osé Olivares Tellagorri amplificó al mundo: “El barco Alsina, que tuvo su literatura, tendrá su bibliografía”. El deseo de uno de los periodistas más recordados del siglo XX se ha hecho realidad estos días. Aquel cronista barojiano de Getxo lanzó a algún mar en una botella su anhelo y la histórica escritora navarra Arantzazu Ametzaga (Buenos Aires, 1943) lo ha novelado convertirse en memoria colectiva.

La editorial Alberdania y Marcapáginas pone en circulación un libro forjado en homenaje a la diáspora vasca. Del mismo modo, a los barcos que llevaron a nuestros antepasados desde la Euskadi que un día se vieron en la tesitura de dejar atrás por la guerra a la “tierra de la Libertad americana, donde fueron acogidos con honor”, enfatiza Ametzaga a DNA.

La orgullosa bibliotecaria de profesión abre su corazón (y tripas). De hecho, narra desde el cercano género epistolar el viaje que sus padres Mercedes Iribarren y Vicente Bingen Amezaga coprotagonizaron de enero a diciembre de 1914. De Europa a América. Lo hicieron junto a otros tripulantes a bordo de los barcos Alsina y Quanza, coincidiendo con el estallido de la II Guerra Mundial. “¡Fueron pasajeros de la Libertad!”, exclama con su dulce voz. Fueron, a su juicio, heterodoxos en un mundo en el que imperaba la ortodoxia fascista.

Uno de aquellos personajes tiene luz propia en estas 225 páginas de papel. Y brilla aún más en el imaginario de Arantzazu Ametzaga Iribarren. Es la razón del apellido materno. Es su madre. Pongamos el foco en aquella mujer. Llenemos páginas dando a las mujeres su lugar en la historia. En este caso, una mujer escribe sobre otra mujer, una hija a su madre. Y la nacida en suelo bonaerense nos ilustra sobre la vida de Mercedes Iribarren Gorostegi (Las Arenas, 1905, Andorra, 1980).

Conocemos que Mercedes era hija de Julene, guipuzcoana “de Deba y Mutriku” y de Inocencio, “de Mutriku”. Era un dúo empresario, titulares del Taller Grúas Erandio. Iribarren era hijo de navarros, de padre muerto en una de las guerras carlistas. Conocieron la devastación del cáncer en la familia, de ausencias con dolor, de años de bonanza salpicados con baches económicos. Aquella niña-madre de la autora de Cartas desde la libertad recibió educación propia de la época, es decir, “para niñas”. Así las cosas, dos de sus hermanas recibieron educación para ser modistas y carrera de piano. “Ambas lograron vivir de las mismas”, les reconoce Ametzaga. Al igual que la autora en la novela data las catorce cartas, pongamos fecha a los hitos biográficos.

1937. Las tropas golpistas toman Bilbao en junio. Mercedes se casa en la iglesia de Las Arenas, con Vicente Ametzaga (Algorta, 1901-Caracas, 1967). Él es abogado y docente. El matrimonio parte de Euskadi vía Santander, “con lo puesto”.

Entonces, las fuerzas totalitaristas requisan el Taller Erandio y el padre de Mercedes busca el exilio en Francia con 80 años y en silla de ruedas. Ametzaga, director de Primera Enseñanza Gobierno Vasco, logra dirigir en Donibane Garazi una colonia de 500 niños y niñas. En ella, participa en el cuidado y organización de la misma. Antes de fin de año, partirán a París, solicitados por el lehendakari Aguirre.

1938. París, 7 de mayo. Nace la primera hija de la pareja vizcaína. “En el paritorio, sus vidas corren peligro de muerte”, valora Arantzazu. Mercedes queda aquejada de por vida de incontinencia urinaria. “Nunca jamás se quejó del mal”, apostilla la escritora.

1939. París, 2 de septiembre. Se sufre la declaración de guerra entre la Francia republicana y la Alemania nazi. Todo está a oscuras. En esos días nada llega al mundo la segunda hija del matrimonio “en las escaleras del edificio en el que residían”. El chófer de la Delegación Gobierno Vasco llevó a la parturienta a la clínica.

