e la ilusión de los primeros años en los que todo estaba aún por construir, la Er-tzaintza ha pasado a un nivel de veteranía como cuerpo policial que los nuevos retos en materia de seguridad van poniendo a prueba día a día.

En plena Guerra Civil española, en octubre de 1936, Euskadi alumbra el primer Gobierno Vasco, al que en su breve periplo previo al exilio le dio tiempo a crear un cuerpo policial, la Ertzaña, compuesto por unos 1.500 agentes, con secciones de a pie y motorizada, a quienes se encomendó la difícil misión de garantizar la seguridad ciudadana en tiempos de guerra. Con el fin de la contienda en Euskadi desapareció el recién nacido cuerpo policial.

Tras la muerte de Franco llegó la democracia y con ella la restauración del Gobierno Vasco, una de cuyas primeras misiones fue la de recuperar aquella vieja Er-tzaña a partir del restablecimiento de los Mikeletes vizcaínos y guipuzcoanos y de la reconfiguración de los Miñones alaveses. Si hay un nombre indisolublemente ligado a esta gestación del cuerpo policial vasco es el de Luis Mari Retolaza, consejero de Interior del Gobierno Vasco en las primeras legislaturas de la democracia. En los albores de la autonomía, en 1980, Retolaza organiza en la localidad abandonada de Berrozi, ubicada en los Montes de Gasteiz, un campo de formación y entrenamiento para una unidad de élite a la que formarían veteranos de fuerzas especiales como el SAS británico.

Mientras, se iba gestando el cuerpo integral que se encargaría de la seguridad ciudadana en tiempos convulsos, sacudidos por el terrorismo de ETA, los grupos parapoliciales y el golpismo. En 1982 abre sus puertas la Academia de Arkaute, de la que desde entonces han ido saliendo las sucesivas promociones de la Ertzaintza, y comienza un despliegue paulatino que tuvo su primera gran prueba de fuego con la vista a Euskadi del Papa Juan Pablo II, en noviembre de ese mismo año. Hasta 1995 no llegó el despliegue total de la Ertzaintza.

Hasta hace apenas una década, la actividad de la Er-tzaintza estuvo condicionada por ETA, tanto en la investigación activa contra la banda y su entorno como en la autoprotección ante los atentados y la kale borroka, en algunas ocasiones además teniendo que sufrir la desconfianza de otros cuerpos policiales.

El Informe sobre la injusticia padecida por el colectivo de ertzainas y sus familias a consecuencia de la amenaza de ETA, elaborado en 2016 por la Universidad de Deusto, señala que la Ertzaintza sufrió más de 1.300 acciones de violencia callejera. Quince agentes fueron asesinados. Desde 2019 estos policías cuentan con un espacio de recuerdo en Arkaute, la sala Hemen Gaude en la que quince txapelas recuerdan a estos agentes. Entre ellas está la del sargento mayor Joseba Goikoetxea, uno de los principales objetivos de ETA por su papel de responsable de la Unidad de Información del cuerpo y su militancia jeltzale. La banda lo asesinó el 22 de noviembre de 1993 cuando viajaba dentro de su coche junto a su hijo.

Fue este un atentado de gran repercusión, pero otros agentes murieron a manos de ETA, y la amenaza creció en intensidad avanzados los años noventa, con Juan Mari Atutxa como consejero de Interior. Asesinatos como los de los ertzainas Ane Arostegi y Javier Mijangos, tiroteados el 23 de noviembre de 2001 en Beasain, han quedado sin esclarecer. El pasado mes de noviembre sus compañeros les rindieron homenaje.

La apertura de las fronteras europeas a raíz del acuerdo de Schengen y el carácter internacional de las nuevas formas de terrorismo han obligado a los cuerpos policiales a trabajar más allá de sus límites administrativos.El 1 de marzo de 2010, la Ertzaintza se incorporó a la comisaría conjunta de Hendaia, en la que trabaja junto a los cuerpos policiales españoles y franceses. La Policía vasca, sin embargo, no pudo realizar persecuciones en caliente en Francia, lo que dificultaba su labor en terreno fronterizo, hasta 2017. Desde junio del año pasado, además, la Ertzaintza puede vigilar a un sospechoso aunque no haya delito flagrante de por medio en los países adscritos a Schengen, al mismo nivel que la Policía Nacional o la Guardia Civil.

El 9 de abril de 2012, unidades de Seguridad Ciudadana acudieron a un callejón de la calle María Díaz de Haro de Bilbao tras ser avisadas de que se estaban produciendo incidentes tras la celebración de un partido de competición europea del Athletic. Los agentes entraron con pelotas de goma en una situación que no requería tal contundencia, en un espacio muy reducido, y una de ellas impactó en la cabeza de Iñigo Cabacas, joven seguidor del Athletic de 28 años. Se siguió actuando pese a que ciudadanos presentes en la zona advirtieron de que había un herido grave. En enero del año pasado, el Tribunal Supremo puso fin al recorrido judicial del caso Cabacas, ratificando la sentencia de la Audiencia Provincial de Bizkaia que condenó a dos años de prisión (sin ingreso efectivo en la cárcel) y cuatro de inhabilitación al oficial de mayor rango en el operativo. Aquella sentencia, además, absolvió a otros cinco agentes, al no haberse podido probar quién disparó a Cabacas.

El caso supuso un terremoto dentro y fuera de la Ertzaintza. La familia del joven fallecido reclama reparación, y dentro del cuerpo se introdujeron cambios, entre ellos el cese en el uso de pelotas de goma, para minimizar daños en situaciones como la producida aquel Jueves Santo de 2012.

El mundo ha cambiado mucho desde 1982, y las policías han de adaptarse a nuevas formas de delincuencia. La Ertzaintza persigue, desde la disolución de ETA, implantar un modelo policial más cercano a la ciudadanía. A la par, afronta retos como el de la ciberdelincuencia, el islamismo radical, la trata de seres humanos, la xenofobia y los delitos de odio o la incorporación de la perspectiva de género y el impulso al euskera, que están contemplados en su Plan Estratégico. Nuevas promociones siguen saliendo de Arkaute (de forma inminente comenzará su formación en la academia la trigésima) y entre los retos inmediatos está el de la incorporación de drones para todo tipo de tareas.