s un barranco húmedo, enriscado y oscuro en el que podemos perseguir las turbulentas huellas de la inquisición, que alcanzó su mayor auge y virulencia coincidiendo con el reinado de los Reyes Católicos y fue utilizada para cazar y destruir, de manera sistemática y organizada, a todos los enemigos de la iglesia y del estado.
Nos dirigimos al valle de Atxondo, recogido bajo las escarpadas vertientes de la sierra y nos acercamos al barrio de Arrazola. La estrada asfaltada que parte junto a la iglesia asciende entre recios caseríos, sobre los que se cierne imponente y amenazadora la mole marmórea de Anboto.
El asfalto nos lleva hasta el caserío Agarregane y un sendero se interna en el bosque junto al depósito de aguas, para visitar una cabaña solitaria, en el pinar. Superamos un repecho y cruzamos una portezuela de madera en la alambrada; entramos en el estrecho y mágico barranco de Errekaundi que se abre camino entre las peñas de Andasto, Ipizte y Anboto. Las piedras del suelo toman el aspecto de una calzada. Iremos a la vera de un impetuoso arroyo, por un soberbio hayedo con grandes ejemplares de porte trasmocho. La calzada gira, quiebra, cruza el arroyo y asciende bajo la umbría para asomar sobre las peñas de Andasto. A medio camino, sobrevive un exquisito rincón donde le río se toma un respiro y donde encontramos las ruinas de una antigua cabaña.
Subimos mediante constantes lazos por la empinada ladera. Abandonamos el bosque en favor de los pastos sobre los que asoman descaradas la peña de Ipizte y Anboto. A nuestra izquierda, las peñas de Andasto caen a pico sobre el barranco.
Alcanzamos una encrucijada y dejamos a la derecha el camino que se dirige a Urkiola por el collado de Zabalandi. Giramos a la izquierda y rodeamos las peñas hasta las campas de Ipiztekoarriaga. Un señalizador nos indica la dirección hacia la cima de Ipizte, que tendremos que hollar si queremos encontrar la cueva donde se ocultó el cura Santa Cruz tras escapar de la cárcel de Aramaio. Fue uno de los líderes guerrilleros más conocidos, por su valentía, pero también por su crueldad contra los liberales.
Surcamos las campas de Ipitekoarriaga y seguimos la pista en su descenso hasta el collado que nos separa de Tellamendi. A media ruta, sobre las campas que se extienden bajo la pequeña cota de Amillondo, encontramos una preciosa cabaña, y junto a ella, una curiosa piedra. Es la Estela del obispo, con una curiosa cruz grabada en una de sus caras. Dice la leyenda que en este preciso lugar halló la muerte uno de los clérigos enviados por los tribunales de la Santa Inquisición para apresar y juzgar a los herejes de Durango. Una vez acabado su trabajo, tomó camino de regreso a Calahorra atravesando estos parajes, pero cayó en una emboscada planificada por algunos seguidores de fray Alonso de Mella que habían conseguido es-capar de la masacre. Aquí mismo hicieron justicia con el inquisidor y de aquellos hechos es testigo esta bella estela que ahora contemplamos.
Sobre el brote herético que surgió en Durango en la primera mitad del siglo XV se han escrito ingentes ríos de tinta. El siglo XV fue un siglo de rebeliones y levantamientos populares, de contiendas, hambrunas y epidemias. La Edad Media estaba dando sus últimos coletazos y la Iglesia pasaba por uno de sus peores momentos; desde ?nales del siglo XIV un cisma resquebrajaba a la Iglesia en Occidente y varios antipapas dividían una institución débil y corrupta.
En Bizkaia, la crisis bajo medieval había sumido al territorio en un profundo estado de con?ictividad social. Al descontento hacia la jerarquía de la iglesia se sumaba una pobre asimilación del cristianismo en una sociedad anclada en creencias y ritos de origen pagano. Simultáneamente, nuevos aires de reforma se extendían desde el norte de Europa y las ansias de regeneración social y espiritual se respiraban por doquier.
El mensaje disidente del evangelista fray Alonso de Mella, arraigó en Durango. Abogaba por la libre interpretación de las Ságradas Escrituras, la supresión de las jerarquías eclesiásticas, de los ritos, el lujo y la ostentación. Criticaba la relajación moral del clero y respaldaba las virtudes de la iglesia original, es decir, el retorno a la fraternidad, a la igualdad y a la comunidad de bienes. Fray Alonso de Mella y sus seguidores fueron acusados de herejes, de echarse al monte Anboto para fornicar en comunidad de cuerpos y cometer actos de adulterio. El rey envió tropas para capturarlos, y trece personas fueron quemadas públicamente en la plaza del Rebal de Durango; otros ardieron, tras ser atormentados por la Inquisición, en Valladolid y Santo Domingo de la Calzada.
Fray Alonso huyó a Granada, al último reino musulmán de la península ibérica, donde murió ejecutado, no sé sabe por qué, por los nazaríes.
En Durango, en el lugar donde fueron ejecutados varios partidarios de la herejía, se levantó un monumento expiatorio, la cruz de Kurutziaga.
Desde Durango ponemos ruta hacia el puerto de Kanpazar por la carretera N636. Dejamos atrás el núcleo urbano de Abadiño y poco antes de llegar a Elorrio, encontramos al lado derecho de la calzada la desviación que se interna en el Valle de Atxondo a la altura de la población de Apatamonasterio. Recorremos el valle hasta alcanzar la localidad de Arrazola.
3 horas. Los horarios que aparecen en esta guía son meramente informativos y hacen referencia a la duración de la ruta, sin ningún tipo de paradas. Estos horarios pueden variar en función del peso de nuestras mochilas y del ritmo de cada cual.
11 km.
700 m.
Sin más dificultad que la debida al fuerte desnivel y longitud de la ruta.
En el punto de partida de la ruta.
Mapas Pirenaicos. 1:25.000. Anboto/Udalatx. SUA Edizioak.
En primavera y en otoño, el bosque y el arroyo de Errekaundi despliegan toda su belleza.
Rutas por Euskal Herria
DEL LIBRO: Rincones que te sorprenderán
TEXTO Y FOTOS: Alberto Muro