Mientras que algunos dan sus primeros pasos en el mundo profesional, otros cargan con varios años de trabajo a sus espaldas. Aún así, todos comparten dos características concretas: en la actualidad, son trabajadores en activo y sufren algún tipo de discapacidad. Marisa, Eduardo y Leticia cuentan en primera persona sus experiencias en el mundo laboral.

En Betoño, se encuentra Indesa, un centro especial de empleo para todas aquellas personas con discapacidad en un grado igual o superior al 33%. Son unos 150 los trabajadores que, día tras día, acuden hasta dicha planta para cumplir con sus quehaceres profesionales.

Apenas cumplió la treintena, se convirtió en una trabajadora más de este centro especial de empleo. Hoy Marisa tiene 33 y se encarga diariamente de la producción de pilas, cartas o cuchillas, aunque reconoce que esto último es lo que menos le gusta de su trabajo. Aún así, éste no es su primer empleo. Antes de llegar allí, estuvo tres años trabajando en una casa y en la fábrica de Fournier, pero con Indisa le llegó un nuevo reto profesional.

Como muchos otros trabajadores, invierte ocho horas al día, pero hay un factor que hace que la jornada se le pase volando. Si hay algo que Marisa valora especialmente de su puesto actual es "el buen ambiente con el resto de compañeros". Eso sí, salir a las cuatro de la fábrica, no supone, ni mucho menos, que acabe su jornada diaria. "Cuando salgo me gusta ir a tomarme un café o dar alguna vuelta, pero también tengo que compaginar el trabajo con tener que llevar la casa adelante", cuenta.

Marisa y los otros 150 trabajadores de la planta, están bajo la supervisión de Miguel Ángel Larrea, quien aboga por algo en concreto: "La normalización". "Esta empresa funciona como cualquier otra, hay gente que viene a gusto a trabajar, otros se vienen enfadados... Nada que no ocurra en cualquier otro sitio", afirma.

Otro caso. Instructor de braille, animador sociocultural, con una carrera de Psicopedagogía y un máster en Dirección de Empresas. Ésta es su carta de presentación. Eduardo, de 30 años, tiene ceguera nocturna, retinosis pigmentaria y una trayectoria profesional más que envidiable.

Antes de llegar a la meta, en este caso la oficina de la ONCE en la calle San Prudencio, ha recorrido varias paradas profesionales como acompañante de vehículos adaptados, desarrollando proyectos de ortopedia o como consultor de Recursos Humanos para discapacitados. Ahí es nada.

"A la hora de escribir o imprimir tengo que hacerlo de forma ampliada y siempre tengo a mano la lupa", señala Eduardo en referencia a los inconvenientes de su vida diaria profesional, ya que la retinosis que sufre le reduce notablemente el campo de visión. Aunque lo más duro llega al salir del trabajo. "Ahí es donde más lo noto, cuando voy por la calle y me encuentro los pivotes, más de uno me lo he llevado por delante", cuenta.

apoyo institucional No duda en criticar que los poderes públicos "no piensan en esos detalles", pero también reflexiona sobre el papel de la empresa privada en la inserción laboral. "Hay firmas que deciden donar o pagar la sanción por no tener que contratarnos. A mí me duele. Cuando se eliminen los cupos, se habrá conseguido la integración". Y es que el acceso a un puesto de trabajo, no es tarea fácil. "Conseguir una primera entrevista de trabajo es muy difícil, por eso es clave".

Pero cuando echa la vista atrás y recuerda su etapa en el colegio, no puede evitar mostrar cierta resignación y es que aquélla no fue una época fácil. Cuenta que "los niños son niños, las bromas pícaras duelen". Aunque por suerte para Eduardo, todo eso cambió al entrar en la universidad. "Hasta entonces no salía por la noche, pero ahora no paro", cuenta entre risas.

Algo más joven que Eduardo es Leticia. Tiene 23 años y su sordera no le impide ir todos los días a trabajar hasta el centro comercial Gorbeia donde trabaja en una tienda de deportes. Es dependienta y ordena, etiqueta y guarda la ropa. "El único problema que tengo es que muchas veces me cuesta comunicarme con los que vienen a la tienda, pero mis compañeros siempre me echan una mano", comenta.

Aunque eso sí, a pesar de su juventud, conoce la cara y la cruz en cuanto a la relación con los compañeros. No obstante, las anteriores no fueron igual de agradables para ella. "Trabajé en un almacén de bolsos en Alicante y en el departamento de alimentación de un supermercado aquí en Vitoria, donde mis compañeros me discriminaban bastante y no me sentía tan a gusto como lo estoy ahora".

Aunque con experiencias dispares, ambos trabajos los consiguió a través del Servicio de Orientación para el Empleo de la asociación Arabako Gorrak. Pero el apoyo no acaba aquí. "Me ayudaron con el carné de conducir hace un año y medio, me acompañó un interprete y no tuve ningún problema", afirma satisfecha.

Con apenas 23 años, Leticia no ha parado ni un segundo. Abandonó Alicante rumbo al País Vasco. "Hice un curso de fotografía en Bilbao y un ciclo medio de peluquería en Vitoria", comenta. Aunque no guarda un buen recuerdo. "No estaba a gusto con los compañeros por los problemas que teníamos de comunicación". Aunque a día de hoy está muy contenta en su trabajo, cuenta risueña su verdadero sueño profesional: "montar una peluquería canina". Ganas desde luego no le faltan.

Aunque como relata Eduardo, "hay gente que no se ve capaz de trabajar, pero a esa gente hay que animarla". Por ello, iniciativas como el Servicio de Orientación para el Empleo de las personas sordas de la CAV, Indisa, la ONCE o la Asociación de personas con discapacidad Eginaren Eginez ayudan a que todos ellos tengan derecho a un trabajo.