Es un tórrido día de junio que anuncia ya el verano y por la flecha recta convertida en carretera que parte de la A2 desde los alrededores de Tárrega hacia Balaguer, capital de La Noguera (Lleida), la comarca más extensa de Catalunya, se atraviesan campos verdes, otros con cereal ya casi en sazón y muchos pueblitos agrícolas que se desperezan al sol.
Balaguer es una ciudad tranquila y amable, de alrededor de 17.000 habitantes, en la que el río Segre, que la cruza ancho y reposado, separa la mitad histórica de la zona más moderna, a donde poco a poco se ha ido desplazando la actividad, como sucede en tantas y tantas partes. Sin embargo, el visitante aquí se dirige directamente al lado donde se acumula la historia, donde están los referentes y donde uno puede hacerse idea de esta localidad que fundaron los árabes, recién entrados a la península, allá por los albores del siglo IX.
La ciudad y su gran plaza
La ciudad y su gran plaza
La densa historia de Balaguer, que por aquello de haber estado en la linde entre los mundos musulmán y cristiano durante siglos ha tenido vida azarosa, en la que el carácter fronterizo se acabó trasladando incluso hasta la Guerra Civil española, que aquí también perpetró sus estragos, está contada con detalle en el bien organizado Museu de La Noguera, situado en la antigua judería. Los judíos aquí tuvieron la misma dificultosa vida que en otras partes hasta su expulsión total en el siglo XV. Previamente ya habían sido sacados del centro y construyeron un nuevo barrio extramuros, que a su vez impulsaría un posterior recrecimiento de esa muralla que hoy es símbolo de la ciudad.
Si algo da carácter a Balaguer es el Segre, río aurífero del que aún hoy podría extraerse (sin rendimiento económico suficiente) el dorado metal, y en el que los niños se bañan ruidosamente desde sus anchas orillas, transformadas en verdes y cuidados parques, mientras lo surcan un grupo de piragüistas. Sin embargo, lo que articula al conjunto urbano es la plaza del Mercadal, la plaza porticada más grande de Catalunya en competencia con la de Vic. Ambas tienen un atractivo mercado los fines de semana que es punto de encuentro ciudadano y de conexión con un pasado comercial tan activo como vital.
Haya o no haya mercado semanal, la plaza, en la que se sitúa el Ayuntamiento, siempre tiene actividad, y desde ella parten dos de las calles que no hay que dejar de recorrer: la Mayor y la d'Avall, con mucho comercio tradicional, ese que a veces huye hacia las zonas nuevas y que siempre conviene recuperar.
Sin embargo, lo que marca la visual de esta ciudad es la imponente iglesia de Santa María, de hermoso reloj centrado en una sólida torre y que a día de hoy sigue siendo el referente religioso de los balagarienses. Por dentro es amplia y hermosa, pero está desnuda, como sucede con La Seu de Lleida. Avatares de la historia.
Fue, al igual de la citada Seu, un poco de todo, incluidos los usos de campamento militar y prisión, que tan poco encajan en un lugar bello como este, hoy marcado por una pequeña Virgen que se hace demasiado escasa para vestir su enorme cabecera interior, y por unos extraordinarios vitrales modernos que juegan con la luz que entra desde fuera y hacen que parezca un templo diferente según la hora en la que se visite.
A esta iglesia se llega tras atravesar la Puerta del Hielo, llamada así por un cercano pozo nevero que durante lustros dio servicio a la población y que marcó lo que quedaba extramuros, y por una muralla que data del siglo XIV, hoy bien conservada y mejor tratada, y que es buena parte de la personalidad del conjunto.
Enfrente de Santa María, y también en la parte alta de la ciudad, está la ermita del Santo Cristo, la otra gran referencia religiosa, en cuyo interior se guardó durante siglos una imagen de Cristo que incorporaba milagro según la leyenda, y que apareció viajando sola por el Segre. La Guerra Civil, que tantas cosas diezmó, dejó de ella solo un pie, que hoy se venera y se completa con el resto de la imagen reconstruida en todo salvo en tan ligera extremidad.
