Tras décadas dedicadas a la investigación y la docencia, el profesor Laporte repasa en Crónica de una sociedad intoxicada el origen, la investigación y desarrollo, la regulación, la prescripción y el consumo de medicamentos en la sociedad actual, y analiza los intereses y las prácticas de compañías farmacéuticas, legisladores, reguladores y profesionales sanitarios que han conducido a la situación actual.
QUIÉN ES
Joan-Ramon Laporte (Barcelona, 1948) es excatedrático de Terapéutica y Farmacología clínica en la Universidad Autónoma de Barcelona; y jefe del servicio de farmacología clínica del Hospital Vall d’Hebron de Barcelona. En 1982 inició la notificación de efectos adversos de medicamentos en Cataluña, embrión del Sistema Español de Farmacovigilancia. En 1983 fundó el Institut Català de Farmacologia y ha creado varias sociedades científicas y redes de investigación nacionales e internacionales dedicadas a la epidemiología de medicamentos, farmacovigilancia, la información independiente sobre medicamentos y las políticas farmacéuticas, en colaboración con la OMS, la Organización Panamericana de Salud, el Ministerio de Sanidad y la Agencia Europea de Medicamentos.
Su libro habla de fármacos, no de drogas ilegales; por eso, tras leer el índice me pregunto, ¿nos están intoxicando legalmente?
No lo definiría así. Abusamos de los medicamentos con gran beneplácito social, lo que tiene sus ventajas e inconvenientes. Si se usan bien, estupendo; si se usan mal, originan problemas.
¿La terapéutica moderna prima la publicidad y las ventas sobre la finalidad de sanar?
Depende. En las compañías farmacéuticas pesa más el marketing y la promoción que la investigación y el desarrollo; gastan el doble en marketing que en el desarrollo de medicamentos, argumentando que los precios permiten después invertir en investigación, pero en realidad la mayor parte de los beneficios se reinvierten en promoción comercial.
A diario presentan medicamentos nuevos a cuál más maravilloso contra alguna enfermedad, ¿siempre es mejor que el ya existente?
Generalmente es al revés, muy pocos medicamentos son un avance terapéutico real. Las farmacéuticas llaman innovación a cualquier molécula con la que puedan sacar una patente nueva con exclusividad de mercado durante años y con perspectiva de negocio bastante redondo. Para ellos, innovación se traduce “nueva patente”; por el contrario, en terapéutica, innovación es un medicamento, terapia, cirugía o demás que aumenta la curación o mejora la supervivencia de una enfermedad; un fármaco como los ya disponibles, pero con menos efectos adversos y ganancia en comodidad. Los medicamentos los debemos evaluar por su eficacia, seguridad, comodidad o conveniencia, pero no por el precio.
Manifiesta serias dudas de que los ensayos clínicos sean rigurosos y de fiar. “Ensayo clínico, ensayo cínico” dice. ¿En qué se basa?
En los años 2000 se descubrieron casos de fraude importantes en el desarrollo de medicamentos; por ejemplo, un antiinflamatorio, Rofecoxib, se vendía como más seguro que los anteriores, pero se manipularon los datos de investigación y se ocultaron o modificaron los resultados de manera fraudulenta; estos medicamentos causan problemas cardiovasculares y uno se retiró del mercado tras causar centenares de muertes. En aquella época también se descubrió el fraude colosal en ensayos clínicos con fármacos antidepresivos como la fluoxetina, que habían ocultado los casos de suicidio en sus usuarios. Hoy hay iniciativas de investigadores independientes de las farmacéuticas que revisan los datos de los ensayos que son, en la mayoría de los casos, exagerados y, cuando menos, maquillados.
Entonces, ¿cuál es el papel de las agencias reguladoras?
El problema es que en Europa la Agencia Europea del Medicamento (EMA) da por buenos los resultados que le presenta la industria. En EE.UU. no es así; la FDA norteamericana, la equivalente a la EMA europea, revisa los datos individuales de cada uno de los participantes en los ensayos clínicos. Ahora tenemos legislación que obliga a la EMA y a las farmacéuticas a hacer públicos los resultados de los ensayos. En mi libro defiendo que los medicamentos son un bien público, herramientas necesarias para el derecho humano básico a la asistencia sanitaria, como el aire o el agua. Pero hoy no lo son y, además, no hay un debate abierto, por lo que una de las intenciones del libro es provocarlo.
¿Sería conveniente mayor publicidad sobre los efectos adversos de los medicamentos?
La información sobre los medicamentos la monopolizan las compañías farmacéuticas. Además, las esperanzas que tiene la sociedad sobre las tecnologías son en gran parte labradas o se articulan con los mensajes de las farmacéuticas, a menudo con la complicidad explícita de las autoridades sanitarias.
Sobrediagnóstico y tratamiento de personas sanas. ¿Quién y cómo podrían corregirse?
