uando observamos la foto de una mujer al volante de un coche entre las ruinas de una población bombardeada durante la Guerra Civil española y encontramos una reproducción de un retrato firmado por el pintor Ignacio Zuloaga, colgado en las paredes de un Instituto en Monterrey (California), reconocemos al instante que estamos ante una historia quizás pequeña, pero de ningún modo irrelevante, que aún no ha sido escrita.
Enid Margaret Hamlyn Fellows nacida en 1904 era la heredera de la compañía británica Players Cigarettes. Su formación estuvo influenciada por amistades muy cercanas a su madre, entre las que se encontraba la escritora y editora británica Naomi Royde-Smith, que fomentó las aptitudes mostradas por la joven tanto para la escritura como para la pintura. En 1923 se casó con George Harley Hay-Drummond, conde de Kinnoull. Durante su matrimonio aprendió a pilotar avionetas y participó en carreras de automóviles deportivos con el vehículo conocido como petit bleu. Cuatro años más tarde y tras la temprana muerte de su único hijo, solicitó el divorcio sin renunciar en ningún caso al título de condesa de Kinnoull.
Anglicana de nacimiento, tras estos dolorosos acontecimientos Enid decidió convertirse a la fe católica bajo la guía del sacerdote belga Vincent de Moor. A partir de ese momento adoptó el nombre de Claude. Aconsejados por el papa Pío XI, ambos se embarcaron en un viaje de carácter misionero por África en el que cruzaron el continente de norte a sur en un camión apodado como La Croisière Bleue. Tras esta travesía, que se alargó durante aproximadamente un año, Claude volvió a París donde resolvió convertirse en miembro de la Tercera Orden de la Virgen del Carmelo y fundó un hospicio para mujeres enfermas terminales en la calle Bienfaisance. En su tiempo libre, acudía regularmente al Café Le Select donde participaba en tertulias que compartía con su buen amigo el periodista y escritor conocido como el vizconde Léon de Poncins. De su mano, acudió a un encuentro con el pintor vasco Ignacio Zuloaga, que celebraba una recepción con diversos artistas en la ciudad. Tal y como relata la única biógrafa hasta el momento de la condesa, la escritora norteamericana Kathleen Ambro, ambos congeniaron rápidamente y el pintor se ofreció a mejorar su técnica mediante unas clases en su estudio de Montparnasse. Tras el fin de su estancia la invitó a visitarlo en España para continuar con su aprendizaje y así lo hizo, pero en unas circunstancias muy especiales que ninguno de los dos pudo anticipar.
En la parte trasera de una postal con la imagen de Ntra. Sra. de los Reyes, Claude anunciaba a una mujer llamada Pilar que probablemente el jueves 24 de agosto viajaría a España. Todo estaba preparado: baúles, papeles y visas. Ese mismo mes de 1936, en la relación de periodistas extranjeros acreditados ante el aristócrata Gonzalo de Aguilera, que desempeñó la función de oficial de prensa de Franco y del general Emilio Mola, encontramos alrededor de 80 nombres. La condesa de Kinnoull aparece acreditada como prensa católica y consta la autorización pertinente para un vehículo cuya matrícula era 3348-X1. En una breve nota se puede leer el término “recomendada”. Los siguientes nombres reflejados en el listado son los de M. de Moor y el del propio vizconde de Poncins.
A finales de mes, Claude comenzó un viaje que la llevaría a retratar con su cámara fotográfica diversos escenarios de la geografía española como corresponsal de guerra, tanto para el semanario británico The Catholic Herald como el diario francés La Croix. Desde un primer momento, mientras acompañaba a las tropas franquistas, su deseo de ejercer algún tipo de influencia en el conflicto se hizo patente incluso en la Cámara de Diputados francesa. Durante la 2ª jornada, que tuvo lugar el 4 de diciembre de 1936, el diputado adscrito al partido Féderation Républicaine, Edouard Fréderic-Dupont interpeló al presidente sobre la implicación francesa en la Guerra Civil. A su juicio se estaba proporcionando apoyo a los “rojos” sin respetar el acuerdo de no-intervención. Para apoyar sus argumentos utilizó material fotográfico proporcionado, según sus palabras, por un fotógrafo inglés. En concreto, hizo referencia a una imagen captada durante la toma del Alcázar de Toledo, que mostraba en la pared de un convento perteneciente a la orden de los Maristas frases escritas con sangre humana: “Así mata la cheka”.
Al volante de su automóvil, Claude se desplazó a través de lugares tan significativos como el puerto de Urkiola, y desde allí llegó a Durango tras el bombardeo de la villa el 31 de marzo de 1937. Aunque en sus crónicas declaró que había sido destruida por el fuego provocado por los “rojos”, la descripción de una de las tomas que captó en la capilla de los Padres Jesuitas nos traslada otra versión: “es uno de los raros ejemplos de destrucción involuntaria provocada por el bombardeo aéreo nacionalista”. Eso sí, se apresuró a aclarar en el pie de foto redactado en francés que los casos de destrucción protagonizados por las fuerzas de Franco eran tan raros que consideraba interesante informar de ello en esta ocasión. Posteriormente, los días 24 y 25 de abril de 1937 nuevos bombardeos tuvieron lugar sobre la población de Eibar. Sus fotografías fueron captadas tan solo dos días después de la destrucción sufrida por la villa armera, con el fuego aún presente que provocaba una atmósfera asfixiante y casi irrespirable. Estas imágenes muestran el aspecto desolador de unas calles cubiertas de madera quebrada y balcones torcidos. Detallaba, sin descubrir aún su verdadera identidad, que los zapatos del fotógrafo se quemaron parcialmente tras caminar sobre las ardientes brasas. Una vez más, destacó que Eibar había sido quemada por las hordas anarco-separatistas con la ayuda de materiales como la dinamita y la gasolina.
