ayo amenaza a Pedro Sánchez. Un exigente calendario acecha al presidente. El arranque de la confusa desescalada, de entrada; la reválida para la siguiente prórroga de confinamiento, de plato fuerte; y el marasmo económico, como pesadilla indigesta. Un campo plagado de minas al que se enfrenta voluntariamente a cuerpo gentil por su empecinado desaire a la esencia autonómica del Estado y que, con razón, tanto irrita a los territorios de cualquier color político. Pareciera que la comprensible fatiga anímica y mental hubiera obnubilado la sensatez en la sala de máquinas de La Moncloa y de ahí rescatar en 2020 la unidad métrica política de la provincia ante la perplejidad del respetable. O, tal vez, suponga simplemente el enésimo error de ese acartonado séquito de asesores tan propenso en su trabajo a generar sonadas rectificaciones. En cualquier caso, su pasmosa deriva recentralizadora ha colmado la paciencia -de momento, de palabra- de presidentes territoriales nada histriónicos como el lehendakari Urkullu, el popular Feijóo o el socialista Puig. Ocurre lo mismo con las admoniciones del verbo intimidante de Gabriel Rufián, que sigue amagando otro pleno más con cortar el cordón umbilical de la legislatura, pero sin dar un mínimo paso adelante. Impertérrito, Sánchez se ríe en voz baja. Tiene sus fundadas razones para no tomarse demasiado en serio amenazas de escaso recorrido. Bien sabe que la derecha, ahora más apocalíptica que nunca, es la única alternativa que les queda a sus compañeros de la moción de censura. O él, o el caos, que diría De Gaulle.
Mientras se asiste al vertiginoso derrumbe económico y los contagios no bajan al ritmo que sería deseable, las redes sociales echan humo con polémicas hirientes por absurdas y banales. Unas arden en torno a los permisos diarios para correr y pasear. Otras, sobre las peluquerías y los horarios de surf. También las hay fundadas como en el sector servicios, donde los bares claman por el ridículo decreto de las terrazas de bolsillo y los hoteleros parecen resignados a entregar las llaves del cierre anticipado de temporada. Y quedan las del Congreso, condenadas al abominable diálogo de sordos entre las fuerzas mayoritarias sin atisbo alguno de una mínima acción concertada. Ni siquiera hay fútbol para distraer al personal de la hecatombe que ha agujereado millones de bolsillos, ilusiones, balances y proyecciones de futuro. Ya no hay margen. El miedo al futuro de un país al borde del rescate y con unas perspectivas aterradoras cruza silencioso por los pasillos de millones de hogares. Una angustia acrecentada por esas ayudas al desempleo que no llegan, esa renta mínima que se diluye por la guerra soterrada de Iglesias y Escrivá, esas nuevas bajas sanitarias sin material o esos test que solo sobran en los vestuarios de LaLiga.
Sánchez se ha enredado con el mando único. Ha elegido su lado más cesarista. Como si se creyera ungido de la verdad absoluta y la plebe le debiera acatamiento y pleitesía. Solo así se explica el humillante sometimiento virtual de los presidentes autonómicos cada domingo. Supone una errónea interpretación ególatra que erosiona el perfil político del líder socialista hasta tambalear su mayoría parlamentaria en el menor descuido. Alguien le debería decir que sus sermones desasosiegan y que la credibilidad no es una cuestión de gastar minutos. A estas alturas de la catástrofe, nadie duda de que se reaccionó tarde y mal como muchos otros países, que fallaron las previsiones científicas, que la sanidad tenía muchos más agujeros de los que se creían, que el gobierno de coalición está dividido, se confunde demasiado y camina superado por la magnitud de la crisis, que la derecha piensa que ganará adeptos gritando desde el monte y que es imposible salir de la ruina con un Parlamento enfrentado en dos bloques, que seguirán condenados a no crecer electoralmente en mucho tiempo.
Llegan días cruciales, que presagian riesgos y asoman cargados de repercusión ciudadana y política. De inmediato, un cierto temor del gobierno central a que la ansiedad acumulada durante el largo confinamiento puede desbordar este fin de semana el sentido común entre runners y paseantes desbocados. Evidentemente, una elevada dosis de irracionalidad complicaría el calendario de la mal llamada nueva normalidad. Después, el pleno de control del próximo miércoles puede menear algo más los cimientos y la autosuficiencia de Sánchez.