- Tras tres meses de aterrizaje, ahora llega el “despegue” de Aukerak, como lo definía el miércoles la consejera Artolazabal. ¿Cuáles han sido las principales dificultades a las que se han enfrentado para poner en marcha un servicio de esta envergadura?
—Muchas dificultades las ha planteado la cuestión burocrática, el día 1 deja de prestar sus servicios la entidad estatal de Trabajo Penitenciario y comienza su responsabilidad Aukerak, y tienes que tener prevista toda la tarea burocrática, constituirte como órgano, con tu CIF, etcétera. Por lo demás, es cierto que al haber contado con parte del personal transferido la cosa se facilita porque hay una transición, hay conocimiento y experiencia.
Se proponen que a largo plazo el 40% de los presos cumpla su condena en régimen de semilibertad, una estimación basada en la aplicación de este modelo en los países nórdicos. ¿Es trasladable tal cual al caso vasco, dadas sus especificidades de todo tipo?
—Somos una sociedad avanzada también, hay que tomar como referente a aquellos países que han implantado este modelo durante muchos años. Nosotros comenzamos ahora un proceso que no es sencillo, no es de hoy para mañana, pero hay que fijar el objetivo y tirar para adelante.
Los presos de ETA son una de esas especificidades en la población reclusa vasca, con más de 80 internos, y la consejera advertía ayer a la plantilla de Aukerak de que va a haber interferencias externas en torno a su labor. ¿Temen que la política distorsione su trabajo, que se les ubique en el ojo del huracán?
—Desde el punto de vista de Aukerak no hacemos distinción en el fomento y promoción del empleo dentro de los centros penitenciarios y en la formación de las personas reclusas. Salvo que haya alguna cuestión estrictamente técnica no hay por qué hacer ninguna diferenciación.
Su objetivo es reinsertar mediante la formación y el trabajo, pero ya ha advertido de que lo primero será promover el interés de la población reclusa en esa formación. ¿Sienten que confían los presos y presas en el sistema y en este proyecto en concreto?
—Hay que hacer que sientan confianza, por eso hablaba el miércoles de promover el interés de la población reclusa en la formación. En un porcentaje muy elevado es gente que carece de formación, que procede de estructuras de abandono escolar, de desestructuración familiar, con poca experiencia laboral, y hay que convencer a esas personas de que la formación abre una posibilidad para su reinserción laboral y social. Hay que ir convenciendo y hay que utilizar todas las estrategias y mecanismos que tengamos en nuestra mano. Hay que becar o premiar a esas personas, hay que facilitar que se formen y puedan integrarse en un taller productivo y retribuido; hay que buscar fórmulas para animarles.
En cierto modo pueden sentir que es el propio sistema el que les ha llevado a prisión. No será sencillo romper esa barrera.
—Hay muchas sensibilidades y prejuicios, por parte de la población reclusa y también por parte de la sociedad. Hay que ir rompiéndolos, y la mejor manera de hacerlo es demostrar que una persona en un centro penitenciario se puede formar, emplearse y finalmente reinsertarse en la sociedad. La mejor forma de convencer es conseguir el éxito.
Además de la propia formación, en los talleres se impartirá educación para la resocialización. ¿En qué se concreta esa educación? ¿Qué carencias presentan al respecto los presos y presas?
—Mejorar la empleabilidad de una persona no solo es dotarle de una determinada formación o de una experiencia por participar en un taller, también hay que dotarle de habilidades sociales, tiene que adquirir unos hábitos laborales, rutinas, horarios, que puedan entender que la vida puede transcurrir trabajando, que puedes formar un proyecto de vida sin tener que recurrir a delinquir. El manejo de las habilidades sociales es muy importante en cualquier proceso de reinserción.
Van a diseñar diferentes perfiles para personalizar los itinerarios de reinserción. ¿De qué manera?
—Se trata de conocer cuál es tu vocación, tu experiencia laboral anterior, tu formación, tus habilidades, tus aptitudes. Todos los presos son diferentes, no tanto por el delito cometido como porque todas las personas somos diferentes. Luego en el perfilado pueden aparecer grupos homogéneos que cumplan una serie de características comunes, pero no necesariamente en función del delito cometido.
Con ese perfil en la mano se pretende realizar un seguimiento de la trayectoria del recluso hasta su reinserción.
—Así es. Nosotros queremos sentar las bases para organizar la orientación sociolaboral y el acompañamiento de las personas desde su ingreso en prisión hasta la última fase de cumplimiento de la condena. Eso te va a exigir todo lo que hemos comentado antes, un perfilado, un catálogo de servicios que ofrecer a cada perfil, un catálogo de puestos de trabajo; pero lo fundamental siempre es situar a la persona en el centro, individualizar en la medida de lo posible todo el itinerario. Se trata de intentar hacer partícipe a la persona reclusa de su propio futuro, con un acompañamiento individualizado; de darle las herramientas, pero también hay que enseñar a que sea la propia persona la que vaya tomando sus decisiones. No es lo mismo estar tres o cuatro meses en prisión que tener una perspectiva, por el delito que has cometido, de una estancia más larga. Eso, en este sentido, favorece un poco más el proceso.
¿Todos los presos, dada la heterogeneidad y gravedad de sus delitos, son potencialmente reinsertables?
—Yo prefiero pensar que sí, luego la realidad es tozuda y te dirá que hay personas con problemas sociosanitarios o psicológicos, o de adicciones, que van a dificultar muchísimo, o incluso imposibilitar, la reinserción, pero para eso están también los talleres ocupacionales, los talleres terapéuticos no remunerados, que proporcionan una herramienta para hacer la vida más fácil a estas personas, aunque probablemente habrá gente que no se pueda reinsertar. Si hablamos de estadísticas, de que en los países nórdicos alcanza el régimen de semilibertad el 40% de la población reclusa, eso significa que hay un 60% que no tiene éxito, y eso en sociedades muy avanzadas en este sentido.
El recluso puede hacer todo lo que esté en su mano para salir adelante, pero el estigma social sigue ahí. ¿Se va actuar de alguna manera sobre la propia sociedad para que sea proclive a hacer realidad esas oportunidades que promueve Aukerak?
—Es lo que decía antes, la mejor manera de combatir el estigma social es lograr que estas personas se reinserten, que trabajen tranquilamente, que formen una vida alejada del delito con una identidad no delictiva, con un proyecto de vida como el que tienen la mayor parte de los ciudadanos. Esa es la mejor manera de evitar ese estigma social, pero eso no se consigue en un año, ni en dos, sino que la ciudadanía tiene que ir percibiendo que realmente parte de estas personas pueden volver a formar parte de la sociedad de una manera normal.
En ese sentido, parte de los talleres se desarrollarán en empresas privadas. ¿Se va a incentivar de alguna manera su implicación con el proyecto?
—Las empresas también forman parte de la sociedad y existirán prejuicios, pero ya colaboraban antes con nosotros y lo siguen haciendo, lo que demuestra que sí existe una confianza. Además, también hay una parte de beneficio para la propia empresa y para la Administración. No beneficio económico, sino porque estamos empleando a las personas para el cumplimiento de los fines que perseguimos. Luego hay también una parte importante de las empresas que tienen muy en cuenta su factor de responsabilidad social para participar en esos proyectos.
“Queremos hacer partícipes a las personas reclusas de su propio futuro, enseñarles a que vayan decidiendo”
“Deben entender que se puede formar un proyecto de vida sin tener que recurrir a delinquir”
“Todos los presos son diferentes, se trata de conocer su vocación, sus habilidades, sus aptitudes”