i aguantas, nosotros aguantamos". El guiño retador de Gabriel Rufián a Pedro Sánchez sonó cargado de intención provocadora, justo cuando empieza la verdadera cuenta atrás para zanjar, covid-19 aparte, la cuestión nuclear de la legislatura que supone la aprobación de los Presupuestos. ERC se siente demasiado irritada por el humillante desplante que les supone el trato reverencial hacia Ciudadanos; además, se les nota. Pero saben que nada está perdido. Al presidente, como teme Inés Arrimadas, le da igual el acompañante para tan magna ocasión. Solo quiere que le cuadren los números suficientes de la mayoría para garantizarse un largo período de estabilidad que para sí quisieran en su vida diaria PP, Podemos y hasta Quim Torra. El sonoro revolcón de los alcaldes rebeldes por la polémica de los remanentes tan mal gestionada por la obstinada ministra Montero quedaría entonces en una simple anécdota. Pragmatismo puro y duro.
Sánchez desorienta. Divide para sumar. Arrimadas se las prometía muy felices como socia consorte, incluso sin ver un solo papel de los Presupuestos, y el miércoles le mudó el semblante cuando escuchó cómo el presidente le acusaba de seguir en la foto de la plaza de Colón. El dardo le llegó a Ciudadanos horas después de que la derecha siguiera sin digerir el "lamento" del mandatario socialista por la reciente muerte de un miembro de la "banda ETA" (sic), que incluso había enmudecido a decenas de senadores socialistas cuando lo escucharon en vivo. Todo tiene una justificación como ya ocurrió en su día con Aznar y el MNLV. Ahora, hay que echar las redes presupuestarias en todas las aguas, incluido EH Bildu. En ese contexto tan favorable, Rufián intuyó que quizá era el momento adecuado para recuperar el espíritu de la investidura, bastante apagado últimamente, y por eso retó a Sánchez a que fuera valiente para preferir a la izquierda antes que a los compañeros de Vox en Andalucía. Nada es imposible para este presidente, aunque lo parezca.
Para angustia, la del mismo PP de aquel diputado por Ávila cuando el deplorable comisario Villarejo hablaba de tropelías a calzón quitado con Dolores de Cospedal en su despacho de Génova. La bastarda corrupción sigue agujereando a un partido de interminables luchas cainitas y preso de una pestilente mochila que compromete su futuro. La investigación del caso Kitchen será otro calvario de imprevisibles consecuencias y cuyo demoledor impacto para la imagen y líderes populares solo podría atenuar un giro copernicano de Casado en su cansina oposición a renovar tantos cargos pendientes de las estructuras del Estado. Sin recuperarse aún de las catilinarias de Álvarez de Toledo, al presidente le tocar aguantar un creciente malestar interno sin desprenderse jamás del retrovisor de Vox. En el PP saben que el desgarrado discurso guerracivilista de Abascal sigue cuajando entre desencantados con la gestión sanitaria, impagados del Impuesto Mínimo Vital y cientos de desheredados de una pandemia que sigue devorando a pasos agigantados puestos de trabajo y expectativas de recuperación económica.
Bien que aguanta Pablo Iglesias. Ha hecho de la resistencia su auténtica bandera. En el mano a mano con Sánchez, se retuerce al escuchar que no se fía de él cuando llegan cuestiones trascendentales como la fusión por absorción más importante de la banca española entre Caixabank y Bankia. En su pelea descarada con Nadia Calviño, la imagen del vicepresidente queda reducida al derecho al pataleo ideológico en compañía de Irene Montero y Garzón. En el resto del Consejo de Ministros, acepta resignado que aquella derogación inmediata de la reforma laboral de incalculable alboroto se quede pírricamente en un retoque; en la negociación de los Presupuestos, ahí está comiéndose las uñas cada vez que Arrimadas pisa moqueta en La Moncloa.
Para aguante, la resilenciade cargos de ERC bajo la bota de Torra teledirigida desde Waterloo y la de dirigentes delPDeC -excepción significativa de Artur Mas- ante los desprecios de JxCat. La división del independentismo catalán es flagrante a medida que no llegan ni las autonómicas ni la mesa de diálogo. Ahora bien, no se debería malentender como una pérdida de influencia electoral ni siquiera la Diada reducida por el coronavirus. No obstante, la escisión soberanista en Madrid tiene su miga. Desde luego los cuatro votos neoconvergentes que mantienen la cabeza erguida en el Congreso no pasarán desapercibida para los cálculos de Sánchez. Este sí que sabe aguantar.