Llegar a ambas iglesias, como al Castell Formós, el castillo que domina a la población, supone el esfuerzo de acometer cuestas. Están en el llano alto, la zona históricamente denominada Pla d'Almatà, el lugar donde los árabes establecieron sus dominios en su momento y que hoy apenas es un yacimiento arqueológico. Pero aquí arriba están la esencia de la historia y las mejores panorámicas. Abajo, a vista de pájaro, quedan la plaza del Mercadal con el centro histórico que la rodea, el Segre que transita sin prisas, los puentes que lo cruzan y el ensanche por donde Balaguer ha ido creciendo. La vida transcurre aquí calma a la espera de un invierno que llegará con fríos implacables.
La ciudad es la puerta de entrada al pre Pirineo, a la sierra del Montsec, donde la belleza se desborda en el paisaje. Y hacia allá hay que dirigirse.
Campanas en Os
Campanas en Os
A escasos 13 kilómetros se encuentra Os de Balaguer, un municipio de alrededor de mil habitantes que, al margen de por la Cova dels Villars, con importantes testimonios de la prehistoria que se pueden conocer en visitas guiadas, se ha hecho un nombre en el panorama turístico por su festival de campanas y campaneros, la denominada Trobada de Campaners, que pasa por ser una de las fiestas más llamativas de La Noguera. Sobre todo porque aquí no se tocan campanas, o sí, pero sobre todo se construyen. Y muchas de ellas se guardan luego en un pequeño museo que ocupa una de las estancias del rehabilitado castillo que preside la población, y que solo con su imponente silueta ya es un reclamo por sí mismo. Su origen árabe, del siglo X, queda hoy bastante oculto bajo los necesarios remozados para combatir el paso del tiempo, pero en su interior sorprende la inversión que se ha realizado (gracias a que la familia Siscar, propietaria desde el siglo XVI, lo cediera al Ayuntamiento) hasta convertirlo en un centro social y cultural más que apreciable para el pueblo, en el que hay exposiciones, proyecciones y otras actividades públicas. Incluido, como queda apuntado, el museo, que ocupa la llamada Sala Gótica.
La colección de campanas es, pues, una consecuencia directa del encuentro de campaneros que se celebra el último fin de semana de abril, y que en 2019, antes de la pandemia, celebró su XXXII edición. Ponencias, presentaciones, demostraciones, fiestas populares, folklore y otras actividades conforman el armazón de un programa que tiene como plato fuerte la construcción de campanas gracias a un horno de barro y paja que hay en las afueras del pueblo.
El otro detalle que espoleó a la creación de esta muestra, humilde pero en la que se ve que hay invertida mucha ilusión, fue la donación por parte de unos particulares, la familia Miralles, de una colección con más de un centenar de pequeñas campanas y campanillas, de materiales y procedencias diversos, que constituyó el fondo inicial.
A la entrada del museo, inaugurado en el año 2000, hay una campana elaborada por el campanero cántabro Abel Portilla, de 490 kilos de peso, que da paso a una colección de instrumentos más nuevos que históricos, más diversos que unificados, y muchos de ellos afinados, para que el visitante pueda también tocarlos (el museo incluye un libro de toques con más de 200 registros, de aquel tiempo en el que las campanas hablaban, e igual llamaban a misa que a muerto, avisaban de incendios o ataques, y tenían muchas otras funciones que la vida moderna ha sepultado). Actualmente te ofrecen incluso hacer un pequeño curso y hasta un certificado local de tocacampanes.
Por cierto, Os de Balaguer se autodeclaró pueblo optimista de Cataluña porque sortea las crisis relativamente bien. Quizá tocar campanas, o escucharlas a lo lejos, porque lo que suena en el museo seguro que traspasa las paredes del castillo, ayude a ello.
Monasterio y estrellas
Monasterio y estrellas
Siguiendo la carretera hacia Àger el viajero se topa enseguida con el monasterio de Les Avellanes, de inconfundible silueta gracias a su larga torre. Aunque la mayoría de lo que se ve es moderno, en su espectacular claustro y parte de su iglesia se puede descubrir lo que fue el edificio en su versión original, del siglo XII. Y como tantas cosas por estos pagos, fue fundado por los Condes de Urgell.
