encima de la báscula. A pesar de estos contratiempos, Ana Gómez, con sus 125 kilos de hermosura, afirma que "se puede ser gordo y ser feliz si uno se cuida y se quiere a sí mismo". Ella, sin duda, se quiere, pero su marido, Héctor, mucho más. "Siempre me han atraído las mujeres gorditas. El sobrepeso, que para la mayoría de la gente es un valor negativo, para mí es un plus. Yo la conocí así y me gusta físicamente", confiesa, consciente de que bracea contra los globalizados cánones de belleza.
Ana Gómez > pta. de Asoceao
"A veces no me acepto"
Madre de dos niños de diez y siete años, esta psicóloga madrileña, presidenta de la Asociación española para la aceptación de la obesidad (Asoceao), dice sentirse "privilegiada". "Siempre he sido gordita, no por atiborrarme a hamburguesas, sino por genética, pero nunca me he sentido excluida. He sido una persona popular en el colegio, he tenido amigas, a nivel laboral nunca me he sentido rechazada, he tenido dos partos normales... Para mí ser gordita no ha supuesto nunca una diferencia", resume de un plumazo su vida. No obstante, matiza, no todo es color de salsa rosa. "A veces no me acepto", admite, "pero intento sacar siempre el lado positivo y en general he estado rodeada de buenas personas".
Pese a su modestia, ella también ha puesto mucho de su parte. "Llevo una vida muy sana, no fumo, no bebo, voy mucho de excursión y eso se nota en la salud. Procuro cuidarme", asegura. De hecho, siempre sale bien parada en el reconocimiento médico anual. "Desde que tengo uso de razón he hecho infinidad de dietas hasta que me he dado cuenta de que con mantenerme consigo un nivel de salud bastante adecuado", se sincera esta mujer de 1,58 metros de estatura que llegó a pesar 135 kilos, de los que ha perdido diez. "No es el peso ideal, obviamente, pero me permite no sentirme mal y estar controlada dentro de los niveles de colesterol", afirma.
Gozar de buena salud le evita tener que sufrir más de la cuenta el incómodo protocolo de los médicos. "Ya puedes ir con un dolor de cabeza que lo primero que te dicen es: Si usted perdiera peso, seguramente se encontraría mucho mejor. Lo de la báscula es bastante típico. Yo siempre que voy, me pesa, pero ya lo tengo asumido. El problema es cuando vas a un especialista, porque son bastante dados a no hacerte nada hasta que no adelgaces", lamenta Ana. En los hospitales tampoco les va mejor. "No hay camillas para personas obesas. Yo intento no darle importancia, pero recién dada a luz, con la epidural puesta, me tuve que mover de la camilla a la cama yo sola", recuerda. Episodios como este hacen que las personas de hechuras generosas se resistan a pisar las consultas. "Hay muchos gorditos que tienen problemas de salud que no se curan por no ir al médico, porque algunos te tratan como si fueras un trozo de carne".
A sus 35 años, Ana ha conseguido por fin comprarse ropa acorde a su estilo, algo que de jovencita no podía hacer. "Cuando era adolescente, vestía con la típica falda o el típico pantalón de señora mayor. Ahora hay tiendas especializadas en tallas grandes y con ropa bastante moderna, además de internet, que también ha ayudado muchísimo, porque los americanos tienen muchas tiendas on line".
Dispuesta a romper tópicos, esta mujer defiende que "no todo el mundo es gordo por ser comilón, ni todos los gordos son vagos o huelen mal. Somos personas normales, que tenemos sentimientos y trabajamos igual que otras". Una obviedad que, si ella destaca, no lo será tanto.
Tras aclarar que su asociación "no hace apología de la obesidad", Ana detalla que ofrecen información y apoyo tanto a quienes quieren adelgazar como a quienes, se ponga como se ponga la sociedad, prefieren verse rellenitos. "Hay gente que está bien como está y está harta de que todo el mundo le diga: Es por tu bien, es por tu bien. Y también lo contrario, gente que quiere perder peso y que no encuentra apoyo porque nadie entiende que, por mucho que lo esté intentando, no lo pueda conseguir".
