dice Víctor Jara en Te recuerdo Amanda, quizás su canción más conocida, que la vida "es eterna en cinco minutos". Que, en esos 300 segundos, no importa nada que no sea aquello que le importa a uno mismo. Da igual si hay "lluvia en el pelo" o si "la carretera está mojada" porque, en ese momento, sólo cuenta el sentimiento. El corazón. En ese tema, el compositor chileno escribe para su madre y para Manuel, su padre, pero la historia vale casi para cualquiera. También para él. Porque desde hoy, su vida será también eterna. No durante cinco minutos, ni durante diez, sino indeterminadamente. Lo será porque, 36 años después de su asesinato, ha recibido el adiós que se le negó.

A su manera, entre canciones, poemas y danza, miles de chilenos se han sumado estos días -el velatorio ha estado instalado desde el pasado jueves en la fundación que lleva su nombre- a los actos de despedida, que han vivido su punto más emotivo con los funerales y el homenaje en el Teatro Municipal Víctor Jara. Además, los restos han vuelto a ser inhumados en el Cementerio General de Santiago, pero de un modo muy diferente al de la primera vez. Entre su gente. Entre los suyos.

Porque entonces, hace esas casi cuatro décadas, todo fue muy distinto. Jara fue sepultado con más de 40 heridas de bala en su cuerpo y con sólo tres personas en su semiclandestino adiós. Y lo fue tras dos días de encierro, tortura y muerte; tras 48 horas de castigo y defunción por defender ideas que no eran, precisamente, las del ejército golpista de Augusto Pinochet.

Nacido en 1932 en el seno de una familia humilde de campesinos, Víctor Lidio Jara Martínez se había consolidado como uno de los grandes referentes artísticos de América del Sur. Consagrado como músico, cantautor y director de teatro, compaginaba sus dotes creativas con su trabajo en la Universidad Técnica del Estado y no escondía sus afinidades políticas. Militaba en el Partido Comunista y había ejercido de embajador cultural para el Gobierno de Unidad Popular liderado por Salvador Allende.

El Golpe de Estado de Pinochet, el 11 de septiembre de 1973, supuso el final de miles de chilenos. Y también el de Víctor Jara que, de hecho, fue de los primeros en caer (el día 12). Fue detenido junto a otros muchos alumnos y profesores en la propia universidad en la que estaba empleado, conducido al Estadio Chile (hoy Estadio Víctor Jara) y torturado durante varias horas, hasta su posterior ejecución. Tras ésta, su cuerpo fue arrojado, encontrado en las cercanías del Cementerio Metropolitano y trasladado al Servicio Médico Legal. Después, tras la autopsia correspondiente, fue enterrado, en silencio, en el Cementerio General.

la exhumación

Por orden judicial

Hasta este año. Previa orden judicial, el cadáver de Jara fue exhumado el 4 de junio de 2009 por miembros de la Unidad Especial de Derechos Humanos del Servicio Médico Legal y sometido a las pruebas necesarias para confirmar su identidad y las circunstancias de su muerte. Una tarea que incluyó el análisis de la osamenta y el estudio del lugar del crimen (uno de los vestuarios del estadio) y en la que ha participado, entre otros expertos, el profesor de Medicina Forense de la UPV y presidente de Aranzadi, Francisco Etxeberria (forma parte de la Comisión Internacional designada por el Gobierno de Chile para la investigación de las personas detenidas o desaparecidas durante la dictadura).

Del resultado de los estudios, se determina que, efectivamente, Jara sufrió múltiples fracturas en la cabeza, el tronco y las extremidades. Además, se precisa que la muerte tuvo lugar el 14 de septiembre de 1973 y que la autopsia y el entierro se realizaron el día 18. En principio, el disparo que recibió en la cabeza (de atrás hacia adelante) fue suficiente para acabar con su vida, pero se han comprobado igualmente otras lesiones de enorme gravedad. A falta de una certeza definitiva (existen algunas limitaciones), la hipótesis más probable establece que Jara pudo caer al suelo tras un primer tiro en la cabeza y, una vez allí, fue acribillado a balazos. Junto a los restos humanos, en buen estado de conservación, se encontraron varias prendas de vestir y proyectiles.

Todo ello, dentro de un análisis que confirmó su identidad y que ha permitido que, 36 años después, el cantautor se despida de los suyos. Y lo hará, probablemente, dejando muy corta la cifra de su último poema. "Somos cinco mil. En esta pequeña parte de la ciudad. ¿Cuántos seremos en total en las ciudades y en todo el país?", escribió en aquel papel, mientras permanecía detenido en el estadio al que hoy da nombre. Hoy, seguro, serán muchos más.

Miles de compatriotas que, como Jara recordó a Amanda, le recordarán a él. Y mientras lo hagan, su vida habrá sido eterna. Durante esos cinco segundos, o cinco minutos, o cinco horas, sólo habrá importado el momento presente. Lo demás habrá sido circunstancial.