ecir que el PNV siempre ha sido más partidario de estar que de no estar en las instituciones puede resultar una perogrullada. En su larga historia pocas han sido las ocasiones en las que ha optado por que sus representantes se abstuvieran de acudir a ellas.
Nos podríamos remontar, por ejemplo, a 1934, cuando sus cargos electos abandonaron las Cortes españolas en solidaridad con la Esquerra de Lluís Companys tras el recurso de inconstitucionalidad promovido por la Lliga de Francesc Cambó contra la Ley de Contratos de Cultivo de la Generalitat de Catalunya. Fue un acto, por cierto, que viene bien recordar ahora para comprobar la relación poliédrica que han tenido los jelkides históricamente con las diferentes familias del catalanismo.
Años más tarde, en 1980, los representantes del PNV en Madrid también se ausentaron durante meses del Congreso y el Senado en protesta, entre otras cuestiones, por iniciativas que recortaban el Estatuto de Gernika recién aprobado. Tanto Carlos Garaikoetxea como Xabier Arzalluz reconocen en sus respectivas biografías que aquella decisión no fue eficaz, aunque los matices que introducen cada uno de ellos en sus relatos tienen su importancia para entender acontecimientos políticos posteriores.
En definitiva, son pocas las excepciones que encontramos en un PNV que siempre ha otorgado vital importancia a la participación institucional. No se trata aquí de comparar aquellos momentos con la crisis reciente entre Urkullu y su partido por una parte y Sánchez y el suyo por otra; tampoco de equiparar la magnitud de aquellas decisiones con la de no acudir a la Conferencia de presidentes, que estuvo a punto de materializarse el viernes. Pero convendremos en señalar que algo grave estaba sucediendo cuando los primeros optaron hasta el final por ausentarse, máxime siendo como son socios de los socialistas en los dos gobiernos de Hegoalde, además de apoyo fundamental en Madrid.
En esta coyuntura, la reacción de los socialistas vascos y Elkarrekin Podemos tras la ausencia anunciada por el lehendakari causa desazón. Obviamente, estaban en su derecho de criticar que Urkullu no acudiera a una reunión convocada por el presidente de un Gobierno del que ellos forman parte. Pero ha resultado desalentador que, criticada la ausencia, ignoraran o en el mejor de los casos minusvaloraran el motivo por el que esta estuvo a punto de producirse, tratándola incluso como “cuestión partidista”. En definitiva, que con lo mucho que había -y sigue habiendo- en juego para toda la ciudadanía, se detengan a mirar al dedo y no a la luna que este señala.
Son cuestiones como estas las que explican en gran medida ciertos resultados electorales. Si los representantes vascos de los partidos del gobierno central son incapaces de alzar a veces la voz ante sus jefes de Madrid, si priman la mal entendida lealtad hacia aquellos frente a los intereses de la ciudadanía a la que representan, si no consideran urgente adquirir cierta autonomía y voz propia, seguiremos asistiendo a noches electorales en las que las sonrisas forzadas serán en ellos la tónica general.