Desde 1910 lo gestionan los Maristas, y casi media Catalunya relacionada con esta congregación ha pasado por allá, a ejercicios espirituales y otras actividades, también de naturaleza y de encuentro.
El monasterio, que mantiene una pequeña comunidad religiosa, es actualmente también hotel, restaurante y centro de encuentro para mucho viajero que quiere disfrutar del entorno. Y se convierte en la puerta de entrada perfecta, gracias a su Menú Astronómico, para disfrutar del Parque Astronómico del Montsec, situado a escasos kilómetros.
Se llama Menú Astronómico -y es contundente en su propuesta, tanto que parece más adecuado para mediodía que para la noche- porque se ha diseñado con el asesoramiento científico del director del Centro de Observación del Universo, que forma parte del parque, con platos como Estrella Gigante Azul (que es un tosta de micuit de foie con espuma de mora) o Sol de Medianoche (bacalao gratinado con espaguetis negros y crema de brócoli). Tiene cuatro pases y lo prepara Bobby Cabral, chef portugués que entre sus andanzas cuenta haber trabajado con el mediático Gordon Ramsay.
Y llega la hora de dirigirse al Parque Astronómico, en este caso en visita nocturna. Este es uno de los grandes recursos turísticos, y desde luego científicos, de la zona, y consta de varios apartados, consagrados a la divulgación, pero también a la ciencia en estado puro. Al margen de las exposiciones permanentes que se pueden visitar, y donde se aprende por ejemplo lo perniciosa que es la altísima contaminación lumínica que nuestro mundo comporta, tanto para el medio ambiente (por la energía que consume) como para los biorritmos y los ciclos naturales de humanos, animales y plantas, está el llamado Ojo del Montsec, un planetario digital único en el mundo, y más que sorprendente, con una cúpula que al terminar la proyección se retira y deja al asombrado visitante frente al cielo, generalmente limpio y claro.
Hay que reseñar, a este respecto, que 24 municipios de la zona del Montsec, la hermosísima sierra que da personalidad a casi todo este territorio, tienen la declaración de Destino Turístico Starlight, es decir, que cuentan con unos cielos como los de antes y como seguramente deberían ser casi todos los de hoy.
El centro tiene también un parque de telescopios, formado por tres edificios con cúpulas astronómicas, y cuenta con personal amable y más que preparado para una experiencia sorprendente.
En el caso de la visita nocturna, tras un rato ojeando las exposiciones se pasa al planetario, donde en la habitual posición semitumbada se proyecta un documental que cuenta de modo muy didáctico el origen del universo y su largo desarrollo, hasta que la cúpula se retira dejando al auditorio a cielo abierto. De ahí se pasa a una sala donde un telescopio, que tiene reflejo en ordenadores que los asistentes ven perfectamente desde sus cómodos sillones, apunta a lugares concretos y da muchas referencias de dónde están y cómo son. Ni que decir tiene que la mayoría se sitúan a millones de años luz. Estrellas y constelaciones se ponen pues a disposición de los interesados, con las correspondientes explicaciones técnicas, antes de que el grupo se dirija al exterior, donde se observa despacio el cielo y se miran con detenimiento cuestiones mucho más familiares, como la Osa Mayor o la estrella polar.
Las visitas diurnas cuestan 9 euros y 13 las nocturnas, y la dotación abre prácticamente todo el año. La información completa se puede encontrar en www.parcastronomic.cat.
Agua y roca
Agua y roca
Tanto desde esta carretera como desde la que viene directamente desde Balaguer es imposible no asombrarse de día, merced a la magnificencia del Montsec, al asomarse a Àger. Esta es una sierra espectacular y un destino turístico de primerísima categoría, y Àger es, sin duda, el lugar que mejores panorámicas tiene. La cámara de fotos, que no puede captar lo inmenso del paisaje, se queda pequeña, así que lo mejor es dejar el coche y asombrarse ante las vistas. Naturaleza desatada, magnífica, gigante.
