yer sábado, con la jura como lehendakari de Iñigo Urkullu y la concreción de la estructura e integrantes del nuevo Gobierno Vasco para estos próximos cuatro años culmina el proceso institucional que da paso al curso político de la que podemos calificar como legislatura covid, aunque los esfuerzos orientados a tratar de superar la pandemia y sus efectos en la economía y el empleo se extenderán previsiblemente incluso más allá de estos cuatro duros y complejos años que nos esperan.
Vivimos tiempos excepcionales, también en el ámbito político e institucional, y por ello las prioridades de actuación política vienen fijadas de antemano por el duro y complejo contexto que nos toca vivir. La mayoría absoluta derivada del gobierno de coalición no debe frenar la laboriosidad ni los intentos por tratar de lograr consensos más amplios, tanto por la trascendencia de los objetivos fijados como por la circunstancia de que todos ellos proyectarán su operatividad temporal más allá de los cuatro años de esta nueva XII legislatura.
Esta triple crisis sanitaria, económica y social nos interpela a todos. Vamos a tener que actuar y reflexionar de forma casi sincrónica porque el contexto es y va a ser muy duro, catártico en lo económico y en lo social, y este reto exige grandes acuerdos, grandes consensos políticos y sociales.
Como sociedad necesitamos hacer realidad el reto de una visión transformadora y de un proyecto compartido; no han de ser palabras huecas, debemos pasar de la retórica discursiva a la acción: sin ese relato compartido, sin el esfuerzo común de agentes públicos y privados, no será posible acometer la ingente tarea que tenemos por delante. Y en lo económico y social, el reto tiene una doble componente: consolidar e incrementar en lo posible la riqueza social y a la vez reforzar y mejorar los mecanismos de su distribución.
El debate y los cruces de discursos expuestos en la sesión parlamentaria de investidura revelan que quien juegue a hacer política partidista y populista buscando permanentemente culpables y no soluciones no recibirá el apoyo social porque no generará confianza. La sociedad acaba penalizando a quien gripa los acuerdos, a quienes rehuyen el logro de los consensos necesarios para atender los grandes retos sociales que llaman a nuestra puerta. Y en cambio, quien proponga alternativas y potenciales soluciones de mejora con ánimo colaborativo, sin renunciar a la crítica constructiva, seguramente se reforzará.
En tiempos de inquietud, de incertidumbre, de riesgos globales, de ausencia de respuesta ante retos desconocidos como el de la pandemia lo que la mayoría ciudadana reclama de los gestores políticos es que no generen más problemas de los que intentan resolver, que traten de civilizar colectivamente ese incierto futuro, que aporten dosis de certidumbre y seguridad a sus decisiones, que consoliden los consensos básicos necesarios para convivir, que se aferren a la realidad para que su sentido político logre mejorar los niveles de bienestar y de tranquilidad social.
La política requiere hoy más que nunca templanza, ausencia de estridencia, sentido de la responsabilidad y profesionalidad orientada a buscar puntos de encuentro y no de disputa, aportar a la sociedad dosis de confianza y no de zozobra y de enfrentamiento, trabajar por la cohesión social y no por la ruptura, cooperar, construir puentes, no diques, porque el valor de la política reside en que simboliza la apuesta colectiva de los ciudadanos como forma de garantizar un futuro.