Sabedora de que "en el término medio está la virtud", esta psicóloga reivindica, sin embargo, que "si no puedes conseguir ese término medio, no estés discriminado". Máxime teniendo en cuenta los contradictorios mensajes que se lanzan desde los medios de comunicación. "Por un lado están los médicos, diciendo que hay que perder peso, los productos para adelgazar y los anuncios de colonia con mujeres maravillosísimas y, por otro, los anuncios de hamburguesas y bollos. Ahí está la doble moralidad. Hay que estar delgado porque es por nuestro bien, pero hay que mover el dinero", censura. De hecho, apunta, los productos para adelgazar constituyen "un negocio no sólo entre los obesos, sino entre la población en general. Cuánta gente comprará ahora hierbas o pastillas para perder tres o cuatro kilos... Es una parte de la farmacia que mueve muchísimo dinero".
Héctor > marido de Ana
"Hay miradas que atraviesan"
Hasta los 17 años, Héctor, el marido de Ana, no reunió el valor suficiente para revelar a su familia su atracción por las mujeres gorditas. Hecha la confesión, a nadie le extrañó que su novia fuera obesa, "pero sí es verdad que cuando salimos a la calle o estamos en la playa o en la piscina nos siguen mirando mal", precisa. Aunque él también tiene sobrepeso, 125 kilos repartidos por casi 1,90 metros de estatura, la peor parada es su mujer. "En los hombres está menos mal visto y la gente se corta más por el hecho de que tu reacción pueda ser un poquito más violenta, pero con las mujeres suelen tener poca piedad". No en vano, más de una vez Ana le ha tenido que frenar para que, dolido por la discriminación en carne ajena, no respondiera a "esas miradas que hablan más que las palabras, porque hay miradas que atraviesan", da fe. Aunque no han tenido que soportar directamente los insultos, los intuyen. "No te lo dicen a la cara, pero se lo comentan a la persona que está al lado y tú te enteras que la llaman gorda", explica. Lo más doloroso, sin duda, ha sido la marginación que su hija pequeña, que tiene "un poco de sobrepeso", ha sufrido en el colegio. "Estuvo durante un tiempo llorando y tuvimos que tomar cartas en el asunto. Hablamos con la profesora porque algunas compañeras la llamaban gorda. Gracias a Dios, se atajó". De complexión normal, Héctor empezó a ganar kilos cuando, a los 25 años, dejó de practicar deporte. "Dejé el gimnasio, el trabajo me absorbe muchas horas y tampoco llevo la alimentación como debiera. Como mucho menú del día y no siempre me pido la lechuga, para qué te voy a mentir". El resultado, "pesaba unos 88 kilos y he ganado más de 30". También él ha sido presa de las dietas. "He intentado la del pepino, una en la que no tenías que mezclar ciertos productos, la weight watchers, en la que se reúne todo el mundo, te pesan y a los que han bajado se les anima...". Pese al sentimiento de culpa con el que culminaba cada fracaso, Héctor ha conseguido superarlo. "No puede ser y tampoco me he hundido", dice.
Consciente de sus limitaciones -"si yo quisiese escalar una montaña o jugar un partido de tenis dos horas no podría"-, Héctor no renuncia a que se respeten sus derechos. "Somos la última forma de discriminación socialmente aceptada. Antes, la discriminación a los homosexuales o a las personas de color era aceptada y si no te dejaban entrar en un sitio porque eras negro, es lo que había. Eso se ha ido superando y ahora parece que no pasa nada porque se trate mal a los gordos. Como hay gente que piensa que eres gordo porque quieres o porque eres un vago, de alguna manera el pensamiento global es tienes lo que te mereces, por lo tanto, no te quejes", denuncia.
Una vez deja claro que "no queremos que la gente coma a destajo para estar gorda", Ana trata de reconfortar a quienes los kilos les pesan, más que en la báscula, en el ánimo. "Hay muchas personas como nosotros y, a pesar de ser gordo, se puede ser feliz", les anima, no sin antes lanzar una advertencia. "La comida no es la solución a los problemas. No se debe buscar consuelo en ella". Les aconseja, además, llevar una vida activa. "Obligarte a arreglarte, a salir a caminar y a hacer las actividades que hace cualquier persona hace que no estés pensando constantemente en que eres gordo. Yo sé que soy gorda, pero nunca me he sentido mal porque he hecho siempre lo que han hecho mis compañeros, he hecho gimnasia, salgo a andar con mis amigas todos los días... Si te cuidas y te quieres a ti mismo, habrá días que digas: Jo, me gustaría ser Claudia Schiffer, pero la mayoría de los días dices: Estoy contenta y soy feliz, que es lo más importante".