Solo un día después y con la contundencia por todos conocida, la misma situación se repitió en la villa de Gernika. El diario francés La Croix en el artículo titulado Qui a détruit Guernica indicaba que los oficiales del Estado Mayor del general Mola habían conducido a los periodistas extranjeros a esta localidad. En el pie de foto de una iglesia nuestra protagonista destacaba que: “los separatistas vascos han intentado, con una formidable campaña de propaganda, hacer creer al mundo historias espeluznantes sobre el bombardeo de Guernica por parte de la aviación nacionalista. A uno que ha estado allí, justo después de la captura, el hecho de que, por el contrario, el pueblo fue destruido con dinamita y gasolina parece obvio. La foto de la iglesia respalda esta teoría”.
Probablemente el mismo año en el que tienen lugar estos acontecimientos, Ignacio Zuloaga pinta en su castillo de Pedraza de la Sierra a la condesa de Kinnoull. En este retrato destaca su mirada gélida, vestida totalmente de negro, mientras detrás se observa el soleado telón de una plaza de toros, que tal y como señaló el historiador de arte Enrique Lafuente, recuerda a una obra anterior del pintor conocida como el retrato de Miss Devens. Un año más tarde, ya en 1938, se publicó el libro L’horreur rouge en terre d’Espagne, a través de la Bureau Universelle de Presse (B.U.P), editorial destinada a difundir la propaganda franquista en Bélgica. El texto de esta obra, redactado por el propio De Moor, estaba acompañado por algunas fotografías de la condesa, incluida la ya mencionada por Fréderic-Dupont, publicadas bajo el seudónimo de Claudek. Tras su lectura, observamos que se repiten los temas de interés ya reflejados en sus artículos periodísticos: la calificada como “farsa de la no-intervención” y claras referencias al nacionalismo vasco y los catalanes “separatistas”. De su divulgación se hizo eco José de Yanguas, embajador de España ante la Santa Sede, tras la lectura de un artículo publicado por el periódico de la Ciudad del Vaticano L’Osservatore Romano, que el 10 de noviembre mostraba la dureza de un relato en el que se hacía referencia a unos cuerpos mutilados expuestos en una carnicería.
Entre finales de 1938 y comienzos de 1939, se expuso por primera vez el retrato de la condesa de Kinnoull en las conocidas Galerías Burlington de Londres, en una exposición dedicada al pintor eibarrés en la que se mostraron diversos lienzos relacionados con la Guerra Civil. El Catholic Herald se hizo eco de la noticia y a través de una pequeña nota descubrió a sus lectores que la protagonista de dicho lienzo no solo era la condesa y directora del semanario, sino que también era la autora de las fotografías captadas durante dicho conflicto firmadas con el seudónimo de Claudek. Cabe destacar que en estas mismas galerías se había expuesto apenas dos meses antes el Guernica de Picasso. Tal y como acentúa Javier Novo, en el catálogo publicado por el Museo de Bellas Artes de Bilbao con motivo de la exposición dedicada al pintor vasco en 2019, mientras que la obra del pintor malagueño: “muestra una clara subjetivación de la guerra a través del drama humano, que se desarrolla en un espacio indeterminado reconocible únicamente por el título de la obra, el cuadro de Zuloaga atiende a una concreta destrucción patrimonial y a los horrores de la guerra de una manera objetivable y distante, evocando más una proeza bélica que un drama en sí mismo”. Una referencia a obras del pintor como Toledo en llamas que describe perfectamente el carácter de las fotografías captadas por Claudek durante el conflicto bélico.
Tras el final de la contienda Claude se trasladó a París, pero con la llegada del ejército nazi en junio de 1940 abandonó de inmediato el país rumbo a los Estados Unidos. Residió hasta su fallecimiento en Carmel (California), una conocida colonia de escritores y artistas donde acogió a Vincent de Moor con su familia. En las paredes de su nuevo hogar colgaba un retrato original de Zuloaga conocido como The Spanish lady, que ocultaba el verdadero nombre de una de las musas más reconocidas del pintor.
Gracias al blog Toledo Olvidado, en una entrada publicada en agosto de 2018, conocimos la existencia de las fotografías captadas por una desconocida fotógrafa de nombre Claudek durante la guerra civil española, así como el misterio que escondía dicho seudónimo. Dichas imágenes están depositadas en la Casa-Museo de los Mártires Claretianos de Barbastro, a quienes agradecemos su ayuda en esta investigación, así como las imágenes cedidas para su reproducción en este artículo.