A partir de Àger en dirección a Tremp todo es una sinfonía de agua y roca. Los ríos y pantanos, y los desfiladeros (aquí llamados congost), marcan un paisaje rudo y subyugante. Se ve que la mano del hombre ha intentado domesticarlo a base de puentes, túneles, pasarelas, carreteras y hasta un tren que avanza en ocasiones por rincones insólitos, pero aún y todo la naturaleza se muestra indómita, poderosa. Primero el congost de Mu y después el de Terradets, que es uno de los muchos que hay por estos lares, todos construidos por el hombre, hacen pasar al coche bajo farallones amenazantes, a pesar de que se les supone la amabilidad de los fuertes. Quizá el más famoso de los muchos embalses de la zona sea el de Canyelles, por aquello de que hace muga entre Aragón y Catalunya y por ser el mayor de todos los de la zona, pero están el de Sant Antoni, el de Camarasa, el de Sant Llorenç de Montgai, el de Rialb y el de Oliana, todos en un radio pequeño y con usos diferenciados. La mayoría de ellos se pusieron en marcha para producir electricidad, aunque también sirven para regadío y abastecimiento. Los hay del franquismo, pero también anteriores. Respecto a los ríos, son tres lo que surcan este territorio: el Segre, el Noguera Pallaresa y el Noguera Ribagorzana.
Hasta tremp, con parada
Hasta tremp, con parada
En el pantano de Terradets una buena parada puede ser el hotel del mismo nombre, un clásico de la zona con una espectacular piscina asomada al embalse donde se come bien incluso de bufet, cosa que en general resulta difícil. Y es un buen lugar para dirigirse en pocos minutos a un lugar de amplio significado histórico: el conjunto formado por el castillo y la colegiata de Mur, a donde se asciende por una angosta carretera que desafía a la gravedad hasta llegar a un rincón impresionante: una fortaleza del siglo XI magníficamente conservada, torreón pétreo incluido, románico puro, sólido y sin alaracas. La colegiata, por su parte, tiene estilo románico-lombardo, con tres naves cubiertas con bóveda de cañón, separadas por pilares y con tres ábsides semicirculares, además de un hermoso claustro que invita a la meditación.
La colegiata tenía en su frontal unas hermosas pinturas, que hoy se exhiben en el Museo de Boston, porque en su día fueron vendidas, algo muy habitual en otra España, pobre e inculta, que en su tiempo no daba valor al patrimonio, y cuya ignorancia se convertía en enorme negocio para marchantes y coleccionistas extranjeros. Baste con decir que el anticuario que las compró en 1919 pagó 7.000 pesetas de la época tras extraerlas de la pared con ayuda de unos especialistas italianos, las revendió por 100.000 a un coleccionista barcelonés, quien a su vez se las facturó a Boston por 460.000. Mejor negocio en menos tiempo, imposible. Lo que hoy se ve son simples reproducciones. Y una lección de con lo que no hay que comerciar.
Y de ahí a Tremp, la capital del Pallars Jussà, comarca vecina de la Noguera, que tiene título de ciudad a pesar de sus apenas 6.000 habitantes.
Antes de descubrir su sosegado casco histórico y sus monumentos hay que pasarse por el sorprendente Epicentro, uno de los más espectaculares centros de recepción de visitantes, oficina turística y de información de cuantos hay en el Estado español. Es un enorme edificio histórico (un antiguo colegio) rehabilitado y musealizado desde 2013, bien organizado, dotado tecnológicamente, y que en un sube y baja de escaleras y salas temáticas te da una excelente idea de la zona y sobre todo de su Geoparque Orígenes, título cuya consecución por dictamen de la Unesco en 2018 Tremp celebró a lo grande, y que sirve para seguir el rastro de los últimos dinosaurios, descubrir cómo se formaron los Pirineos, conocer la historia de la zona y sus pobladores desde los tiempos más remotos, gozar de la naturaleza más auténtica y del cielo con designación Starlight y vivir fiestas, tradiciones y productos locales.
En este Epicentro se puede seguir la vida de los buitres a través de cámaras que, sin invadir su existencia, les enfocan permanentemente, comprender mejor a los dinosaurios, que tantas huellas dejaron en esta tierra, y conocer la persecución que sufrieron los judíos, muchos de los cuales se refugiaron aquí durante la Segunda Guerra Mundial, gracias al programa Perseguits y Salvats.
Y después de una inmersión cultural de primer orden... a callejear, que es como realmente se conocen los sitios.