1940. Se mudan a Burdeos y Biarritz. El Gobierno vasco ordena a sus hombres el exilio a América. Ametzaga pone rumbo a Marsella. A última hora, dan la oportunidad de embarcar a los hombres con sus familias. Ametzaga reclama a Mercedes e hijas, pero la hermana de Mercedes les persuade diciendo que es un viaje peligroso para las niñas y se queda a su cargo. “Mi madre partió sola de Biarritz a Marsella, aunque las comunicaciones eran difíciles, pero ella era empeñada y lo hizo”.

1941. Marsella. 15 de enero. Tras un temporal de nieve, el Alsina parte en convoy rumbo a América. La narración de los hechos queda muy bien plasmada en Cartas desde la Libertad. Nadie pensaba que la guerra iba a ser mundial y que durase cinco años. Navegan en un océano Atlántico minado. Mercedes llegará a Cuba, pero optará por seguir su periplo a Argentina.

1942. Iribarren desembarca en Argentina.

1943. En enero, nace su tercera hija. Recibe ayuda y atención de las patriotas de Emakumeen Abertzale Batza del Laurak Bat. Están solos en tierra extraña. La cooperación vasca hace menos duro el exilio. Su marido consigue trabajo de contable en una fábrica de Alpargatas. En octubre de aquel año, Iribarren y Ametzaga parten a Montevideo. En la ciudad fundada por el durangués Bruno Mauricio de Zabala, el 18 de julio de aquel año se celebra un desfile con banderas de Argentina, Chile, Uruguay y por primera vez, la ikurriña.

1945-48. Mercedes da a luz dos hijos varones. “Mi madre, además, sufrió varios abortos”, dice la literata.

1950. Mercedes es asignada presidenta de la Comisión Beneficencia e Instrucción del centro Euskal Erria. “Es elegida -detalla Arantzazu- por su espíritu de selección y suma delicadeza. Sus compañeras la quieren por su comprensión y felices realizaciones. También por su sencillez y amor a la institución. Tiene un don especial de atracción que despierta simpatía”.

1956. Montevideo. Abril. Despedida emotiva y multitudinaria del Euskal Erria a Mercedes que parte con sus hijos hacia Euskadi. Ametzaga lo había hecho el año anterior a Venezuela. “Estaban en la cincuentena de sus vidas, de mejorar en algo la maltrecha economía, propia del exiliado, y ver si podían instalarse en Euskadi. No fue posible. Mercedes y la familia acaban dirigiéndose a Venezuela”.

Mercedes ve casarse a sus hijas e hijos y está presente en el nacimiento de su primer nieto, Xabier.

1969. El 4 de febrero de aquel año la familia sufre la pérdida de uno de sus dos pilares. Mercedes asiste al funeral de su querido compañero de vida. “Lo hizo con una entereza singular”.

1972. Diciembre. Acompaña a su tercera hija al regreso a Euskadi. Afinca su residencia en Nabarra, que “siente como suya”.

1980. El 6 de junio fallece “en un viaje de recreo a Andorra, acompañada por su nieto Xabier. Sin dar trabajo, sin molestar a nadie con el peso de su edad. Era una máxima que mantenía constante”, enfatiza su hija Arantzazu, quien tanto en la novela como en su diálogo puede retratar “de cerca porque así la conocí. Entera y resistente. No fue una excepción entre las mujeres vascas que conocí en el exilio. Eran valiosas, avanzadas”.

La escritora evoca que en 1931 habían constituido Emakume Abertzale Batza. “Ellas empujaron a sus hijas a la educación universitaria, sobre todo, en Venezuela en aquella aventura democrática de los años 60”. En palabras de Arantzazu, se hicieron diligentes lectoras de periódicos -“conviene recordar que era reprochable, que una mujer leyera periódicos”- y fueron activas organizadoras en diferentes actividades de las Eusko Etxea. “No se quedaron atrás, no fueron pasivas. Reorganizaron desde la nada hogares e instituciones”.

Al igual que el resto de protagonistas de Cartas desde la libertad, Mercedes debe ser recordada por muchas virtudes. “Su religiosidad y la gama de acciones que llevaba a cabo: administradora y abrillantadora de pocos dineros, dirigía la casa, cocinaba... Era una mujer hecha de acero”.