En el último capítulo doy algunas ideas sobre lo que podría hacerse. Una es cómo deben elegir los médicos entre 16.000 especialidades farmacéuticas diferentes, muchas de ellas repeticiones del mismo fármaco y nadie es capaz de conocer tantos medicamentos, ni un farmacólogo como yo que ha trabajado en ello más de 40 años. Es necesario garantizar que esto no sea caótico. En segundo lugar, la formación continuada de los médicos no puede ser organizada por los laboratorios. Debería estar prohibido o al margen de las acreditaciones oficiales; no tiene sentido que los Colegios de Médicos y las Comunidades Autónomas acreditan estos cursos. Los médicos son invitados a congresos, viajes, etc. por recomendar productos de las compañías o prescribir sus productos; es francamente escandaloso y más en el sector público, porque es dinero de todos y es la salud de todos. En tercer lugar, que los visitadores médicos de las compañías no puedan pasearse por los centros de salud del sistema sanitario; es una aberración.
¿Consumir medicamentos innecesarios solo trae problemas?
Tomar un fármaco nos va a producir un beneficio, pero también hay una pequeña probabilidad de efectos adversos; si el beneficio está claro estamos dispuestos a correr el riesgo y cuanto mayor es el beneficio más riesgo asumimos. Aceptamos más riesgo de efectos adversos con fármacos para el cáncer que en los de un resfriado, porque el resfriado quizá podría curarse sin nada. Se está promoviendo el uso medicamentos para problemas que no lo son.
Prevención, dieta saludable, ejercicio, no fumar ni beber…, es más barato que curar y sin efectos secundarios. ¿Quién evita que se hagan más y mejor?
No son patentables y es la madre del cordero. Solo lo patentable es motivo de negocio. El sistema sanitario debería tener mecanismos para que las decisiones tomadas por los profesionales no estuvieran influidas por la parte en la que hay de negocio. Lo que usted cita es mejor, pero no podemos olvidar que no todos tenemos las mismas posibilidades de dormir bien, de alimentarnos bien, de hacer ejercicio…, porque hay un condicionamiento de clase muy evidente.
"No estoy contra los medicamentos; me parece escandaloso que los Estados no controlen a los laboratorios”
¿De qué hablamos?
Hablamos de un malestar social medicalizado, convertido en enfermedad. A algunos les conviene que veamos todo como enfermedades con un remedio llamado medicación; es un negocio seguro y si nos hacen sentir enfermos por cuestiones de malestar vital pues mucho mejor, crean más clientela. Por una parte, medicalizamos el malestar y buscamos soluciones, y por otra, está la relación fiscal y reversión de servicios de los ciudadanos con la administración del Estado. En el sistema sanitario siempre pillamos algo, alguna receta, una resonancia magnética… Es una parte de Estado que nos da algo, lo que provoca una conformidad social. Hay como un teatro montado y parece que el Estado nos protege de esto. Pero en realidad no nos está protegiendo porque el problema no es sanitario sino social.
“Vender enfermedades es un buen negocio”. Si para la mayoría deviene en intoxicación farmacológica, ¿para quién es el negocio?
Al igual que el complejo político-militar crea una fuente de poder, existe el complejo similar entre compañías farmacéuticas/médicos. ¿Cómo lo han hecho? Comprando investigadores, médicos, medios y líderes de opinión que difunden mensajes por encargo de los laboratorios. Las guías de práctica clínica son mayoritariamente inspiradas y redactadas por personas con graves conflictos de intereses con las compañías farmacéuticas. Algunos médicos llegan a recibir más de 300.000. Son personas que dan entrevistas y escriben las guías prácticas que llegan a los médicos como recomendaciones que aparentan ser absolutamente profesionales, pero están teledirigidas para que cambien sus hábitos de prescripción.
En casi todas las casas hay un armario repleto de medicamentos, ¿habría que revisarlo o vaciarlo?
Los médicos en la mayoría de los casos hacen el bien, no son el diablo. Sí habría que revisar los armarios, ver lo que no se usa. Si quedan medicamentos en casa en un armario habría que pensar por qué, porque el tratamiento fue interrumpido, porque no sentó bien o porque enseguida mejoró la persona que lo recibió. Tener paracetamol o un ibuprofeno en casa es conveniente, son cosas para una automedicación razonable, pero guardar antibióticos tiene poco sentido.
¿A quién dedicaría sus reflexiones como libro de cabecera y propósito de la enmienda?
Gracias por la pregunta. El libro está escrito para que lo entiendan todas las personas, incluidas las que no son de la profesión, pero mi principal ilusión es que lo lean los médicos que prescriben medicamentos sin haber tenido ocasión de conocer estos conceptos ni en su formación de Facultad ni en su postgrado cuando hicieron el MIR y, por supuesto, los estudiantes de Medicina, para que comparen lo que cuenta este libro y lo que le explican en Farmacología en su facultad, que es de otro mundo, no del nuestro. Quiero huir de lo demagógico y de que pudiera parecerlo, porque si no, te acusan de antivacunas, y de eso nada. No estoy contra los medicamentos ni contra los laboratorios, lo que me parece escandaloso es que los Estados no controlen a los laboratorios; al fin y al cabo, las compañías hacen lo que tienen que hacer, vender y cuanto más mejor; son los Estados quienes tienen que frenarlos y regularlos.