sta semana se ha constituido el Parlamento Vasco en su decimosegunda legislatura. Uno de los datos que los medios han destacado es su carácter mayoritariamente femenino, con 39 parlamentarias y 36 parlamentarios. No debería ser ya noticia, dado que desde que en el año 2005 este mismo Parlamento aprobara la Ley para la Igualdad de Hombres y Mujeres las sucesivas legislaturas -y van cinco- han dado resultados muy paritarios, con leves resultados favorables en 3 de las 5 ocasiones a las mujeres. Esto, para empezar, demuestra que las medidas legislativas (incluidas las de acción positiva) suelen ser útiles para ayudar a la sociedad a provocar cambios o acelerarlos o mantenerlos cuando de avanzar hacia la igualdad se trata.
Si sumamos el hecho de que desde ese mismo año 2005 hemos tenidos tres presidencias y las tres han sido mujeres (Izaskun Bilbao, Arantza Quiroga y Bakartxo Tejeria), podríamos concluir que la presencia de la mujer en la política vasca está bien asentada. Creo que esta conclusión es cierta para lo que se refiere al poder legislativo, pero en relación al poder ejecutivo podríamos cuestionarla.
Es cierto que en el Consejo de Gobierno se sientan ahora el lehendakari, 4 consejeros varones y 7 consejeras mujeres. También es cierto que son las consejeras las que se llevan la parte del león del presupuesto (educación, sanidad, desarrollo económico, industria, infraestructuras, políticas sociales€) y alguna de las carteras consideradas tradicionalmente más duras (seguridad). Estos datos nos muestran una muy potente participación de la mujer en el Ejecutivo, pero aún así cabe mirar el asunto desde otro ángulo.
Si contamos las cabezas de los principales poderes ejecutivos de la Comunidad Autónoma (Gobierno Vasco, diputaciones y ayuntamientos de las capitales) los datos cambian por completo. Son siete cabezas y siete hombres. Siete a cero. No dudo de la idoneidad de cada uno de ellos tomados por separado, pero el resultado global está claramente descompensado. Siete a cero es una relación que no resiste la comparación con ningún otro ámbito de la sociedad, la cultura, el trabajo, la industria o la economía. Ni siquiera resiste la comparación con el deporte, uno de los últimos reductos de la visibilidad social mayoritariamente masculina.
He hecho un ejercicio que tiene más de juego de verano que de cualquier cosa con mínimas pretensiones de seriedad, pero que tal vez ilustre lo que digo. He contado las personas que han ejercido esos siete cargos desde la aprobación del Estatuto hasta la actualidad. Ha sido cinco lehendakaris, veintidós diputados generales y diecinueve alcaldes. Un total de cuarenta y seis personas. Fueron elegidos por al menos cinco partidos distintos, pero tienen una cosa cosa en común: todos son hombres. Cuarenta y seis de cuarenta y seis. O, si lo prefiere, cuarenta y seis a cero.
Las elecciones municipales y forales se celebraron el año pasado y acabamos de votar el Parlamento e, indirectamente, al lehendakari. De modo que ahora tenemos por delante unos cuantos años para hacer con calma los deberes que correspondan. Toca a todos los partidos, pero especialmente y por razones obvias al PNV que gobierna las siete instituciones referidas. Insisto en que no tengo nada que cuestionar en relación a la continuidad de cada uno de los hombres de que asumen esas tareas tomados uno a uno por separado, sé además que algunos de ellos son jóvenes, han sido fuertemente apoyados por sus electorados y tienen legítimamente mucha carrera por delante, pero insisto también en que a estas alturas otro resultado global de siete a cero no sería de recibo. Quedan un par de años para proponer a la ciudadanía un resultado global más paritario.