inalmente, seis años después de que fuera citado, Martín Villa declaró el jueves ante la jueza Servini en el marco de la querella argentina que le atribuye responsabilidad por la muerte de 12 personas por disparos de las fuerzas policiales franquistas cuando él era ministro de Gobernación entre 1976 y 1979. Crímenes como la muerte de cinco trabajadores en Vitoria-Gasteiz o los Sanfermines de 1978. Sin olvidar el ataque de terroristas de extrema derecha a los carlistas antifranquistas en Montejurra en 1976, en el que dos jóvenes fueron asesinados. Su declaración fue una bochornosa autodefensa y autojustificación. En la misma línea que las cartas que en su favor le remitieron cuatro expresidentes del Gobierno -González, Aznar, Zapatero y Rajoy-, ex secretarios generales de UGT y de CC.OO. y el ridículo Borrell. Se ha hecho costumbre que los prebostes políticos del pasado publiquen textos en defensa de aquellos personajes significativos de ese mismo pasado ahora señalados por la justicia. Primero, fue en defensa del huido Juan Carlos de Borbón y ahora del exministro franquista Martín Villa. Unas cartas -de las que las actuales direcciones de CC.OO. y UGT se han desmarcado- que sólo ahondan en el deterioro democrático que padece el Estado español 40 años después. A Martín Villa no le preocupan en absoluto las posibles derivaciones penales de la instrucción judicial en Argentina, se sabe impune como quedo claro en su declaración telemática. Basta recordar que cuando la jueza Servini le citó como investigado hace seis años, la respuesta de las estructuras de poder del Estado español fue condecorarle con el máximo boato. Patético, pero real. A Martín Villa le preocupa sólo el deterioro que puede sufrir ahora su imagen, hasta ahora salvaguardada entre algodones por la historia oficial sobre la Transición. Un relato edulcorado y simplista de unos hechos históricos para encubrir y salvaguardar la imagen de los restos del régimen del 78, resultante de entregar la transición democrática al chantaje del tardofranquismo que ahora, en pleno siglo XXI, parece ya muy lejos de ser un paso modélico, como nos intentaron hacer creer durante años, de una dictadura genocida a un sistema democrático. Y en esa victoria de los poderes franquistas -le llaman aún periodo de reconciliación- el papel de Martín Villa fue clave. Y, para ello, la utilización de la violencia policial, parapolicial y de extrema derecha con el objetivo de generar inestabilidad social y agitar el ruido de sables militares, un elemento imprescindible. Esas acciones, entre ellas las 12 que persiguen judicialmente a Martín Villa ahora, dejaron 2.663 víctimas entre muertos y heridos, la mayoría de ellas olvidadas. En realidad, Martín Villa fue un alto burócrata de la dictadura franquista, represor oscuro y violento de las libertades y los derechos humanos, que siguió, como recompensa por el trabajo hecho, cómodamente sentado en diversos consejos de administración de energéticas (Endesa) y otras grandes empresas, medios de comunicación (El País), incluidos. La impostura de Martín Villa, el reverencial trato de políticos y medios aún hoy al personaje, refleja el alto precio de olvidos que pagó la democracia al franquismo. ¿O alguien se imagina hoy a un jerarca nazi dando lecciones a la democracia alemana? En esa España suya, la sombra del pasado negro que trata de ocultar la memoria histórica es aún hoy muy alargada.
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